En el libro La invención de Jesús de Nazaret, una obra fascinante tanto por su contenido como por el placer intelectual de asistir a un metódico despliegue de análisis y validación o refutación de los indicios disponibles, el historiador de las religiones Fernando Bermejo Rubio se esfuerza por desbrozar lo que podemos saber de cierto o con una probabilidad aceptable de certeza sobre Jesús de Nazaret a partir de los testimonios que nos han llegado de diferentes fuentes y el conocimiento del contexto histórico y social de la Palestina romana del siglo i. Sobre la base de lo que cabría considerar como el núcleo de mayor historicidad por haber quedado consignado en documentos de múltiples procedencias, a saber, que fue crucificado en el monte Gólgota en torno al año 30, varias secciones del libro analizan el episodio y la identidad de los otros dos ejecutados con él a quienes Marcos se refiere en su evangelio (15:27) con la palabra griega lestái («λῃσταί»), plural de lestés («λῃστής»), ‘bandido’. Según el diccionario de Liddell-Scott-Jones, el sentido original de la palabra es «ladrón de ganado, cuatrero» y de ahí pasó a «bandolero» y a «combatiente irregular», opuestos estos últimos sentidos al de simple caco, kléptes («κλέπτης»).
Una oposición similar a lestés-kléptes se dio en latín con latro-fur. Latrones, el correlato de lestái, fue utilizado más tarde en la Vulgata: «et cum eo crucifigunt duos latrones unum a dextris et alium a sinistris ejus». Aunque Lutero subrayó el carácter criminal de los ajusticiados y tradujo Mörder (‘asesinos’), las versiones a las lenguas modernas mantuvieron por lo general la palabra ladrones, cuyo significado principal es el de «amigos de lo ajeno»; a veces, con variantes como bandidos o bandoleros, que elevan un poco el nivel de la violencia involucrada en sus actividades (categorizables siempre penalmente en el ámbito del derecho común). En cualquier caso, en el imaginario colectivo, la imagen que ha cristalizado es la de dos ladrones, el bueno y el malo.
Ahora bien, la denominación bandido fue aplicada por Roma a los rebeldes o facciosos contrarios al poder imperial; y así, por ejemplo, es usada por el historiador judeorromano Flavio Josefo en La guerra de los judíos, una historia de la revuelta judía contra la ocupación romana que estalló en 66 e. c. y no fue sofocada por completo hasta 74 e. c. Por otra parte, parece ser que, al menos hasta esa revuelta, la pena de la crucifixión se aplicó en Judea de modo casi exclusivo a los insurgentes políticos. En su muy documentado libro, Bermejo se basa en esos indicios y muchos otros para inferir que (todos) los crucificados estuvieron implicados en algún tipo de resistencia política (armada) contra la dominación romana.
Nuestros ladrones, introducidos de repente en la narración evangélica de lo ocurrido en el Gólgota y sin historia propia ni relación aparente con el principal crucificado, fueron bandidos desde el punto de vista del Imperio; en cambio, desde el punto de vista nacionalista judío, habrían recibido la consideración de heroicos resistentes. La utilización en los evangelios de bandidos (además de Marcos, también Mateo 27:38) o malhechores (Lucas 23:39), términos del poder hegemónico, pone de manifiesto por parte de los autores neotestamentarios una postura prorromana que Bermejo enmarca en un proyecto ideológico más amplio de desjudeización y despolitización de la figura de Jesús de Nazaret, de quien parece verosímil suponer que estuvo relacionado con los otros dos (o más) ejecutados.
Con el tiempo, el salto a las traducciones facilitó que la designación peyorativa cargada de tintes políticos se difuminara y que en su lugar se consolidaran unas identidades despolitizadas y culpables únicamente de delitos comunes; y, de ese modo, los insurgentes armados son hoy para nosotros vulgares delincuentes. La traducción ladrones abandona el sentido pragmático original (es decir, el contenido dependiente del contexto y la intención del emisor) y nos deja con una cáscara hueca, el significado semántico general, literal y no específico.
Como en el caso del Moisés bicorne (☛) esculpido por Miguel Ángel en el cual los cuernos que sobresalen de la frente y que representaban el rostro glorificado por Dios fueron leídos siglos después literalmente como cuernos (y, de paso, como error de traducción), al final nos quedamos con las cáscaras de las palabras y, al traducirlas, hacemos con ellas lo que podemos (o lo que queremos).
En la traducción de lestái, la opción ladrones contribuye a reforzar una visión de un Jesús de Nazaret ajeno a la política y en las antípodas de un visionario mesiánico y un revolucionario antirromano; una visión utilizada por sus primeros seguidores para explicarse lo ocurrido y autolegitimarse ante el fracaso de unas expectativas no cumplidas y su fallido episodio de resistencia antirromana; una visión sobre la que, con el tiempo, se ha edificado toda una Iglesia.
Ocurre con las traducciones, sirven propósitos. Consciente o inconscientemente, las usamos para articular discursos ideológicos, mitos y ficciones; nos enfrentan a la otredad y la enmascaran o la revelan, según convenga; nos definen en ese contraste y nos ayudan con ello a alzar nuestros edificios culturales. La lectura del ladrón o malhechor común resultaba totalmente coherente con los fines del relato evangélico. Siglos de traducciones han contribuido a que nuestros dos ajusticiados fueran extraídos de la historia y pasaran al mito, convertidos en teselas de un gran mosaico salvífico. Y así del ladrón sólo nos quedó su nombre. Nomina nuda tenemus.1
- (1) La referencia del libro de Fernando Bermejo Rubio que ha dado pie a este texto es La invención de Jesús de Nazaret, Madrid, Akal, 2024, ed. ampliada y actualizada. Para Flavio Josefo, se ha consultado La guerra de los judíos, intr., trad. y not. de Jesús M.ª Nieto Ibáñez, Madrid, Gredos, 1997; en especial, el libro IV. Deseo agradecer la guía filológica recibida del profesor Jaume Pórtulas, de la Universidad de Barcelona, en relación con los términos griegos comentados. volver
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