Viernes, 14 de noviembre de 2025.
El pasado mes de febrero se concedió ex aequo el VII Premio Complutense de Traducción «José Gómez Hermosilla» 2024 a Vicente Cristóbal López y Gemma Rovira Ortega. Reproducimos aquí sus palabras en la ceremonia de entrega.
Quiero empezar dando las gracias al jurado por este reconocimiento, que recibo con mucha ilusión; a ACE Traductores y a la Facultad de Filología; a Lo Relacional por haber presentado mi candidatura; y a mi marido y a mis hijos por su apoyo constante.
También me gustaría compartir con vosotros una muestra de mi trabajo reciente, con la esperanza de que sirva para ilustrar cómo la traducción se entreteje con mi día a día.
El anuncio del fallo me encontró recuperándome de la entrega de una traducción de más de mil páginas (La tumba veloz, de Robert Galbraith). Era la séptima entrega de una serie de novelas de detectives en la que llevo años trabajando y que, además de las dificultades propias de las obras del género, como la complejidad argumental, el argot o la jerga policial y jurídica, me planteaba otros retos como, por ejemplo, cómo traducir los epígrafes de más de cien capítulos, que consistían en citas del I ching o Libro de los cambios. En el volumen anterior de la serie, Un corazón tan negro, los epígrafes estaban compuestos por breves fragmentos de poemas escritos por poetas victorianas que, en la mayoría de los casos, nunca se habían traducido al español. En otro anterior, El oficio del mal, estaban extraídos de las canciones del grupo de rock Blue Öyster Cult, y evidentemente eran muy distintos de los de El gusano de seda, sacados de obras de dramaturgos del Renacimiento inglés muy poco conocidos para el gran público actual.
Por eso supuso un alivio, o casi un descanso, traducir a continuación un libro infantil de menos de cien páginas titulado La lechuza que tenía miedo de la oscuridad, de Jill Tomlinson, que es el que he venido revisando en el tren. Este encargo entrañaba otro tipo de dificultades: requería concisión y claridad; exigía tener siempre presente que traducía para un público infantil; implicaba elegir con cuidado el grado de complejidad léxica, mantener un tono humorístico sutil y, al mismo tiempo, respetar la intención pedagógica de la autora. La lechuza del libro, que aparece en las ilustraciones, no podía ser un búho ni un mochuelo, a pesar de que la palabra inglesa owl se presta a confusiones, puesto que tenía un disco facial con forma de corazón; yo debía encontrar la forma de ser convincente, por ejemplo, al transcribir su canto con un «shhhrrr» y no con un «tiuu», porque no se trataba de un autillo.
Mañana, cuando regrese a la rutina, seguiré con la traducción de otra novela que me tendrá ocupada un par de meses más, Our Evenings. Es la última obra de Alan Hollinghurst, un autor al que ya había traducido antes. Se trata de una historia en primera persona (concretamente, las memorias de un actor) que transcurre en Inglaterra y abarca varias décadas, desde los años sesenta hasta la pandemia. Me exige una atención absoluta y un ajuste constante del tono, y todavía estoy familiarizándome con la sensación de que el autor narra lo que no sucede además de lo que sucede, de que describe no sólo lo que quiere que veamos, sino también lo que falta. Espero que haber salido unas horas de mi despacho me ilumine, entre otras cosas, respecto al título, aunque todavía tengo mucho tiempo para decidirlo: ¿Nuestras noches? ¿Nuestras veladas?
Como el plazo de entrega de este último trabajo es bastante razonable, confío en no llegar agotada al siguiente encargo, la traducción de Cumbres borrascosas de Emily Brontë. No será la primera vez que me enfrente a un clásico después de traducir una novela contemporánea, y afortunadamente los traductores somos especialistas en borrar nuestra pizarra mental y cambiar rápidamente de herramientas para trabajar en obras de lo más diverso. De momento todavía estoy en una fase muy lúdica del proceso de preparación, que consiste en ver varias adaptaciones cinematográficas de la novela y leer tanto obras coetáneas como textos críticos sobre Cumbres borrascosas.
Ésos son los últimos libros en los que he trabajado y en los que voy a trabajar próximamente, y creo que son una buena muestra de los desafíos a los que nos enfrenta nuestro oficio.
Quizá parezca exagerado comparar a los traductores modernos con los polímatas renacentistas, pero lo cierto es que se nos exige ser competentes en numerosas disciplinas, además de conocer varias lenguas, culturas y épocas. Y este afán de saber, indisociable de nuestra curiosidad y nuestro rigor, es lo que nos guía y acompaña día a día, página a página, libro a libro, a lo largo de toda una vida.

La Facultad de Filología de la UCM, en colaboración con ACE Traductores, convoca una nueva edición de los Premios Complutenses de Traducción. Al igual que en años anteriores, por un lado se convoca el Premio Complutense de Traducción Universitaria Valentín García Yebra, dirigido a estudiantes que cursen estudios oficiales en universidades españolas, y, por otro, el Premio Complutense José Gómez Hermosilla, que premia la trayectoria de un/a traductor/a de prestigio.
El plazo para participar en ambos galardones concluye el 10 de febrero de 2026.
Las bases de los premios pueden consultarse en este enlace.


