Lunes, 16 de diciembre de 2024.
Como recordaréis los lectores de VASOS COMUNICANTES, el artículo anterior de esta serie sobre los procesos editoriales y las convenciones formales, metodológicas y lingüísticas que afectan al traductor de libros estaba dedicado a los diversos profesionales con los que este interacciona a lo largo de la cadena editorial. Metafóricamente, hablábamos de cada uno de estos perfiles como un tipo distinto de experto danzarín que marca en la labor del traductor sus giros y piruetas particulares, en ese gran salón de baile que es el proceso de edición.
En esta nueva entrega veremos qué reglamento dirige y cohesiona, en cada casa editorial, la conducta de todos los participantes del «baile» y en qué medida esas normas internas afectan al traductor. A partir de aquí, en artículos venideros nos centraremos en las convenciones que pueden ocasionarle más dudas y quebraderos de cabeza. El objetivo final es ayudar al traductor a deslizarse con gracia, soltura y control por el escenario del libro.
Y después de estos primeros compases, empezamos.
1. Por qué es necesaria una norma editorial
Al profano en edición puede resultarle extraño que un medio editorial no se baste con las normas del lenguaje y los cánones tipográficos generales para desarrollar su labor. Pero lo cierto es que no sólo no bastan, sino que en más de una ocasión resultan un engorro. No hay un entorno donde podamos hallar mayor casuística y campo abierto para los usos combinados del lenguaje, la imagen y la tipografía, ni en cuyo manejo intervengan tantas manos, como el de las publicaciones. Y es sobre todo a las exigencias de esa gran variedad y complejidad a lo que el editor debe atender y a lo que se da respuesta mediante la confección de un prontuario (repertorio normativo) propio e interno.
2. Las guías de estilo editorial: definición, alcance, objetivo y tipología
Las guías de trabajo que recogen las preferencias de un medio escrito o audiovisual se denominan genéricamente libros o guías de estilo y pueden afectar a todas las publicaciones de la editorial, a una colección o a un proyecto concreto particularmente complejo y singular.
Aunque en algunos casos se comercialicen y su uso se extienda, estas obras son documentos de carácter normativo destinados al personal del medio. No siempre explicitan el nombre de sus autores —que suelen ser personal interno—, puesto que reflejan de hecho el punto de vista de la empresa editora, no el de uno de sus miembros.
El objetivo de esta compilación de indicaciones y normas es permitir a los integrantes del proceso de redacción y edición:
- lograr la mayor eficacia en la labor de cada uno;
- conseguir la máxima unidad de criterio posible entre todos y, con ello, cristalizar la imagen corporativa del medio en cada uno de los elementos de la publicación (texto, tipografía e ilustración);
- orientar su trabajo a las necesidades particulares de una determinada materia o colección, a las preferencias del editor, al tipo de producto impreso que comercializa y al tipo de lector al que se dirige.
Los diversos tipos de guías de estilo se distinguen unos de otros en función de:
- su contenido (norma lingüística, tipográfica y ortotécnica; deontología profesional, legislación; estilo redaccional…);
- su campo de conocimiento (ciencia, técnica, humanidades…);
- su ámbito de aplicación (general, interno, administración, prensa, editoriales de libros, imprentas, comunidad científica, etc.);
- su estilo normativo (sólo prescripción o combinación de contenido descriptivo, explicativo y normativo).
3. Criterios de la norma editorial
Sólo en lo relativo al texto, el material que se incluye en las guías de estilo de cualquier tipo de negocio editorial o entidad que produzca documentos y publicaciones se fundamenta en una serie de criterios específicos del lenguaje, la comunicación y el negocio editorial y periodístico, que, en cuestiones de lengua, no siempre convergen con los de la norma de la academia o de la entidad que establece el estándar general de un idioma. Veamos cuáles son:
I. El criterio de actualidad informativa (propio de los mass media) y el de eficacia (propio de cualquier empresa editorial), que exigen dar rápida respuesta a cuestiones de lenguaje que no están bien fijadas o sobre las que aún no existen referencias, y agilizar y optimizar con ello el trabajo de los profesionales del medio.
Ni que decir tiene que el criterio de actualidad afecta al tratamiento de la neología, una de las cuestiones acuciantes a las que tienen que atender los medios de comunicación y editoriales. Pero también responde a él la preferencia de las publicaciones hemerográficas —y no sólo de estas, como luego veremos— por el uso de los topónimos locales (endónimos), sobre todo si son oficiales, en lugar de sus exónimos en castellano.
