Thomas Bernhard/Peter Handke: semejanzas y diferencias – Miguel Sáenz

Con motivo de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Peter Handke, reproducimos el  artículo publicado en VASOS COMUNICANTES número 3, otoño de 1994.

Miguel Sáenz

Es sorprendente: en el extranjero se citan a menudo su nombre y el de Handke de una sola tirada.

Bueno, tendrán que cambiar, que renovarse. Pero esos hábitos suelen durar decenios…[1]

Introducción

Hay dos razones para comparar a Thomas Bernhard y Peter Handke.

La primera es que son los dos únicos nombres de la moderna literatura austríaca que el lector español conoce. Sobre la popularidad de Bernhard en España y sus posibles motivos se ha hablado mucho, pero la fama de Handke resulta no menos sorprendente. Bernhard es un escritor al que en un principio sólo leyó un puñado de iniciados, en su mayoría escritores, y que, poco a poco, fue llegando a una «inmensa minoría». En cuanto a la fama de Handke, quizá menos espectacular, parece sin embargo absolutamente inconmovible y hasta independiente de la obra en que se basa. Y la segunda razón para hablar de Bernhard y Hanke es que contraponerlos puede ser una forma de ayudar a situar a ambos escritores en su hábitat natural, que es la literatura austríaca. Porque es indudable que tanto Thomas Bernhard como Peter Handke no son fenómenos aislados, sino que ambos surgen de una espléndida tradición y se insertan en ella.

¿Semejanzas y diferencias?

 Lo primero que llama la atención es la relativa escasez de trabajos comparativos sobre Bernhard y Handke, al menos, de trabajos serios. Es cierto que, en 1980, Gerhard vom Hofe y Peter Pfaff hicieron un acercamiento al analizar el subjetivismo de Handke, Bernhard, Koeppen y Botho Strauss[2]; es cierto que en 1984, Walter Weiss trazó ya una serie de paralelismos entre las obras de Bernhard y Handke[3]; es cierto también que, en 1986, el profesor Schmidt-Dengier publicó un luminoso ensayo sobre el concepto de «Naturaleza» en Bernhard, Ernst Jandl y Handke (hablando, respectivamente, de destrucción, reducción y restauración)[4]; y no lo es menos que pueden encontrarse alusiones dispersas, aquí y allá, en muchos otros estudios y trabajos. Pero la verdad es que tema, que en principio parecería ideal para tesinas, tesis o memorias, no parece haber sido demasiado tratado.

La primera explicación parece obvia: quizá no tenga mucho sentido comparar a Handke y a Bernhard porque, sencillamente, no tienen nada que ver. Para señalar discrepancias, lo primero que hace falta es que haya una base común. Y, sin embargo, apenas se comienza a investigar un poco, lo que sorprende es encontrar toda clase de coincidencias entre Bernhard y Handke. Tanto es así que quizá el título de este trabajo hubiera debido ser más bien algo así como: «Paralelismos en la obra y la vida de Thomas Bernhard y Peter Handke».

Sin embargo, analizar la obra de Handke y de Bernhard, enormemente copiosa en ambos casos y, en el de Handke, todavía in fieri, sería una tarea a todas luces exorbitante para los límites de este estudio. Además, es evidente que tanto Bernhard como Handke han evolucionado mucho a lo largo de los años, y que puede hablarse de varios Handkes, como podría hablarse de varios Bernhards. Por eso, el propósito de este análisis, mucho más limitado, es utilizar como instrumento para acercarse a su obra la biografía de ambos escritores. Conocidos son los riesgos que el método implica, pero, lo mismo en el caso de Bernhard como en el de Handke, parece plenamente justificado, porque nunca han escrito más que sobre sí mismos. Y es ésta, quizá, la primera analogía indudable entre ellos: se trata de dos escritores eminentemente autobiográficos.

