Entrevista a J. M. Coetzee y Mariana Dimópulos a propósito de Don de lenguas, Gudrun Palomino

Martes, 30 de septiembre de 2025, Día Mundial de la Traducción

Tras la conferencia «Los lenguajes del arte» que la escritora y traductora Mariana Dimópulos y el ganador del Premio Nobel de Literatura J. M. Coetzee dictaron en el Museo del Prado, se publica en la editorial El hilo de Ariadna Don de lenguas, un nuevo diálogo entre ambos. Sin embargo, este libro no solo es una conversación entre un autor y su traductora, sino que es tanto una celebración como una reflexión sobre los aspectos ideológicos de los idiomas, las experiencias lingüísticas y la ética y la política de la traducción. En esta entrevista Gudrun Palomino conversa con Mariana Dimópulos y J. M. Coetzee para ACE Traductores sobre la razón por la que la novela El polaco, su traducción y su edición supusieron un acto político en el sistema editorial, el papel de los traductores –en cuestión de ética y también de difusión dentro de un canon literario–, la verdad en la traducción y el problema acuciante de la inteligencia artificial generativa en nuestra profesión.

Mariana Dimópulos y J.M. Coetzee

© Yves noir Sprachsalz Festival www.sprachsalz.com)

Esta entrevista se publica con motivo del Día Mundial de la Traducción 2025. La redacción de Vasos Comunicantes quiere dar las gracias a todos los participantes.

Gudrun Palomino: ¿Cómo surgió la publicación de Don de lenguas? ¿Se debe únicamente a la traducción de El polaco?

Mariana Dimópulos: La publicación de Don de lenguas surgió de una colaboración de traducción, pero basada en ideas ya compartidas. Lo decisivo fue el impulso de nuestra editora, Soledad Costantini, de dar a conocer ese «gesto» de J. M. Coetzee en formato de libro. Es decir, explorar en mayor profundidad la idea de J. M. Coetzee de hacer circular sus últimas obras primero en castellano y luego en inglés, como si la traducción fuera el original. Es un gesto subversivo del orden «natural» no solo de los hechos en el sentido más puro, pues es imposible traducir algo no escrito –primero tiene que estar el original– sino también en el sentido político. No se trata de cualquier lengua, sino de renunciar momentáneamente a la primacía del inglés. Claro, en este caso en favor del castellano, que es otra lengua mundial, pero de ningún modo con la importancia y predominancia del inglés, que es hoy indiscutible. Este panorama cambiará en las próximas décadas, pero ese es otro tema.

Gudrun Palomino: ¿Qué papel desempeña la traducción como forma de mantener y ampliar un canon literario?

Mariana Dimópulos: La traducción siempre ha ejercido un papel de ampliación de la cultura en la que se practica. Es una cuestión puramente numérica: una traducción traslada algo escrito en una lengua a otra esfera lingüística y, en ese sentido, amplía lo que había disponible en esta segunda lengua hasta entonces. Si se traduce desde la misma lengua hacia el resto, como hoy ocurre en parte con la dominación del inglés –y ha ocurrido, no debemos olvidar, con otras lenguas dominantes en otros momentos de la historia– el enriquecimiento es menor. Con respecto al canon, las opiniones varían. El canon mundial está, mayormente, sustentado por el dominio de una lengua, pero es variado (no todo lo canónico está escrito en inglés, digamos). La traducción, en este sentido, reacciona a las tendencias que la lengua dominante impone, y pocas veces decide por sí misma. Pero hay casos en que puede ser decisiva. Por ejemplo, en el caso de la Premio Nobel Olga Tokarczuk. Es muy probable que sin la traducción de Jennifer Croft al inglés ese premio nunca hubiera existido.

Gudrun Palomino: Ahora que mencionamos el Premio Nobel… Como autor, ¿cómo ha recibido las traducciones de sus obras? ¿Piensa que, además de los reconocimientos que usted ha recibido, con el Booker para obras como Desgracia y posteriormente el Nobel, han sido las traducciones las que han posibilitado el alcance global de su obra?

J. M. Coetzee: Sí, es cierto, sin duda. Me han traducido a idiomas como el maratí, el kurdo, el georgiano y a muchos otros y nunca hubiera imaginado que sus hablantes nativos pudieran estar interesados en lo que tengo que decir. Hay unos cuantos idiomas que sé lo suficientemente bien como para poder comprobar la fidelidad de la traducción de mis libros, y en casi todos los casos me ha impresionado tanto la competencia de los traductores como su dedicación para reflejar cada matiz del texto.