Sobre la complejidad de la cuestión toponímica y de su traducción trataré con detalle en esta serie. Sólo adelantar aquí que un topónimo es una de las marcas que deja un pueblo asentado por largo tiempo en un lugar, pero no es inamovible. La historia nos ha enseñado que el territorio político se construye y se deshace, por lo que los nombres propios de lugar (tanto la toponimia mayor como la menor) están sujetos a vaivenes. Así, hay topónimos que, junto a sus exónimos, han pasado a mejor vida después de que desapareciera la realidad que denominaban, y que ya sólo se usan al hablar del pasado. Pero, sobre todo desde el dinámico y convulso siglo xx, se ha hecho muy común que, una vez emancipados, los territorios ocupados en procesos bélico-políticos expansionistas, cuya toponimia original fue abruptamente sustituida por el ocupante por denominaciones nuevas o deturpadas, recuperen oficialmente sus nombres geográficos originales o creen nuevas denominaciones más acordes con su cultura. O que, superado un período político uniformista e incluso dictatorial, un Estado reconozca su heterogeneidad étnico-cultural y recupere oficialmente la toponimia original y vigente en el uso de todas las zonas del país. Cuando por alguna de las razones expuestas se oficializa un nuevo topónimo, no son pocos los medios que, por norma interna, pasan a utilizarlo, colocando entre paréntesis el exónimo más o menos usual hasta que el lector se habitúe al topónimo nuevo o recuperado.
Entre muchos otros casos, ilustran estos cambios (Ciudad de) Hồ Chí Minh (Saigón hasta 1976); Antananarivo (capital de Madagascar, conocida como Tananarive durante la época de la anexión de la isla a Francia, que acabó en 1975); Maputo (capital de Mozambique, llamada Lourenço Marques [Lorenzo Marqués en castellano] hasta 1976); Harare (capital de Zimbabwe, conocida como Salisbury durante el período colonial, hasta 1982); Mumbai (o Mumbái, según la propuesta de adaptación de Martínez de Sousa), que dejó de ser oficialmente Bombay en 1995, y también Sri Lanka (Ceilán hasta 1972) y Myanmar (Birmania hasta 1989), que han dado espontáneamente nuevos gentilicios en castellano: esrilanqués, y myanmeno, myanmarense o myanmareño.
II. Los criterios de especialización (en editoriales y medios especializados, pero también en organismos), que requieren dar respuesta a registros y usos terminológicos específicos y recurrentes en sus publicaciones.
Por ejemplo, una editorial especializada en catálogos de museos y obras sobre pintura se vería en la necesidad de dar respuesta en su libro de estilo a cuestiones que no siempre se encuentran normativizadas. En lo que afecta a un traductor podrían ser:
- Los criterios de traducción, transcripción o transliteración, de escritura ortográfica y ortotipográfica y de alfabetización que se aplican a los cargos, títulos y tratamientos, y todos los tipos de nombres propios de persona y de lugar citados en sus obras.
- El criterio (¿traducción o transcripción?) que se aplica a la mención o cita del título de una obra pictórica. Por ejemplo, ¿dejamos Het Lam Gods, lo traducimos por La Adoración del Cordero Místico o damos primero la traducción canónica y, entre paréntesis, el título original?
- El criterio que se aplica al nombre propio citado de las entidades, los edificios y las partes comunes y no comunes de los edificios. Por ejemplo, ¿dejamos The Fitzwilliam Museum o lo traducimos por Museo Fitzwilliam? ¿Dejamos Galeria degli Uffizi, lo traducimos por el híbrido Galería de los Uffizi, o damos la traducción plena Galería de las Oficios, aunque se use menos?
- El criterio que se aplica al nombre propio citado de las ferias, exposiciones, galerías y otros acontecimientos artísticos. Por ejemplo, ante la mención de la exposición Chicano Visions: American Painters on the Verge, ¿la transcribimos tal cual? ¿La traducimos por «Visiones chicanas: pintores estadounidenses al borde»? ¿O dejamos el título original de la exposición y ponemos su traducción entre paréntesis?
III. Los criterios estilísticos y deontológicos de:
- Claridad del discurso (rasgo derivado del principio elocutivo de la retórica clásica denominado perspicuitas) que, en prensa y revistas, supone una escritura tendente a la concisión y, en todo medio escrito, exige evitar toda grafía o construcción que pueda resultar ambigua o difícilmente inteligible para el público al que el medio se dirige.