Aquí, sin embargo, se podría establecer también ya una primera diferencia. Handke ha utilizado siempre en sus libros fragmentos de su vida, transmutándolos mediante su talento literario. Lo que cuenta no es «la verdad», sino la verdad literaria. Bernhard ha hecho lo mismo en sus novelas, que tienen todas una enorme carga autobiográfica, pero también, aunque esto no se comprenda a veces, en sus, así llamados, libros «autobiográficos»: El origen, El sótano, El aliento, El frío y Un niño. Sin embargo, en realidad él ha ido más lejos, y por eso hay que tener un cuidado exquisito al manejar los datos que aparecen en esos libros, ya que esos datos no sólo están literariamente elaborados sino también deliberadamente falseados. Louis Huguet ha demostrado cumplidamente cuánto hay de inventado en esa biografía «oficial»[5] y así lo ha recogido Hans Höller, en un reciente libro sobre Thomas Bernhard que constituye, hoy por hoy, su mejor biografía[6]. Eso es también lo que se deduce de las investigaciones de Maria Fialik[7] y de muchos testimonios de personas que, por sospechosos que puedan resultar en ocasiones, en muchas otras dicen claramente la verdad. Thomas Bernhard fue un gran mixtificador, lo que no se podría decir de Peter Handke.

Austria Felix

En cualquier caso, otra similitud indudable entre Peter Handke y Thomas Bernhard es que los dos son muy austríacos, incluso rabiosamente austríacos. Esto puede parecer una simpleza, pero no lo es tanto dicho en España, en donde las fronteras entre las distintas literaturas en lengua alemana suelen confundirse con facilidad. Más aún: tanto Bernhard como Handke proceden de esa Austria rural, profunda, que tan espléndidos escritores ha producido pero tan despiadada parece mostrarse con sus hijos. Algunas de las obras más indiscutibles de ambos escritores —Desgracia impeorable, de Handke, o los citados libros autobiográficos de Bernhard— encajan de lleno en ese género literario que es uno de los más transitados de la moderna literatura austríaca: el de la novela anti-Heimat (antipatria o, mejor, «antiterruño»), en la que el escritor ajusta cuentas atrasadas con la Provincia o con una infancia y una juventud atroces. En España se ha publicado no hace mucho el impresionante libro de Hans Lebert, La piel del lobo, pero la tradición es muy larga y, pasando por Jonke o Innerhofer, desgraciadamente inéditos en español, llegaría hasta los libros de Joseph Winkler, igualmente inédito, o a esa Hermana del sueño, de Robert Schneider, que acaba de aparecer en Francia y en España.

A lo largo de toda su vida, tanto Bernhard como Handke mantendrán unas relaciones difíciles con su patria, dificultades que en el caso de Bernhard se concretan en su famoso testamento, en el que prohíbe que sus obras se editen o representen públicamente en Austria, y en el de Handke en sus periódicas desapariciones y reiterados intentos de abandonar definitivamente su país. Hay frases de Handke que podrían ser perfectamente intercambiables con otras de Bernhard, por ejemplo: «Como en ningún otro país del mundo, en este país la palabra ‘artista’ puede servir también de insulto»[8].

La madre

Tanto Bernhard como Handke son hijos ilegítimos. Bernhard nunca conoció a Alois Zuckerstätter, su padre, de quien era el vivo retrato, pero es evidente que el trauma más fuerte de su vida fue una tensa relación de amor/odio con su madre, Herta Fabjan. No parece nada aventurado decir que las extrañas relaciones de Bernhard con las mujeres (su debilidad por las que eran siempre mucho mayores que él, su constante deseo de ser querido, de seducir, su aparente incapacidad para mantener una relación «normal»), y la galería de personajes femeninos de sus obras (unas mujeres que, como ha dicho Reich-Ranicki, o son repulsivas o de cuento de hadas[9]) se deben a esa difícil convivencia con su madre.

En El aliento, Bernhard escribe: «Yo había tenido durante toda mi vida una relación distanciada, nunca libre de desconfianza, incluso de recelo, y en muchas épocas sin duda hostil con mi madre: las causas habría que investigarlas otra vez, pero sería ir en este lugar demasiado lejos y, en cualquier caso, hoy sería demasiado pronto…».

Las relaciones de Handke con su madre, en cambio, fueron bastante conmovedoras, como se desprende de algunas de sus cartas publicadas por Adolf Haslinger[10], en las que se ve cómo Peter Handke intenta hacer partícipe a su madre de sus preocupaciones literarias y hasta orientar sus lecturas. Por eso es fácil imaginar el choque que debió de suponer para él el suicidio de ella. Al final de Desgracia impeorable, Handke, que a lo largo del libro no habla para nada de sus sentimientos, escribe, utilizando palabras muy parecidas a las de Bernhard: «Más adelante escribiré de forma más exacta sobre todo esto».

