Alguna vez me han tachado de utópica, de desear cosas imposibles en vez de resignarme a la realidad, tanto en lo que respecta a la política como, por ejemplo, a la plaga de la inteligencia artificial generativa, que está acabando con Internet y muchos puestos de trabajo, y amenaza con cargarse la educación y el oficio de traducir. Sin ofrecer nada ni digno ni ético a cambio, además. Y me da pena que se considere utópico el creer en que se pueden cambiar las cosas, sobre todo porque supone caer en la trampa que te ponen a los pies los que no quieren que nada cambie. Aunque resistirse a la inercia es muy difícil, aceptar sin más que no hay alternativa es, aparte de una profecía autocumplida, deprimente.
En fin, tampoco es que sea yo Juana de Arco, ¿eh? Aunque sí tengo fe en los pequeños gestos y en hacer lo que esté en nuestra mano para que el mundo sea un pelín más bonito. Que mira que nos lo están poniendo difícil…
Para mí, ser traductora es algo profundamente humano. El objetivo es conectar personas y culturas, ayudar a que se comuniquen entre ellas y aprendan. Es una experiencia increíble poner todos tus conocimientos y habilidades al servicio de alguien a quien, la mayoría de las veces, ni siquiera conoces. Aparcar el ego para convertirte en el medio a través del cual una obra (o cualquier tipo de texto) escrita en un idioma toma forma en el tuyo. Ser la voz de otra persona. No concibo la profesión de otra manera.
Esta visión del oficio no se limita al hecho de traducir en sí, sino que se extiende a todo lo que lo rodea. Lo que más agradezco al gremio es haberme permitido encontrar mi tribu (bueno, mis tribus, porque llegué a la de los lectores de fantasía y aledaños a través de la traducción), un lugar en el que sentirme incluida y comprendida, cómoda. Normalmente, me cuesta mucho mantener una conversación relajada. Nunca sé si digo lo correcto ni de qué hablar ni cuándo marcharme. Sin embargo, cuando estoy en mis tribus, la ansiedad se reduce a la mitad o, incluso, desaparece.
No somos todos seres de luz, por supuesto, pero, en general, he tenido la suerte de conocer a personas inteligentes, combativas, abiertas y divertidas. Así que, siempre que me lo permiten las circunstancias, intento estar ahí para lo que necesiten.
A veces me piden consejos sobre cómo empezar en esto y yo recomiendo cultivar las redes profesionales. Quizá alguien me malinterprete y se dedique a perseguir a sus colegas con la esperanza de conseguir un contacto o un trabajo (y se nota), pero eso es un efecto secundario (aunque bonito) de cultivar esas redes. Lo verdaderamente importante es apoyar, resolver dudas, echar un cable o unas risas… Hacerlo por el gusto de hacerlo, porque no somos competencia, sino colegas. Si tienes suerte, recibes a cambio. Y, si no, al menos sabes que has hecho lo correcto. Cuando recomiendo a alguien para un proyecto y la editorial acepta mi recomendación, me siento como un hada madrina. Es una sensación fantástica saberse útil, y lo considero un granito de arena más en esa utopía que creo factible. ¿Que podría guardar bajo mil candados el nombre de un contacto o no pasar un currículo por miedo a que Fulanita o Menganito me «roben» el cliente? Podría, pero mi vida sería mucho más triste.
He disfrutado en más de una ocasión del apoyo de mis colegas y ahora lo ofrezco con gusto, dentro de mis posibilidades. Y, ¿quién sabe?, creyendo en que todo esto es posible y actuando como si lo fuera, quizá al final consigamos hacer realidad esa utopía.
(artículo completo en el trujamán)
