Tríptico sobre trabajo editorial (2). Cortijo cultural (purgatorio)
Por Javier Roma
02/07/2025
El entusiasmo en su potencia de arrastre y fuerza creadora siempre nos hizo y nos hace tan frágiles como poderosos.
Remedios Zafra (El entusiasmo, 2017)
Al señorito se le rinde pleitesía, se les enseña a los jornaleros. Ante el patrón hay que mostrar disciplina al menos desde la entrada hasta la salida del puesto de trabajo, se les inculca a los obreros industriales. Los trabajadores culturales por cuenta propia tienen bien aprendido que ante el director de una empresa o ante el encargado de turno se pone buena cara, se enarbola la versatilidad y se derrocha entusiasmo.
En tiempos de latifundismo, los cortijeros sacan pecho palomo. A su vez, vista su impunidad por la falta de regulación en la praxis caciquil, a algunos minifundistas se les abre la posibilidad de perpetuarla en favor propio. Cosa que por otro lado da trabajo y así, con el sudor de los jornaleros, se pone la tierra en movimiento. Además, si les va bien, llegado el momento estos minifundistas siempre podrán vender su terruño al homólogo corporativo del señorito Iván que toque.
En el cortijo cultural, esto es en parte posible porque a los jornaleros de la cultura se les valora en gran medida por su pasión vocacional y por su capacidad para bregar, para cobrar poco o nada a cambio de trabajar de lo suyo. Y estar, además, agradecidos por ello. Esto resulta muy conveniente para las empresas regentadas por cortijeros culturales, porque así estos tienen a su disposición una cola de entusiastas en espera, con las manos extendidas por si caen unas migajas; a no ser que terminen abandonando el barco por falta de pan. (☛)
A muchos trabajadores culturales que se empeñan en capear el temporal mientras la barcaza se mantenga a flote no les queda otra que buscar sustento fuera de la cultura. De hecho, hay muchos traductores editoriales que viven de la docencia, de traducir o corregir textos de marketing o institucionales o médicos o comerciales, de la gestión de proyectos, de entrenar a la máquina de marras, de las rentas o de nada de todo lo anterior. Como dijo una vez una camarada traductora, una posible vía política para abordar esta dispersión es abogar más por el existente estatuto del trabajador, al menos a la espera de un anhelado estatuto del artista.
En parte, el trabajador cultural independiente se suele afanar porque aspira a una situación más o menos estable, cuando no a un puesto dignamente remunerado. Como señala Lea Ypi «la esperanza es algo por lo que hay que luchar. Pero se llega a un punto en que se convierte en ilusión; eso puede ser muy peligroso. Todo se reduce a cómo se interpreten los hechos» (Libre, 2023). Tal como está el sector cultural en general, y el editorial en particular, de momento nos corresponde a nosotras, las trabajadoras, sacudirnos la inocencia e interpretar los hechos de manera que logremos discernir la esperanza de la ilusión.
En la traducción editorial, por el caminito que llevamos de concebir la profesión como afición, no sería de extrañar que se intensificase la tendencia actual de fuga de cerebros hacia otros sectores u oficios. Puestos a trabajar prácticamente gratis, tal vez llegue el momento en que, una vez ganado el jornal por otro lado, los traductores decidan dedicar su tiempo libre a cultivar su curiosidad literaria, cultural o intelectual por derroteros ajenos a la traducción.
Tal vez siempre quede alguien haciendo cola en la puerta de los cortijos, o tal vez no. En todo caso, sin un fomento valiente de la cultura, nada indica que esta vaya a conseguir alimentarse por sí misma. O, lo que es mucho peor, nada indica que no la vayan a alimentar tecnófilos o fanáticos de cualquier ralea.
Desde luego a estas alturas nada de esto nos pilla por sorpresa. Porque lo tenemos delante. Una buena parte de la cultura está en juego, ya que sin mentes involucradas en las tareas creativas esta podría quedar herida de gravedad y por tanto al alcance del mejor postor. Está por ver hasta dónde podrán aguantar unos jornaleros tan vivarachos como famélicos con el puñado de perras limosneras que, de vez en cuando, tiene a bien concederles el patrón.
Ver todos los artículos de «Tríptico sobre trabajo editorial»