El abuelo

Caroline Markolin[11] ha estudiado con detalle las relaciones entre Johannes Freumbichler, el legendario abuelo de Bernhard, un escritor anarquista y fracasado que aparece y reaparece, disfrazado, en muchas de sus obras y al que, según confesaba, debía cuanto era. Bernhard lo adoraba y lo mitificó no poco en su autobiografía, como ha demostrado también la investigación más reciente. Handke, por su parte, tiene también su abuelo favorito, sustitutivo del padre, un abuelo esloveno del que habla, sobre todo, en La doctrina de la Sainte-Victoire. En una carta de 1961 lo describe con verdadera admiración: «Un hombre grande en su sencillez, grande en sus fortalezas, grande en sus debilidades, con los sentimientos naturales y primitivos de un campesino…»[12]; y en su Ensayo sobre el cansancio hay un texto que, si no en la forma, sí en el fondo, podría ser perfectamente de Bernhard: «…de niño [… ] había ido con mi abuelo por un sendero austríaco parecido, descalzo, igualmente próximo a la tierra y al mismo tiempo a una distancia interplanetaria de aquellos cráteres aislados en el polvo, las huellas de las gotas de lluvia del verano, mi primer recuerdo, que una y otra vez reaparece».

La guerra

La guerra, los bombardeos americanos o ingleses, son un recuerdo lejano que une a ambos escritores, aunque, por obvias razones de edad (no hay que olvidar que Bernhard tenía casi once años más que Handke), sean mucho más importantes en el caso de Bernhard. En El origen, en uno de los escasos pasajes abiertamente descriptivos de la  obra bernhardiana, se habla de los efectos de un bombardeo en la catedral de Salzburgo en 1944, y es quizá el único momento en que Bernhard deja traslucir su soterrado amor a esa ciudad, a la que decía odiar entre todas: «…una gigantesca nube de polvo flotaba sobre la catedral, que estaba horriblemente abierta, y donde antes había estado la cúpula había ahora un agujero del mismo tamaño, […] parecía como si al gigantesco edificio [… ] le hubieran hecho en la espalda una herida espantosamente sangrante». Esa misma guerra desempeña su papel en Los avispones, de Handke (comenzando por el propio título, evocativo de los bombarderos), y hay también un insólito recuerdo de guerra infantil al comienzo de Carta, breve para un largo adiós: «Había leños esparcidos y silenciosos al sol, fuera, en el patio, después de que me llevaron a casa por los bombardeos americanos. Brillaban gotas de sangre en los escalones laterales de la puerta de entrada, donde los fines de semana se degollaba a las liebres…».

La muerte

Conocida es la obsesión de Thomas Bernhard por la muerte, y no sólo por la muerte, sino por toda la parafernalia que la acompaña. De su macabra afición nos han dejado abundantes testimonios él mismo y muchos de los que lo conocieron bien (Hennetmair en Ohlsdorf, los Lampersberg en María Saal). A este respecto, Hajo Steinert, que ha analizado a fondo el tema de la muerte en la literatura austríaca, señala cómo hacia finales de los sesenta y principios de los setenta, se encuentran interesantes paralelismos en la obra de los dos autores, siendo realmente Bernhard quien influye, y fuertemente, en Handke[13] Hay también un poema muy temprano (1952) de Peter Handke, uno de sus raros poemas, en que describe cómo, en un banquete funeral por su abuela a la que acaban de enterrar, uno de los invitados lo envía a la casa a buscar cigarrillos y él se encuentra de pronto en la sala donde, siguiendo la costumbre austríaca, se expone a los muertos durante tres días. Es un poema que hubiera podido firmar sin vacilación Thomas Bernhard. Allí, al ver el charco de agua sucia de uno de los jarrones que hay en el suelo, dice Handke, «tuve/por primera vez/miedo/a la muerte»[14].