Gudrun Palomino: J. M. Coetzee llega a la conclusión en Don de lenguas de que «la escritura congela el idioma». ¿Las traducciones deben actualizarse al lenguaje actual o al pensamiento actual? Pienso, por ejemplo, en la traducción de Emily Wilson de la Odisea, en la que optó por traducir el término griego douloi no como «sirvientes», sino como «esclavos», para resaltar las relaciones de poder que presentaba Homero. También fue consciente de las elecciones de términos de otros traductores, que utilizaban un lenguaje misógino cuya connotación no estaba presente en la Odisea.

Mariana Dimópulos: Las traducciones –diría que en todos los casos– actualizan un original que no es contemporáneo, lo quieran o no. Aun cuando existan traducciones que se propongan ser arcaizantes, es decir, «sonar antiguas», en general la lengua que hablamos es siempre la del presente, y en esa lengua traducimos. Pero no solo a nivel lingüístico una traducción es una actualización, sino también a nivel conceptual y de las ideas. Eso explica el porqué de la retraducción, sobre todo en filosofía, pero también en el ensayo y en la traducción de «ficción». El caso de «sirvientes» y «esclavos» no es una actualización puramente lingüística, sino, ante todo, conceptual. En este sentido, la traducción es un elemento clave para vitalizar el acervo de la tradición, hacerlo presente, volver a apropiarlo. Este hecho se puede comprobar a través de la historia de la traducción en las lenguas europeas, una y otra vez.

Gudrun Palomino: Según la poeta y traductora Anne Carson, traducir es situarse en el límite de una palabra y ver otro mundo a través de una grieta, en la que se encuentran palabras a las que no se puede acceder. Me recordó una de sus reflexiones presentes en Don de lenguas: «La certeza de que en algún lado se encuentra la palabra que corresponde a la idea que tenemos en mente, aunque no podamos encontrarla». ¿En la traducción siempre se da esa imposibilidad? ¿Podemos acceder a otras palabras o conceptos a través de otros métodos traductológicos que no sean la equivalencia total entre dos palabras exactas?

J. M. Coetzee: No había visto esta observación de Anne Carson antes, pero supongo que reflexiona sobre la traducción de las llamadas lenguas muertas, idiomas de los que no queda ningún hablante nativo, como el griego antiguo. Cuando se lee y se intenta comprender un texto en una lengua muerta, en la medida en la que los estudios preparan a alguien para ello, imagino que, efectivamente, el traductor se asoma a un mundo inalcanzable, adivinando o intentando concebir lo que las palabras que lee debieron significar para los muertos.

Gudrun Palomino: ¿Qué debería hacer un traductor o una traductora cuando se enfrenta a un término o a una imagen que no es ética dentro del texto origen? ¿Qué papel tiene en estos casos la ética en la traducción? ¿Se debería cambiar la imagen, matizarla o modificarla, o ser fiel al mensaje original? ¿Su decisión depende del contexto de publicación? ¿El traductor tiene en estos casos la última palabra dentro del proceso editorial?

Mariana Dimópulos: Este tema se discute con cierto detalle en nuestro diálogo. Nuestras posiciones son algo distintas. En mi caso, tiendo a defender la literalidad, aunque, por supuesto, aquí es decisivo el contexto de publicación. ¿Por qué defiendo la literalidad? De ningún modo porque crea que en la traducción no deba haber un compromiso ético, todo lo contrario. Pero la pregunta es dónde reside ese compromiso. Creo que la traductora y el traductor han tenido en la historia el deber (ético) de participar activamente en la construcción de una tradición y en el intercambio cultural. La traducción, ya de por sí, siempre es una suerte de «negociación», es el arte de hacer equivalencias y sustentarlas del mejor modo posible. Si además la traducción cambiara según la postura de los traductores durante el tiempo, la tradición no sería jamás lo que ha sido. Por supuesto, siempre se puede volver al original y «corregir» una traducción no fiel por motivos éticos. Pero para que esto ocurra puede pasar mucho tiempo. Y, entretanto, la tradición ya ha sido modificada. Multipliquemos estas decisiones «éticas» de la traducción en todos los libros y en todas las circunstancias a través de la historia: entonces la tradición habrá desaparecido y se habrá abierto la puerta, así, a la paráfrasis o a la adaptación. Ya no se tratará de traducciones.

Gudrun Palomino: En El buen relato: Conversaciones sobre la verdad, la ficción y la terapia psicoanalítica, nos dice: «La verdad poética se basa por un lado en reflejar el mundo con precisión (“verdaderamente”), pero también es una cuestión de coherencia interna, de elegancia y cosas por el estilo». ¿Qué diferencia podría haber entre la verdad poética y la verdad de una traducción? ¿Los traductores nos debemos regir por la verdad, sea cual sea su definición?

