I
Los primeros usos en castellano de la palabra libertario como sinónimo de anarquista pueden rastrearse en la prensa peninsular de la última década del siglo xix. El 20 de marzo de 1892, La Correspondencia de España publicó una nota firmada por R. Blasco y titulada «Conversación con un anarquista» en la que se mencionaba una agrupación parisina llamada «los Libertarios». Es muy posible que existan apariciones anteriores en periódicos o, quizás, en traducciones. Al parecer, el primer diccionario en castellano que consigna el término es el Nuevo diccionario enciclopédico ilustrado de la lengua castellana de Miguel de Toro y Gómez, publicado en 1901: «Libertario: Partidario de la libertad absoluta, anarquista».
La primera persona que utilizó la palabra libertario con ese sentido fue el francés Joseph Déjacque (1821-1865). Militante socialista, poeta y propagandista, fue encarcelado tras la revolución de 1848; detenido y condenado de nuevo en 1851, escapó a Inglaterra y luego a los Estados Unidos. Regresó a Francia en 1862 gracias a una amnistía y murió algo después en un hospicio parisino. En mayo de 1857, estando en Nueva Orleans, publicó un panfleto titulado Del ser humano varón y hembra. Carta a P. J. Proudhon, en el que atacó con fiereza los puntos de vista de Pierre Proudhon, contrarios a la igualdad y la emancipación de la mujer:
Anarquista del justo medio, liberal y no LIBERTARIO, desea el librecambio para el algodón y las velas, y propugna sistemas protectores del hombre contra la mujer, en la circulación de las pasiones humanas; vocifera contra los grandes barones del capital, y quiere reedificar la gran baronía del varón sobre la vasalla hembra; lógico con antiparras, ve al hombre con la lupa que aumenta los objetos y a la mujer con la lente que los disminuye [...] ¡Es usted un lisiado!
A partir del año siguiente, ya desde Nueva York, publicó un periódico dirigido a la comunidad francófona, Le Libertaire, del que aparecieron veintisiete números a lo largo de poco más de dos años y medio, entre el 9 de junio de 1858 y el 4 de febrero de 1861. En Francia, el término fue difundiéndose a partir de la década de 1880. En los primeros años de la década de 1890, cobraron fuerza entre algunos sectores radicalizados del movimiento anarquista las tácticas de la propaganda por el hecho, unas prácticas «aceleracionistas» (censuradas por muchos; entre ellos, Kropotkin) que primaban los atentados por encima de la acción colectiva en favor del hermoso ideal de una sociedad utópica. La draconiana represión gubernamental y el deseo de eludir la prohibición de las publicaciones anarquistas llevaron al auge de la palabra libertaire, que también arraigó en esa última década del siglo al otro lado de los Pirineos.
II
En la actualidad, los asuntos del mundo han puesto en primer plano a una serie de personajes rutinariamente definidos en los medios de comunicación como «libertarios», pero cuyo ideario político no se sitúa en la gama de lo rojinegro sino que conjuga lo turbio con lo pardo. Son seguidores de la doctrina política que recibe el nombre de libertarismo y que defiende (también) la desaparición del Estado, pero en beneficio de la absoluta libertad del mercado (de ahí el confuso nombre que también se le ha dado, anarcocapitalismo) y no en favor de unas comunidades autoorganizadas basadas en la cooperación, la equidad y unos fuertes valores éticos.
Dicha filosofía política tiene sus raíces modernas en los sectores conservadores estadounidenses opuestos a la intervención estatal en la economía propugnada por el New Deal de Roosevelt para combatir la Gran Depresión. En el ámbito anglosajón, el término libertarian (en su nueva acepción) cobró fuerza a partir de la década de 1960 gracias a las obras del estadounidense Murray Rothbard. El propósito era distinguir esa corriente ultraliberal del liberalismo más clásico y, además, huir de la etiqueta «liberal» que en el ámbito político estadounidense rozaba la socialdemocracia.
El propio Rothbard presumió de esa apropiación léxica en su libro The Betrayal of American Right (1973):
Un aspecto gratificante de nuestro ascenso a cierta posición preeminente es que, por primera vez que yo recuerde, hemos, los de «nuestro bando», capturado al enemigo una palabra crucial. Otros términos, como liberal, se habían identificado en un origen con los partidarios del laissez-faire, pero fueron capturados por los estatistas de izquierda, lo cual nos obligó en la década de 1940 a denominarnos de un modo bastante asténico liberales «auténticos» o «clásicos». Libertarios, en cambio, era sencillamente desde hacía tiempo una forma educada de referirse a los anarquistas de izquierda, es decir, a los anarquistas contrarios a la propiedad privada, ya fueran de tendencia comunista o sindicalista. Sin embargo, nos hemos apoderado de ella, y de un modo más adecuado desde el punto de vista etimológico, puesto que somos defensores de la libertad individual y, por lo tanto, del derecho individual a la propiedad.
III
El uso de libertario para aludir a los «anarquistas de derecha» tiene, al menos, dos inconvenientes. Por un lado, añade confusión terminológica puesto que introduce de modo innecesario un sentido nuevo en una palabra con un sentido muy preciso y una arraigada tradición en castellano. Por otro, supone aceptar —un argumento al que deberían ser especialmente sensibles los sectores situados a la izquierda del espectro político— el robo del que se vanaglorió Rothbard.
En Francia, a finales de la década de 1970, el periodista económico Henri Lepage tradujo el término libertarian por libertarien, precisamente para evitar la confusión con el tradicional libertaire. En castellano, el término también se ha traducido en algunas ocasiones por libertariano. Es una opción posible, aunque el sufijo -ano parece predominar en la derivación de gentilicios y epónimos (formados a partir de nombres de lugar o de persona, como americano o cartesiano). Dado que disponemos del sufijo -ista con el que se forman habitualmente lo que podríamos llamar acolitónimos, nombres de partidarios de una idea o una doctrina, una derivación natural para los partidarios del libertarismo sería libertaristas. Es lo que ocurre con capitalista, socialista o feminista, por ejemplo; es decir, partidarios del capitalismo, el socialismo o el feminismo, respectivamente. Y, de ese modo, no habría robo ni confusión entre quienes se congregan bajo la bandera amarilla de la serpiente de cascabel y quienes se reclaman de la A inscrita en un círculo ideada en 1964 en París por Tomás Ibáñez.1
- (1) Referencias: El ejemplar citado de La Correspondencia de España puede consultarse en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España. El título original del panfleto de Joseph Déjacque es De l’être humain mâle et femelle. Lettre ouverte a P. J Proudhon, y la obra se encuentra fácilmente en Internet. La referencia de la cita del libro de Murray Rothbard (cuya primera edición apareció en 1973) es The Betrayal of American Right, Auburn (Alabama), Ludwig von Mises Institute, 2007, p. 83 (accesible a través de Google Books. Henri Lepage utilizó la traducción libertarien en su artículo «Du nouveau en économie-politique: le capitalisme libertarien», Réalités, 373 (marzo 1977), pp. 48-53; y al año siguiente en su libro Demain le capitalisme, París, Livre de Poche, 1978. Sobre el origen del símbolo de la A inscrita en una circunferencia, puede consultarse este texto de Tomás Ibáñez, La A en un círculo. Quiero agradecer las conversaciones mantenidas a lo largo de la redacción de este texto con Pablo Moíño, José Antonio Millán, Javier Guerrero, Gabriel Dols, César Montoliu, Miguel Ángel Navarrete, Luis González y Tomás Ibáñez. volver
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