El número de suicidas que aparecen en las novelas de Bernhard es, como es sabido, escalofriante, y son famosos también sus pensamientos de suicidio cuando, de niño, practicaba el violín en la llamada «habitación de los zapatos» del internado nacionalsocialista. Su propio abuelo documenta fríamente un intento de suicidio de Bernhard niño, y el mismo Bernhard ha hablado, por lo menos, de otros dos. En las obras de Handke no hay tantos suicidas, pero sí, al menos en sus primeros libros, muertes violentas, imprevistas o injustificadas. En cualquier caso, el suicidio de su madre, como queda dicho, marcó su vida: el citado Steinert ha subrayado la ambivalencia que hay en Desgracia, impeorable, en donde Handke, en un intento de sublimación, comienza hablando de «Freitod» (muerte voluntaria), para terminar hablando lisa y llanamente de «Selbstmord» (suicidio). En cuanto al propio Peter Handke… no sería buen austríaco si no hubiera sentido alguna vez la tentación de suicidarse, pero, como decía en una conversación con André Müller, siempre ha pensado en el suicidio como algo abstracto: lo que le gustaría es ser suprimido, «eliminado», sin tener que hacer nada para ello[15].

El escándalo

La historia de los escándalos y procesos de ambos escritores podría ser muy jugosa, pero no hay duda de que, en este campo, Bernhard batió en toda la línea a Handke.

Éste tuvo unos comienzos sumamente iconoclastas: arremetió contra los escritores del Grupo 47, insultó al público en Insultos al público, tuvo dificultades con la policía y, con ocasión de recibir el premio Gerhart Hauptmann en 1967, pronunció un explosivo discurso sobre la muerte del estudiante Ohnesorg en lugar de la docta alocución esperada… Pero, con los años, ha ido perdiendo agresividad, aunque haya tenido algún choque ocasional con la policía salzburguesa.

En cambio, la vida de Thomas Bernhard estuvo jalonada por procesos judiciales incoados por personas que se reconocían, poco favorablemente, en sus obras, o por enfrentamientos con toda clase de personalidades: los directores de los Festivales de Salzburgo, Elias Canetti, el embajador austríaco en Lisboa… Especial resonancia tuvo la querella interpuesta por el músico Gerhard Lampersberg, en otro tiempo su gran amigo, que motivó el secuestro judicial de Tala, pero más resonancia tuvo aún el escándalo final del estreno de la obra teatral Heldenplatz. Un dato curioso: Bernhard podía ser virulento, casi salvaje, por escrito, pero en su trato personal era educadísimo y tímido. Handke, en cambio, puede ser realmente desagradable… aunque también encantador, y no suele atacar por escrito.

Personalia

Las coincidencias entre los dos escritores podrían multiplicarse: sus comienzos casi místicos (la poesía de Bernhard, el seminario de Handke); su horror al nacionalsocialismo, al marxismo, al catolicismo…

Físicamente, desde luego, se parecían poco. Bernhard era un hombre del campo que trató de copiar, y asimiló muy rápidamente, la elegancia de la nobleza o la alta burguesía austríaca. Conocidos son su fetichismo por los zapatos y su debilidad por la sastrería italiana o inglesa, ya en los años sesenta, cuando la vanguardia austríaca se vestía, como la de todas partes, de pana y jersey. Por su parte, Handke cultivaba en aquella época una imagen de beatle despistado, de gafas redondas y pelo largo…

Bernhard era un ser musical al cien por cien y, precisamente por su espléndido oído, es casi imposible hablar de su prosa sin utilizar el lenguaje de la música. Fue un magnífico cantante (oratorios y, sobre todo, La flauta mágica, para él la ópera de las óperas), aunque la enfermedad le impidiera seguir esa primera vocación. En una entrevista hecha para la televisión en 1981, dijo algo sobrecogedor: él creía que todo el mundo muere con música en la mente, cuando todo lo demás —personas, recuerdos— ha desaparecido ya[16].