J. M. Coetzee: Cuando el traductor o la traductora ha encontrado una forma de plasmar tanto el sentido literal del texto original como también su carácter único, que se plasman a través de rasgos estilísticos como el ritmo y el equilibrio sintáctico, es cuando creo que ha producido una traducción verdadera.

Gudrun Palomino: Ha dicho usted que la inteligencia artificial hará que la traducción no sea necesaria y acabará con la lengua en común. ¿Cree que será así también en la traducción literaria? También comenta que el inglés perderá preminencia global con la inteligencia artificial. ¿Podría ampliar estas reflexiones?

Mariana Dimópulos: Hace unas pocas semanas, el servicio de traducción automática de DeepL anunció que estaba a punto de ofrecer una nueva forma de uso de la traducción instantánea: la de la lengua hablada. Se trata de la traducción de voz-a-voz. Las dificultades, hasta ahora, no eran solo de refinamiento de los datos y reducción de errores, sino de la naturaleza temporal de la lengua. Cuando empiezo una frase, en castellano, puede que el verbo, pongamos, cambie de valor semántico una vez terminada la frase. Esto lo vemos en el trabajo de los intérpretes: a veces se deciden por un sentido y deben cambiarlo luego al terminar de escuchar la frase de un conferenciante, es decir, corregirse en el avance de los intercambios. Esto produce «latencia» y «titubeo», una espera que en la dinámica de los intercambios lingüísticos tiene efectos negativos sobre la comunicación. Pero una vez que esta tecnología progrese lo suficiente en la cancelación de la latencia y se generalice –y sin dudas lo hará–, no será necesaria una lingua franca como el inglés. Cualquiera podrá hablar en su lengua materna y será oído en la lengua del otro. Esto significa que menos hablantes deberán aprender la lengua del dominio para comunicarse con los demás. Así, lo inimaginable acabará por suceder, con el paso del tiempo y otras transformaciones, seguramente, de orden político y económico: el inglés perderá su dominio.

J. M. Coetzee

John Maxwell Coetzee nació en Ciudad del Cabo en 1940, y se crio en Sudáfrica y Estados Unidos. Es profesor de Literatura, traductor, lingüista y crítico literario. Publicó varias novelas, entre ellas En medio de ninguna parte (1977) y Esperando a los bárbaros (1980), ambas ganadoras del premio literario sudafricano CNA; Vida y época de Michael K (1983), Booker Prize y Prix Femina étranger; Foe (1986); Infancia (1998); Desgracia (1999), nuevamente Booker Prize; La infancia de Jesús (2013), Los días de Jesús en la escuela (2017), La muerte de Jesús (2019) y la última, El polaco (2022). También ha publicado libros de relatos y varios libros de ensayos, entre ellos: Mecanismos internos (2007); Cartas de navegación (1992) y Las manos de los maestros Vol. I y II (2016). En 2003 recibió el Premio Nobel de Literatura. Es uno de los escritores más importantes de lengua inglesa. En la actualidad reside en Australia.  

Mariana Dimópulos nació en Buenos Aires en 1973. Es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires, con una tesis doctoral sobre filosofía y traducción en la Universidad de Bonn. Ha sido docente en la Universidad de Buenos Aires, en la Universidad Torcuato Di Tella y en las Universidades de Saarbrücken y de Halle-Wittenberg de Alemania. En su tarea como traductora, tradujo a autores como Walter Benjamin, Theodor W. Adorno, Martin Heidegger, Robert Musil y J.M. Coetzee, entre otros. Como investigadora, se dedica a la filosofía del lenguaje y a la tradición de la Escuela de Frankfurt. Dimópulos publicó las novelas Anís (2008), Cada despedida (2010), Pendiente (2013) y Quemar el cielo (2019). Escribió además un libro de ensayo sobre Walter Benjamin, Carrusel Benjamin (2017), y una breve introducción a la filosofía del lenguaje, Pensar el lenguaje (2025). En la actualidad reside en Berlín, Alemania.  

Gudrun Palomino (1998) es graduada en Traducción e Interpretación (UGR), cuenta con un Máster en Traducción Médico-Sanitaria (UJI) y es doctoranda en traducción, literatura y humanidades médicas en la misma universidad. Se dedica a la traducción literaria, la investigación académica y la redacción periodística especializada en cultura en medios como CTXT y Ethic. Cuando puede escribe poesía y estudia cerámica, pintura al óleo y arte floral.

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