El Trujamán

Profesión

La traducción decreciente

Por Alicia Martorell
08/10/2025

La vida, sabe usted, nunca es tan buena ni tan mala como nos parece.

Guy de Maupassant

Hace unos días fue el Día de la Traducción. Supongo que me quedan varios días de estos para celebrar. Aunque estoy jubilada, tengo una jubilación de esas que permiten trabajar. Y sigo trabajando. Por la fuerza de las cosas, también estoy desenredando la madeja para recoger el hilo, y eso hace que vea las cosas de otra manera.

Para empezar, veo a muchas compañeras que buscan otro trabajo. Yo ya no voy a buscar otro trabajo. Si la IA o el cochino mercado se llevan el mío por delante (que no creo, o no en el tiempo que me queda), me jubilaré de verdad, no tengo fuerzas para reinventarme otra vez.

No es pereza, o no del todo, me reinventaría con solo diez años menos, lo he hecho muchas veces y para mí forma parte del orden de las cosas. No sé, añadiría idiomas (otra vez), cambiaría de sector (otra vez), aprendería a hacer cosas nuevas, que yo soy muy bien aprendida.

Pero tengo los años que tengo. No me voy a engañar: si meter el inglés me costó cinco años y sigo traduciendo como una tortuga con síndrome del impostor, si un máster en ingeniería lingüística me va a llevar como mínimo dos años (y eso suponiendo que todavía sea capaz de aprender a programar), no me parece realista montar un plan de negocio sobre esta base a los sesenta y ocho años. Si me va a dar por ponerme a estudiar, ya solo serán cosas que me apetezcan mucho y no tengan utilidad práctica (una habilidad que tengo que ejercitar bastante).

Tampoco me voy a poner a buscar clientes nuevos. Claro que, como todo el mundo, he perdido varios, algunos más importantes que otros. A algunos los echo de menos, a otros, no. Pero no me veo a estas alturas analizando mercados, planificando estrategias, tejiendo relaciones públicas, mandando correos. Eso lo haces porque, aunque no tenga resultados inmediatos, te quedan años de actividad y puedes permitirte jugar con el largo plazo o ir sembrando a ciegas, y ahora mi largo plazo es más bien corto.

Así que me conformaré con los clientes que tengo, pocos o muchos, y con los clientes que me caigan del cielo mientras ando papando moscas, que todavía los hay. Y haré más o menos lo que me venga en gana, que ya no tengo ansiedad por construir un refugio para días venideros, ni más apetencia que la de seguir aquí.

Lo que sí puedo decir, cuando me quedan muchos menos días de la traducción por delante que por detrás, es que, si me doy la vuelta, lo que veo es tan fantástico que no sé cómo dar las gracias, ni a quién.

La traducción no fue mi primera opción. Ni siquiera fue la segunda. Antes fui profesora de francés, profesora de literatura, productora de teatro, gestora cultural y otras cosas variadas y estupendas (sin contar otros trabajos no tan estupendos). Y antes de antes solo quería ser entomóloga o egiptóloga, no sé bien en qué orden.

Y un día, la traducción llegó por casualidad, como entran las cosas cuando dejas por sistema la puerta abierta. Y, desde ese día, que me valió (pero eso no lo voy a contar ahora) renunciar a mi falsa identidad francesa y comprarme el María Moliner, no he hecho ni he querido hacer otra cosa en la vida.

Y no es solo que he tenido durante cuarenta años un trabajo que me ha llenado de alegría y de emoción y hace que me levante cada mañana con ganas de abalanzarme sobre el teclado, es que tengo un trabajo que me exige estudiar, aprender cosas nuevas y variadas todos los días. Un trabajo que se construye sobre amontonar libros y leerlos. Un trabajo sin jefes ni patrias, en el que solo mando yo.

Y, sobre todo, es que he vivido en un entorno afortunado, rodeada de personas con las que es un placer compartir las fatigas, que me han enseñado cosas y me las siguen enseñando, algunas mayores que yo, pero la mayoría mucho más jóvenes, personas curiosas, entregadas. Personas que me han pasado testigos y a las que se los he pasado yo, personas con las que he vivido momentos buenos o malos, pero siempre tan encantadas como yo de llenar sus días traduciendo. Y eso ha sido lo mejor de todo.

Y, quién sabe, quizá ahora me pueda dedicar a traducir cada vez más despacio.


(artículo completo en el trujamán)


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