Handke, en sus comienzos, era casi un rockero, y en sus libros siguen abundando las citas de grupos y cantantes modernos, desde Bob Dylan al inevitable Credence Clearwater Revival, pasando por Lennon/ McCartney y hasta Madonna. Sin embargo, la música parece haber ido desapareciendo de su vida. En su Ensayo sobre la jukebox dice: «Su casa, con el tiempo, se había convertido realmente en una casa sin música, sin tocadiscos ni nada parecido; en cuanto a la radio, cuando, después de las noticias, iniciaba algún compás, la apagaba…». En cualquier caso, utilizando esa clasificación habitual de los periódicos austríacos que tan curiosa resulta a los extranjeros, entre E-Musik y U-Musik (Ernste-Musik: música seria, y Unterhaltunjys-Musik: música de entretenimiento), Bernhard sería un hombre de E-Musik, y Handke de U-Musik.

Es curioso también señalar que Bernhard buscaba, hasta los últimos días de su vida, las habitaciones menos ruidosas de la serie de hoteles favoritos que tenía en Taormina, Mallorca, Torremolinos o Sintra, mientras que Handke, precisamente en España, en Madrid, ha llegado a pedir la habitación más ruidosa del hotel para no sentirse tan sólo… Y conocida es la afición a España de ambos escritores: Bernhard buscaba en el Mediterráneo un alivio para sus pulmones lacerados, y una vez dijo: «Italia es como una ligera ópera de Rossini y España como un oratorio de Hándel. Siempre me han gustado más los oratorios que las óperas burbujeantes[17]. Handke, viajero infatigable, ha hecho de España el escenario de algunos de sus libros más recientes: el Ensayo sobre el cansancio es casi un canto a Linares, pueblo andaluz y minero, y en el Ensayo sobre la jukebox es Soria la protagonista…

Pero todo esto es anecdótico. Mucho más importante para saber qué posición podrían ocupar ambos autores, comparativamente, en la literatura austríaca, es identificar a algunos de sus padrinos y mentores.

A vueltas con El veranillo

Sabida es la importancia que tiene esa novela de Adalbert Stifter en la literatura austríaca, en la que se ha convertido en todo un símbolo, especialmente desde un famoso ensayo de Ulrich Greiner[18]. Pues bien, Thomas Bernhard dedica en Maestros antiguos quince páginas bien contadas a atacar despiadadamente a Stifter, de quien lo más suave que dice es que es un Kitschmeister, un maestro de lo cursi. (En España, es cierto, su ataque no resulta muy eficaz, porque casi nadie lee o ha leído a Stifter, salvo —y muchas veces a su pesar— los estudiantes de germanística). Handke, en cambio, reivindica abiertamente la herencia de Stifter, aproximándolo a Cézanne en La doctrina de la Sainte-Victorie, comparándolo con Virgilio y citándolo literariamente en alguna de sus obras. Para Bernhard, Stifter es «un charlatán insoportable, tiene un estilo chapucero y, lo que es más reprobable, descuidado, y es realmente además el autor más aburrido y más hipócrita de la literatura alemana». Chantal Thomas, en su libro sobre Thomas Bernhard[19], dice que, probablemente, cuando Bernhard arremete contra Stifter está disparando por elevación contra Peter Handke… Y es posible, aunque si Bernhard quería herir a alguien no tenía reparos en hacerlo de la forma más directa. Sea como fuere, Handke parece haberse vengado elegantemente cuando, en un artículo sobre Stifter publicado en Le Monde, en 1991, al reprochar a ese escritor su falta de arriére-pensées, dice que, en eso, a quien más le recuerda es a… Thomas Bernhard[20].

A medida que pasa el tiempo, Handke se vuelve cada vez respetuoso con los clásicos. Bernhard, sobre todo en Maestros antiguos, no deja literalmente títere con cabeza. Su tesis, tienen muy poco de grandes.

Los maestros confesados de Handke son Virgilio, Goethe, Rilke… Los de Bernhard, Pascal, Montaigne o Voltaire. El papel central que desempeña en el pensamiento de Bernhard Schopenhauer lo ocupa en el de Handke —aunque en menor medida y sólo a partir de cierto momento— Nietzsche. Sólo en un filósofo coinciden: Ludwig Wittgenstein. Pero si a Handke, al menos en un etapa inicial de obsesión por el lenguaje, como instrumento de dominación social, le interesa el Wittgenstein de los «juegos verbales», a Bernhard le preocupa mucho más el personaje de Wittgenstein que su filosofía: véase Corrección. Los Wittgenstein en general —riqueza, mecenazgo, caballos y yates— lo fascinaban y de ello dejo testimonio sobre todo en El sobrino de Wittgenstein, la historia de su traicionada amistad (traicionada por Bernhard) con Paul Wittgenstein. Hay que recordar también que en Ritter, Dene, Voss (probablemente la mejor obra teatral que Bernhard escribió nunca), Voss (el gran Gerd Voss) es Ludwig Wittgenstein.

