Comparado con el hombre, el mono más bello es feo. Frente a dios, el hombre más sabio se asemeja al mono en sabiduría, belleza y todo los demás.
(Heráclito)
La traducción es un oficio discreto, y la mayoría de sus héroes nunca salen de la espesa sombra proyectada por el autor, es decir, no ven la luz pública (a veces literalmente, cuando su despacho se convierte en la continuación de la celda monástica). No así el legendario Xuanzang (玄奘), el monje budista que en el siglo xii de nuestra era desobedeció a Tang Taizong (李世民), el segundo emperador de la dinastía Tang, y partió de China rumbo al oeste, hacia las fuentes indias de la sabiduría budista.
Tras recorrer más de diez mil kilómetros a lomos de un enclenque caballo, estar a punto de morir de sed en el desierto y cruzar zonas como Turfán, Taskent, Samarcanda o Cachemira, llegó al reino de Magadha (hoy Bodh Gaya), en la India, donde, aparte de estudiar en el gran monasterio de Nalanda, visitó múltiples ciudades sagradas y predicó la religión budista gracias a su elevado dominio del sánscrito.
Al cabo de dieciséis años, inició el regreso a China, y en 645 llegó a Chang’an, por entonces la capital del imperio chino, con más de seiscientos manuscritos budistas en su haber. Perdonado por el emperador, quien enseguida reconoció su valor no solo como erudito religioso, sino también como asesor diplomático, Xuanzang rechazó un puesto de alto funcionario para entregarse a la causa budista, y consagró el resto de su vida a un trabajo de pormenorizada traducción de sutras (discursos de Buda) y sastras (tratados y enseñanzas).
Generosamente subvencionado por la corte imperial, y rodeado de alumnos aventajados, se puso a traducir metódicamente textos inéditos, así como aquellos que consideraba mal trasladados. Su equipo incluía lectores de chino y sánscrito, correctores, amanuenses (Xuanzang traducía oralmente, mientras leía el original), estilistas, supervisores y hasta recitadores de canto sánscrito. La principal dificultad radicaba en conciliar la tendencia india por lo abstracto y la china por lo concreto (por ejemplo: redondo en lugar de perfecto). En Notas sobre las regiones occidentales de la gran dinastía Tang (大唐西域记·赞, Datang xiyuji Zan), escrita por el propio Xuanzang y su discípulo Bian Ji, puede leerse:
La escritura de ese país [India] se llama Escritura Celestial, y la lengua hablada Lengua Celestial; el lenguaje es eufemístico y recóndito, y los sonidos y melodías de las palabras se retroalimentan constantemente. Algunas veces un solo término abarca varios significados, mientras que otras veces un solo significado está representado por muchos términos diferentes […] Para traducir una lengua tan profunda y expresiva necesitamos traductores con sabiduría ilustrada.1
Todo un reto el de verter la lengua «celestial» en otra digamos más terrenal. Aun así, Xuanzang y su escuela lograron traducciones de gran precisión literaria, muchas de las cuales todavía siguen leyéndose en los templos chinos. El insigne monje murió en 664, habiendo traducido setenta y cinco obras en mil trescientos treinta y cinco tomos, incluido el enciclopédico Yogacara-bhumi (con prefacio del propio emperador). También escribió obra propia, principalmente sobre doctrina budista.
Sin embargo, su muerte solo fue el principio de la leyenda. Como señala el pensador rumano Mircea Eliade en su libro El mito del eterno retorno, tragedias y vidas excepcionales no tardan más de una generación en ser mitificadas, y así ocurrió con la de Xuanzang, de quien empezaron a contarse cuentos fantásticos sobre su viaje, hasta desembocar en 1592 en el clásico Viaje al oeste (西游记), que relata las increíbles aventuras del monje en compañía del rey mono —figura procedente seguramente del Ramayana— y otros tres discípulos (entre ellos, un cerdo). El propio Buda los protege, pues la carne del monje es considerada sagrada y proporciona inmortalidad, así que toda clase de criaturas ansían comérselo.
¿Cómo la vida de un simple monje en busca de lo que él creía entonces la máxima sabiduría terminó inspirando uno de los tres libros más importantes de la cultura china, del que se han hecho incontables series, películas y cómics (Bola de dragón, por ejemplo)? A veces, solo falta una chispa o una inspiración quijotesca para recorrer miles de kilómetros en busca de un tesoro de palabras, y luego, a partir de ellas, traduciéndolas, ampliar y ampliar la historia de nunca acabar. A veces, la creencia en algo que trasciende el bienestar personal conduce a una gloria interpersonal.
Cuenta la leyenda que antes de decidir partir al oeste, Xuanzang tuvo un sueño: cruzaba un océano saltando sobre flores de loto, a modo de piedras pasaderas; y, como el sendero se volvía cada vez más empinado, el monje resbalaba peligrosamente al agua; pero entonces sopló una brisa que lo elevó hasta el monte Meru, considerado el centro del universo por la tradición budista.
De las muchas interpretaciones que pueda recibir este sueño, una de ellas es que Xuanzang fue hijo de la ruta de la seda, esa autopista de cultura y comercio medieval. En su figura confluyeron siglos de intercambios elevados a su condición mágica y mitológica. Ahora bien, cuando el mundo se halla cartografiado al milímetro y nuestros cuerpos viajan virtualmente en instantáneas telellamadas, ¿qué huida cabe emprender en busca de lo todavía ignorado? Tal vez una huida hacia dentro, pero que revierta en lo de afuera.
Xuanzang no emprendió un viaje por placer, ni ánimo de aventura; tenía un objetivo, el de perfeccionar el conocimiento del budismo en China. Volvió con su tesoro no solo para compartirlo, sino para enriquecerlo, en extraña alquimia verbal. Y hasta el más modesto traductor es un peregrino de mundos por conocer; con su particular ruta de la seda y su monte Meru. Al final, el espacio se concentra en la palabra, es decir, en la lengua; y para hacerla hablar, basta un templo personal.
- (1) X. Cao y M. Franquesa Godia, «Monjes y traductores: Kumarajiva y Xuan Zang, difusores del budismo en China», Sendebar, núm. 31 (2020), pp. 231-249 [241]. volver
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