Lunes, 13 de enero de 2025.
Érase una vez una villa que parecía un castillo, un lago que parecía un mar, unas nubes que no parecían de verano y un grupo de traductores preparados para la aventura. La distancia temporal de los hechos, que tuvieron lugar entre el 31 de julio y el 3 de agosto de 2023, me dificulta redactar aquí una crónica cronológica, pero espero que las notas que tomé, las fotos y los recuerdos me permitan transmitir ese ambiente tan especial del que ya había oído hablar a otros participantes de «Kein Kinderspiel!», el taller de traducción de literatura infantil y juvenil del alemán a otras lenguas organizado por el Arbeitskreis für Jugendliteratur con la colaboración del Deutscher Übersetzerfonds, y animaros así a que os inscribáis en su próxima edición, que tendrá lugar en mayo de 2025 (la convocatoria estará abierta hasta el 20-01-25).
Comencemos por los personajes: nueve traductoras y un traductor venidos de países lejanos y no tan lejanos, dos maestras de ceremonias y un guía que nos conduce a través de temas y textos para alcanzar una meta aún incierta. Cada participante ha llegado con una misión distinta; la mía es sumergirme en la literatura infantil y juvenil alemana y reflexionar sobre su traducción, un campo que me apasiona y que no ocupa tantas horas de mi trabajo como me gustaría. Pero quién sabe cuál será el propósito que ha traído a Furkat desde Uzbekistán.
El escenario es idílico: el taller se celebra en el Literarisches Colloquium Berlin, una villa imponente a orillas del Wannsee, a las afueras de la ciudad. La casa bulle de actividad literaria, acoge a artistas de diversas disciplinas, y es la sede del organismo alemán para la promoción de la traducción, el ya mencionado Deutscher Übersetzerfonds. La sala en la que departiremos durante los próximos tres días tiene unas vistas preciosas del lago, y sobre la mesa de trabajo hay todo un despliegue de libros coloridos: obras seleccionadas, nominadas o mencionadas en distintas fases de los premios alemanes de LIJ que otorga el Arbeitskreis für Jugendliteratur durante la Feria Internacional del Libro de Frankfurt.
Poco a poco abordamos el nudo de la historia, nos vamos relajando y conociendo, y comenzamos a debatir desde perspectivas diferentísimas. Ling narra sus peripecias con la censura china, que Yesim relaciona fácilmente con la situación en Turquía. Marta y yo cuestionamos si se puede vivir de traducir literatura infantil y juvenil, mientras que Kadi y Hong Hoa no parecen ni poder plantearse la pregunta. La presentación sobre los premios alemanes de LIJ nos deja con la boca abierta, tanto por su organización como por el compromiso de todos los participantes, que incluyen a un gran número de niños y niñas. Un paseo por recursos que podrían sernos útiles nos lleva hasta una cita: «Los niños alemanes hablan en presente o perfecto, a no ser que hayan leído demasiadas traducciones»; saque aquí cada uno la conclusión que desee. De vez en cuando pasa un barco por el lago y hago una pequeña pausa mental.
Guiados por Tobias, también traducimos un poco y nos leemos mutuamente las versiones, con el aliciente añadido de compartir solamente la lengua de partida y no la de llegada. Del primer texto que trabajamos, la única palabra que reconocemos en todos los idiomas es «Playmobil», aunque no todos la acentuamos igual. Nos topamos con un «bye, bye, asshole» en el texto alemán, que en la traducción al inglés de Melody se convierte en un «hasta la vista», pero que yo no me atrevo a cambiar por un «sayonara». La aventura es intensa y, a pesar de los barquitos que siguen surcando el agua, mi cerebro se agota de pasar el día entero declinando y conjugando en alemán, así que decido escaparme a echar una siestecita.
No nos faltan temas para los descansos: hablamos de política, de nuestras elecciones y de las de los demás, porque eso también marca la agenda lingüística. Comparamos las distintas velocidades del debate (cuando existe) con respecto al género y el lenguaje inclusivo y no binario. Medimos la tolerancia de cada lengua a las palabras malsonantes y a los anglicismos. Comprobamos que los temas de actualidad y de calado social también tienen su reflejo en la LIJ, y Eliza nos cuenta que en Polonia ha visto en vivo y en directo algo que en el fondo todas sabemos: los libros pueden salvar vidas. A ratos sale el sol y no paro de anotar referencias a revistas, pódcast, grupos y rincones de internet; hay muchísima gente reflexionando sobre este trabajo que a veces hacemos sin pensar.
No falta la nota amarga cuando tocamos el tema de las condiciones de trabajo, aunque aquí también hay años luz de distancia entre unos países y otros. Marta y yo casi nos sentimos unas privilegiadas porque normalmente trabajamos con contrato, por ejemplo. Giulia, por cercanía, se compara con nosotras e intercambiamos detalles, intentando que no cunda el desánimo. Parece increíble que, a pesar de ser el mercado que más crece, la literatura infantil y juvenil sigue sin respetarse ni valorarse como debe. La inteligencia artificial generativa también sobrevuela la conversación, pero los juegos de palabras que intentamos traducir durante una de las últimas sesiones nos reafirman en que todavía es pronto para el catastrofismo: esto que tenemos entre manos es de lo más humano que hay.
Nos visitan dos aventureros invitados, Katja Ludwig y Martin Muser, con cuyos textos hemos trabajado y que no entienden muy bien qué hacemos allí diez personas venidas de otros tantos rincones del mundo para hablar de cómo llamar en nuestro idioma a una especie de marquesina para proteger los coches que no disfrutan del lujo de un garaje cerrado (algo que en alemán tiene el conciso y cotidiano nombre de Carport).
Y nos acercamos al desenlace. Nuestras queridas organizadoras, Kristina y Doris, se valen de la respuesta al «sentido de la vida, el universo y todo lo demás» para hacernos reflexionar sobre estos días y entablar una última conversación en torno a nuestras conclusiones y sensaciones. Extienden por la sala unas láminas con la página 42 de algunos de los libros nominados al premio de 2024 y nosotros elegimos una al azar. Yo no quepo en mí de asombro al leer las primeras líneas de la página 42 del libro que he elegido tan solo por su portada: Baddabamba und die Insel der Zeit, de Markus Orths. Traduzco: «Hay mucho de lo que hablar. Y nosotros, sobre todo nuestra querida Paula (¡!), necesitamos tu ayuda, tus sabios consejos, tus conocimientos y tu experiencia». No se me ocurre un resumen mejor de lo vivido a orillas del Wannsee, porque de eso van estos talleres: de hablar, hablar mucho, de ayudarnos, de intercambiar consejos y experiencias, y de tejer redes de compañeras y compañeros que nos lleven de viaje a una isla imaginaria o a un cuento infantil en el que los juegos de palabras nos tengan dos horas debatiendo un matiz.
Salgo de la villa-castillo profundamente agradecida, con la cabeza llena de ideas, nuevas amigas en la agenda y muchas horas de tren por delante para digerir la experiencia y empezar a esbozar este artículo, con el que me gustaría animar a todo el que pueda y quiera a inscribirse en la próxima edición de «Kein Kinderspiel!». ¡Auf Wiedersehen, Berlín!
Paula Aguiriano Aizpurua (Donostia, 1986) estudió Traducción e Interpretación en Salamanca y sus lenguas de trabajo son el alemán, el inglés, el catalán y el euskera. Se dedica a la traducción editorial desde 2012 y a lo largo de los años la ha compaginado con la traducción jurada o de videojuegos. Ha formado parte de la junta de ACE Traductores de 2014 a 2017 y de 2019 a 2024.