¿Traducción o destrucción?

Y ya que se habla de Wittgenstein, quizá valga la pena decir algo sobre el lenguaje de ambos escritores. Cuando Peter Handke, en 1966, en Princeton, ataca al Grupo 47, lo único que pretende decirles es que lo que ellos toman por realidad es sólo la realidad del lenguaje, es decir, que la literatura se hace con palabras y no con las cosas que se describen con las palabras. En este sentido, su  obra clave es, desde luego, Kaspar (que según el propio Handke, hubiera podido llamarse Tortura verbal). Para Bernhard, en cambio (como, en gran parte, para el Handke de hoy), el lenguaje ha sido simplemente un instrumento dado, un medio de comunicación… partiendo siempre de la base de que toda comunicación es imposible. «’Korrektur’ ist eine Tortur», escribió Ulrich Greiner de Corrección, probablemente la novela más perfecta de Bernhard, y el propio Bernhard ha escrito en El sótano un párrafo muchas veces citado: «Hablo el idioma que yo sólo comprendo, nadie más, lo mismo que cada uno comprende sólo su propio idioma, y los que creen que comprenden son imbéciles o charlatanes…».

En el ámbito del lenguaje hay algo muy interesante y es la postura de ambos escritores hacia la traducción. Sabido es que Bernhard no tenía gran opinión de la traducción ni de los traductores, pero es posible que ello se debiera, simplemente, a su desconocimiento de otros idiomas distintos del alemán. En una entrevista con Krista Fleischmann[21] en Madrid, en 1986, decía que «un libro traducido es como un cadáver, destrozado por un coche hasta quedar irreconocible«. Peter Handke, en cambio, no sólo conoce el esloveno, sino que habla perfectamente el francés y más que aceptablemente el inglés. Por ello, su actitud hacia la traducción es radicalmente opuesta y, de hecho, ha pasado largas temporadas de su vida dedicado exclusivamente a traducir: René Char, Francis Ponge, Emmanuel Bove… Incluso ha llegado a traducir al alemán a su traductor al francés, Georges-Arthur Goldschmidt, lo que es el mayor homenaje que un autor puede hacer a su traductor. En una conversación con André Müller, dijo que, para él, traducir sería la profesión ideal. «Yo creo que he nacido para ser traductor[22].

¿Es una comedia, es una tragedia? (Ist es eine Komödie, ist es eine Tragödie?)

Sería imposible cerrar esta serie de paralelismos, similitudes, contrastes o diferencias sin hacer alguna alusión al teatro, que tan importante papel desempeña en la obra —y la vida— de ambos escritores. Handke confiesa en Soy un inquilino de la torre de marfil: «Nunca pensé que escribiría obras de teatro. El teatro, tal como existía, era una reliquia del pasado». Sin embargo, decide renovar la escena, y realmente lo logra. Primero con sus Insultos al público y luego con el Kaspar ya mencionado, su mayor éxito. Bernhard, desde Una fiesta para Boris en 1970, fue construyendo una obra teatral aparentemente repetitiva pero en el fondo siempre original, que se fue imponiendo poco a poco y hoy se representa en todo el mundo… salvo —por razones poco explicables— en España. Y se podría decir que el éxito teatral de ambos autores ha seguido un curso en cierto modo inverso. Hay un magnífico documental televisivo de Krista Fleischmann — Das war Thomas Bernhard (Así fue Thomas Bernhard)— en el que se puede ver a un Bernhard enfermo, casi moribundo, en el escenario del Burgtheater de Viena, al terminar la representación de Heldenplatz, saludando emocionado a un público que, por primera vez, lo aclama en su patria. Handke, en cambio, parece que no ha tenido demasiada suerte con sus últimas obras, a pesar de las magníficas escenificaciones de Claus Peymann, que es también, lo ha sido siempre, el mejor director del teatro de Bernhard.