Un ejemplo de aplicación de este criterio es el mantenimiento de la tilde diacrítica en algunos libros de estilo, en los casos en que la Ortografía académica del 2010 recomienda eliminarla arguyendo que la falta de tilde no causa ambigüedad, porque las posibles ambigüedades pueden resolverse casi siempre por el propio contexto comunicativo. Lo que no sabe la RAE es que, en las publicaciones, muy a menudo las palabras aparecen aisladas, sin contexto que ayude a deshacer la ambigüedad, o que, en párrafos breves, su posición a final o principio de línea modifica el sentido. Por ejemplo:
- Expresividad, que implica riqueza léxica, y uso de lenguaje figurado y de recursos de captación de la atención.
- Rigor, que exige la aplicación de criterios de escritura unificados y constantes. Por ejemplo, si en palabras que pueden escribirse juntas o separadas se decide escribirlas juntas, se hará así de manera sistemática. En los medios de comunicación y ensayos periodísticos se añade a este criterio el de veracidad, que exige ser fidedigno a hechos y declaraciones, razón por la cual, por ejemplo, puede mantenerse en una cita la literalidad y la manera idiosincrásica de expresarse del citado/entrevistado, aunque contravenga la norma de corrección.
- Identidad corporativa, que requiere el establecimiento de opciones de grafía propias, que confieran a la editorial, institución o medio un sello distintivo.
IV. El criterio de proximidad (propio de los medios con un mercado localizado) y los principios de adecuación y sincronía, que conllevan la acomodación del lenguaje empleado al lector, al momento (es decir, al uso idiomático contemporáneo) y a la obra (esto es, a su estilo, género, temática y función).
En cuanto a la adecuación a la obra y al lector, un buen ejemplo es el tratamiento de la onomástica en los sellos editoriales y revistas especializados en viajes o en travesías por entornos naturales. En una guía un poco seria de este tipo es fundamental que todos los lugares que se mencionen (topónimos físicos y políticos; nombres propios de vías urbanas y de comunicación; nombres propios de atracciones turísticas, edificios y monumentos, etc.) sean identificables y localizables para el lector; por ello, primero se dan sus nombres originales (los que aparecen en la rotulación local y los que muestran los sistemas y dispositivos de geolocalización satelital), y luego, entre paréntesis, sus exónimos o traducciones. Si los nombres propios mencionados en la guía pertenecen a una lengua con alfabeto latino, se transcriben sin dejarse ningún diacrítico. Y si están en una lengua en otro alfabeto o sistema de escritura, se transcribe cada nombre propio en dicho alfabeto y sistema de escritura y se añade seguidamente su romanización (transcripción al castellano o transliteración normalizada a la escritura latina), que le servirá al lector de cierta orientación sobre su pronunciación. Por ejemplo:
Al sur de la plaza de Tiananmén (天安門廣場, Tiān’ānmén Guǎngchǎng) se encuentra el Mausoleo de Mao Ze Dong (毛主席 纪念堂, Máo Zhǔxí Jiniantang), una edificación cubicular en donde reposa el cuerpo embalsamado del fundador de la República Popular China.
El Schloss Schönbrunn (Palacio de Schönbrunn) es una de las construcciones barrocas más hermosas de Europa y una de las principales atracciones turísticas vienesas. El parque del palacio se puede visitar de forma gratuita durante todo el año y existen diversos billetes combinados que permiten el acceso al palacio, a la Gloriette (Glorieta), al Kaiserliche Wagenburg (Museo de Carruajes Imperiales), al Kronprinzengarten (jardín del Príncipe Heredero), al Orangeriegarten (jardín de los Naranjos), al Irrgarten (zona de los laberintos) y al Tiergarten (zoológico).
V. El criterio de corrección política, que incorpora al tratamiento textual un enfoque discriminatorio con respecto a colectivos que se consideran desfavorecidos o minorizados, especialmente por razones de identidad de género o étnico-nacionales.
VI. And last but not least, el criterio de inclusión social, propio de las obras adaptadas a personas con desventajas cognitivas o físicas.
