La traducción obliga a una constante toma de decisiones surgidas de procesos más o menos intensos de reflexión. A veces, son decisiones anodinas o automatizadas; otras, la reflexión puede ser más profunda y detenerse en diferentes niveles de interpretación. En ocasiones, la búsqueda de la palabra precisa puede exigir una resistencia odiseica a los cantos de las apariencias y un laborioso adentrarse más allá de lo que parece evidente. En otras, el fragmento o la frase traducidos no deberían aspirar a fijar un sentido, sino a permitir la apertura y la pluralidad.
En la primera página de El corazón de las tinieblas (1899), se nos presenta por boca de un narrador innominado a unos pasajeros que esperan el cambio de la marea a bordo de un yate fondeado en la desembocadura del Támesis y acabarán escuchando una historia contada por Charles Marlow. En el original inglés, uno de ellos recibe el nombre de Accountant. Esta es la única frase que alude directamente a él: «The Accountant had brought out already a box of dominoes and was toying architecturally with the bones».
Dado que el sustantivo inglés bones (‘huesos’) remite mediante el tropo retórico de la sinécdoque a las fichas del dominó, que estaban hechas (como también los dados) de hueso (o de marfil), una traducción correcta, que ya ofrecen algunos programas de traducción automática, podría ser: «El Contable ya había sacado una caja de dominó y jugaba arquitectónicamente con las fichas».
Además del narrador innominado y de Marlow, los otros tres pasajeros del yate son identificados en el texto con los nombres de Director of Companies, Lawyer y el ya mencionado Accountant (literalmente, Director de Compañías, Abogado y Contable). La crítica ha identificado a los amigos de Conrad que proporcionaron los modelos para esos personajes y ha documentado las excursiones en la yola Nellie, propiedad de George F. W. Hope (1854-1930), el Director de Compañías. Nuestro Contable en cuestión fue un tal William Brock Keen (1861-1941). La investigación en Internet lo localiza sin dificultad. Un aviso publicado en el diario oficial The London Gazette el 25 de febrero de 1890 lo presenta como agente judicial encargado de llevar a cabo la liquidación de una sociedad en quiebra. De modo que no se trata en absoluto de un simple empleado en el departamento de contabilidad de alguna compañía más o menos importante. Se trata, en realidad, de un chartered accountant, es decir, un contador público. A su muerte, ocurrida al cabo de una larga y próspera carrera profesional, dejó un patrimonio de más de cuarenta y una mil libras (equivalentes en poder adquisitivo actual a unos tres millones de euros). De modo que el impulso hacia la denotación y la palabra exacta aconsejaría aquí verter la palabra con un mayor grado de detalle y elegir una nominación más específica, más allá de la mera figura del «contable».
En cambio, en el otro extremo de la frase, ese mismo impulso denotativo, que en la traducción ofrecida más arriba convierte los «huesos» en «fichas», dificulta o incluso impide por completo un conjunto de relaciones que pueden establecerse a partir del original inglés. Y es que, en ese punto, la connotación, con su huida del diccionario y de los límites definidos, abre el texto a una significación plural. No resulta descabellado pensar que la mención al comienzo del relato a los huesos, unos huesos con los que se disponen a jugar unos personajes cuyas profesiones representan un estadio avanzado del capitalismo y con los que hace pequeñas construcciones el Contador Público, pueda remitir también a otros huesos, menos retóricos y que contribuyen a otras edificaciones. El original inglés permite sin forzamiento semejante interpretación.
Encontramos, así, en la misma frase ese «juego de pies», ese entrar y salir en los rangos de la denotación y la connotación que caracteriza la escritura literaria. Por ello, una traducción que aspire a no cerrar la obra a interpretaciones permitidas de modo coherente por el original aspirará también a no excluir esos bones que, además de ser las fichas de hueso de un pasatiempo, son también las trágicas fichas humanas en la gran partida que las potencias coloniales jugaron durante la segunda mitad del siglo xix: «El Contador Público ya había sacado una caja de dominó y jugueteaba arquitectónicamente con las fichas de hueso».
Según el narrador innominado, Marlow siempre cuenta en sus historias «experiencias inconclusas». En ellas, afirma, el significado de un episodio nunca está «dentro como una semilla sino fuera, envolviendo el relato que lo ha sacado al exterior». Conrad utiliza una experiencia real, una excursión en yate con tres amigos, pero curiosamente modifica la profesión del tercero (Edward G. Mears, 1857-1936), que era el próspero propietario de una carnicería, para convertirlo en el Abogado y completar así una terna simbólica, representativa del capitalismo de finales de siglo.
De modo que el relato no se limita a contar la historia de Marlow o la historia de Kurtz, con todos los dilemas morales asociados a ellas, ni tampoco únicamente a denunciar las atrocidades congoleñas del infame monarca belga que fue Leopoldo II. Incluido en la historia que enmarca la narración de Marlow, el anodino gesto de juguetear con las fichas de dominó permite atisbar una interpelación más general en esos «huesos» fácilmente invisibilizados en una traducción o en una lectura rápida. Y podemos ver en ellos una posible refutación de la crítica poscolonial que a finales del siglo pasado tildó a Conrad de ser un partidario del imperialismo. Las sociedades capitalistas contemporáneas, dice el escritor responsable de imaginar la escena (no Marlow, ni tampoco el narrador del relato marco), construyen su civilidad y su prosperidad sobre el expolio y la muerte.
De modo anticipado y en la cáscara del relato de Marlow, la imagen creada por Conrad del Contador y sus fichas condensa sin palabras un mensaje que a continuación desgranará la voz de Marlow en la oscuridad: la supremacía se construye sobre el sufrimiento y la muerte de los sojuzgados. La imagen de los huesos permite un vislumbre del pensamiento de un escritor escurridizo que se esconde tras dos narradores interpuestos (el innominado y Marlow). Su visión coincide con el análisis realizado por otro emigrante europeo afincado en Inglaterra en una obra titulada El capital y publicada en inglés doce años antes. La coincidencia se detiene ahí: aunque su crítica al sistema colonial era implacable, el aristócrata Conrad era un individualista del todo ajeno al ideario socialista y con una profunda desconfianza ante todo idealismo revolucionario.
Tenemos, pues, dos traducciones. Una, ceñida a la denotación, aséptica, automática, rápida, confinada a unos límites semánticos precisos; otra, pausada, desautomatizada, creada sobre la denotación pero abierta a la escapada al mar abierto de la connotación y al reconocimiento de cierta dimensión política.1
- (1) Referencias: Los datos sobre William Brock Keen y Edward Gardner Mears se encuentran en J. H. Stape y Owen Knowles, «Marlow’s Audience in “Youth” and “Heart of Darkness”: A Historical Note», The Conradian, 31:1 (primavera 2006), pp. 104-116. La crítica poscolonial más feroz fue la de Chinua Achebe («An Image of Africa», The Massachussetts Review, 18 [1977]); en Edward Said, la posición es mucho más matizada (Culture and Imperialism, 1994; existe trad. cast.: Cultura e imperialismo, trad. Nora Catelli, Anagrama, 1996). Karl Marx trata sobre el sistema colonial en el capítulo XXIV del tomo I de El capital. volver
(artículo completo en el trujamán)
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