Con todo, si se justifica aludir ahora al teatro de ambos autores es porque es precisamente en el ámbito teatral donde se manifiesta con toda claridad la que, probablemente, es la diferencia fundamental entre Bernhard y Handke, y es el humor. Resulta completamente imposible entender a Bernhard sin aceptar que, ante todo y sobre todo, fue siempre un «temible burlón». Su humor puede ser siniestro a veces, absurdo, pero su calidad es indiscutible, y de él han dejado abundantes testimonios también todos los que lo conocieron. El humor, en cambio, nunca ha sido el punto fuerte de Peter Handke, y en este aspecto hay que reconocer que lo aventaja Bernhard, que sigue riéndose aún desde más allá de la tumba.

Bernhard frente a Handke

¿Cuáles fueron las relaciones entre ambos escritores? ¿Se conocieron, se desconocieron, se toleraron, se odiaron? La popularidad de los dos hombres, como queda dicho, siguió caminos opuestos. Handke fue en su juventud un verdadero artista de la escenificación y consiguió un triunfo deslumbrante a los veinticuatro años, gracias a la resonancia que tuvo en los medios su aparición en Princeton y al sonado estreno en Fráncfort de Insultos al público, convirtiéndose en el escritor de moda de la República Federal. Su punto más alto quizá se encuentre hacia 1972, tras la publicación de Carta breve para un largo adiós. Sin embargo, hacia finales de los setenta, más o menos a partir de El peso del mundo, algunos de sus incondicionales comienzan a abandonarle, una parte de la crítica se muestra reticente y él mismo se va retrayendo. Bernhard fue, en cambio, un corredor de fondo. Aunque, desde sus comienzos mismos (y en contra de la leyenda que él mismo se crea) encuentra buena acogida crítica y los premios se amontonan sobre sus espaldas, su fama se va consolidando a lo largo de los años, escándalo a escándalo, y no llega a ser realmente popular o, por lo menos, realmente leído en su patria hasta que se produce en 1984 el embargo judicial de Tala y, sobre todo, hasta el clamoroso estreno de Haldenplatz.

 Paradójicamente, la influencia de Bernhard en Handke, cuando Bernhard era sólo un nombre para iniciados y Handke una auténtica estrella de la literatura, es innegable. Peter Handke ha dejado un generoso testimonio de su admiración por la novela Trastorno de Bernhard en una crítica de 1967, en la que dedica un par de páginas a transcribir, casi literalmente, pasajes, y describe maravillado al Príncipe Saurau: «Lo que decía del mundo exterior —escribe— era sólo un signo de su mundo interior. El Príncipe no hablaba con metáforas sino con signos…[23]. (No hace falta recordar que, dos años más tarde, Handke publicaría su libro de poemas El mundo interior del mundo exterior del mundo interior). No obstante, luego Handke se distancia expresamente de Bernhard porque, según dice, no le interesan los autores monomaniacos: Kafka, Céline, Bernhard… En cuanto a la influencia de Handke sobre Bernhard parece haber sido sencillamente nula, a pesar de alguna coincidencia casual. Las relaciones personales entre ambos escritores no parecen haber sido muy buenas. Bernhard se burló varias veces de lo que más podía doler a Handke: su amor por su hija Amina. Handke tuvo siempre una actitud más noble y, de hecho, después de muerto Bernhard, le dedicó palabras amables. En una entrevista realizada con Hervé Guibert, Handke, que reconoce que ha habido momentos en que odiaba a Bernhard por lo transparente que le resultaba el juego que se traía entre manos y la gran farsa en que, según él, se había convertido su literatura, cuenta cómo, cuando Bernhard conoció realmente a su hija Amina, que entonces tenía seis años, se asombró de que una niña tan pequeña pudiera tener tanta personalidad y exclamó: «¡No es una niña, es un ser humano!»[24]

Conclusiones

No hay conclusiones. No puede haber conclusiones basadas en coincidencias o divergencias más o menos coyunturales, y al terminar este rápido recorrido puede comprenderse quizá por qué no existe todavía un análisis comparativo serio de ambos autores. Si hubiera que expresar una simple opinión, se podría decir que Bernhard fue, sobre todo, un gran estilista, pero un estilista que supo hacer de su vida, absolutamente única, el tema impresionante de sus libros. Su prosa, muy elaborada en sus comienzos, se fue simplificando y aclarando con el tiempo, sin perder con ello su tonalidad singular. Handke, preocupado al principio, sobre todo, por el lenguaje y sus ardides, ha ido evolucionando hacia una literatura cada vez más despojada, muy hermosa pero casi sin contenido. Al mismo tiempo está realizando un «lento regreso» hacia lo clásico, en el que, desde luego, le acecha el peligro del mutismo o la esterilidad. Como ha dicho Yves Laplace: si Bernhard «somete el tiempo a la actualidad de una palabra», Handke «disuelve la palabra en el flujo del tiempo»[25]. En cualquier caso, Bernhard ha dejado una obra sin par en la literatura de este siglo y una muchedumbre de lectores apasionados en todos los países. Handke sigue dedicado a elaborar la obra que da sentido a su vida, un sentido que consiste sólo, posiblemente, en crear la belleza por medio de la palabra.

 

 

 

[1] Wogerbauer, W.: Rencontre avec Tilomas Bernhard, en Lenormad, H. y Wogerbauer, W. (recop.): Thomas Bernhard, L’envers du miroir /Cahier n° 1, Arcane 17, 1987.

[2] Vom Hofe, G. y Pfaff, P.: Das Elend des Polyphem, Königstein im Taunus, 1980.

[3] Weiss, W.: Thomas Bernhard-Peter Handke: Parallelen und Gegensätze (Thomas Bernhard-Peter Handke: Paralelos y contrastes), en Land Oberösterreich: Literarisches Kolloquium Linz’ 84: Thomas Bernhard, Linz, 1980.

[4] Drei Naturen: Bernhard, Jandl, Handke…, en Schmidt-Dengier, W.: Der Übertreibungskünstler, Sonderzahl, Viena, 1986.

[5] Huguet, L.: Thomas Bernhard ou le silence du Sphinx, Cahieres de l’Université de Perpignan, Perpiñán, 1991.

[6] Höller, H.: Thomas Bernhard, Rowohit, Reinbeck bei Hamburg, 1993

[7] Maria Fialik: Der chonservative Anarchist, Löckcr, Viena, 1991, y Der Charismatiker, Locker, Viena, 1992.

[8] Handke, P.: Eine andere Rede über Österreich, en Langsam im Schatten, Suhrkamp, Francfort del Meno, 1992.

[9] Reich-Rainicki, M.: Sein Heim war unheimlich, en Thomas Bernhard, Ammann, Zurich, 1990.

[10] Hasliger, A.: Peter Handke, Residenz, Salzburgo y Viena, 1992.

[11] Markolin, C: Die Grossvätter sind die Lehrer, Otto Müller, Salzburgo, 1988

[12]  Haslinger, A.: Op. cit. en la nota 10.

[13] Steinert, H.: Das Schrciben über den Tod, Peter Lang, Francfort del Meno, 1984

[14] Handke, P.: Prosa Gedichte Theaterstücke Hörspiel Aufsätze, Francfort del Meno, 1969

[15]  Müller, A.: Im Gesprech mit Peter Handke, publication PN° 1, Bibliothek der Provinz, Weitra, 1993.

[16] Krista Fleischmann: Thomas Bernhard – Bine Begegung, Edition S, Viena, 1991.

[17] Krista Fleischmann: Ibid.

[18] Greiner, U.: Der Tod des Nachsommers} Munich/Viena, 1979.

[19] Thomas, Ch.: Thomas Bernhard, Editions du Scuü, París, 1990.

[20] Handke, P.: Einige Bemerkungen zu Stifter, en Op. cit. en la nota 8.

[21] Krista Fleischmann: Op. cit. en la nota 16.

[22] Müller, A.: Op. cit. en la nota 15.

[23] Handke, P.: Als ich Verstörung von Thomas Bernhard las, en Handke, P.: Op. cit. en la nota 14.

[24] Guibert, H.: Peter Handke: cronista del vacío, El Mundo, 15 de septiembre de 1991.

[25] Laplace, Y.: En lisant Thomas Bernhard; en Salem, G.: Thomas Bernhard et les siens, La Table Ronde, París, 1993.