En el campo del lenguaje no discriminatorio y de la inclusividad existen dos excelentes manuales en español:
- Manual de lenguaje administrativo no sexista, coordinado por Antonia M. Medina Guerra (Málaga, Asociación de Estudios Históricos Sobre la Mujer, Universidad de Málaga, 2002), y
- Lectura fácil: métodos de redacción y evaluación, de Óscar García Muñoz (Madrid, Real Patronato sobre Discapacidad, 2012).
A todo lo dicho hasta aquí cabe añadir que las discrepancias que pueda haber entre la norma académica y la norma editorial no sólo están justificadas por los criterios mencionados, sino que pueden darse por simple voluntad del editor. Esto es así porque, en palabras del vicedirector de la RAE, José Antonio Pascual, las normas académicas no son de obligatorio cumplimiento per se (cf. Miguel Ayuso, «Haz lo que te parezca: “Hay reglas que cumplir, pero no son las de la RAE”», El Confidencial, 18/01/2013).
4. Las convenciones de estilo editorial para el traductor
En términos generales, por lo que respecta a su contenido, las guías editoriales suelen:
- recoger las características gráficas de una publicación;
- compilar los aspectos del discurso que ocasionan mayor titubeo a todos los eslabones de la cadena de edición,
- y ofrecer a todos ellos instrucciones metodológicas y pautas claras de trabajo.
En cuanto a los aspectos que afectan al traductor —aunque no en exclusiva—, una obra muy exhaustiva de este tipo detallaría los siguientes:
1) Criterios generales para resolver problemas de transferencia cultural de difícil solución o para los que existen diversas opciones.
2) Criterios de traducción/transcripción/adaptación:
- de abreviaciones (abreviaturas, siglas y acrónimos);
- de citas e inscripciones;
- de diálogos y pensamientos;
- de locuciones latinas y extranjeras;
- de nombres de acontecimientos históricos, guerras y batallas;
- de antenombres y títulos de dignidad;
- de títulos y grados académicos;
- de rangos militares;
- de antropónimos y de sobrenombres;
- de nombres propios de religiosos, reyes, emperadores, príncipes, cardenales y papas;
- de nombres de personajes de ficción;
- de nombres de asambleas y partidos políticos;
- de nombres de órdenes y congregaciones religiosas y de sectas;
- de nombres de entidades: asociaciones, sociedades, establecimientos comerciales, instituciones, organismos y organizaciones;
- de nombres de grupos musicales, compañías artísticas y equipos deportivos;
- de nombres de modelos, series y marcas registradas;
- de nombres de eventos: campeonatos, competiciones, ferias, exposiciones, salones, congresos, jornadas…;
- de nombres de deportes y juegos;
- de nombres de estilos y movimientos artísticos, políticos y culturales;
- de nombres científicos de animales o plantas;
- de nombres propios de animales;
- de nombres propios de aviones, embarcaciones, satélites artificiales, aeronaves, trenes y zepelines;
- de nombres propios de fenómenos naturales;
- de nombres de fiestas, conmemoraciones y celebraciones populares;
- de nombres de grupos musicales o teatrales;
- de sistemas de notación musical;
- de nombres de premios o condecoraciones;
- de topónimos geográficos (físicos y políticos) y de topónimos urbanos;
- de títulos de conferencias, cursos, tratados y encíclicas;
- de títulos de obras creadas, publicadas en cualquier formato o inéditas;
- de títulos de páginas electrónicas y sus partes;
- de títulos de programas de investigación.
3) Normas de transcripción al español de diacríticos y signos especiales de otras lenguas con alfabeto latino.
4) Normas de transcripción de nombres propios y topónimos de lenguas con alfabeto latino y con alfabeto no latino.
5) Normas de adaptación al español de transcripciones (de lenguas en alfabeto no latino o con escritura logográfica) hechas para el inglés o el francés.
6) Lista de extranjerismos ortográficos y ortotipográficos.
7) Lista de extranjerismos léxicos y falsos amigos.
8) Sistemas de medidas no normalizados y equivalencias en el Sistema Internacional.
9) Instrucciones para la correcta presentación de los originales de la traducción.
Los traductores al castellano están de enhorabuena, porque disponen de una obra concebida para el uso general —aunque especialmente útil para las publicaciones académicas— que trata una parte considerable de estas cuestiones: el Manual de estilo de la lengua española (Trea, 2015, 5.ª ed. o MELE5), de José Martínez de Sousa. Como puede verse en la imagen inferior, casi cada artículo de la parte enciclopédica incluye criterios de traducción, adaptación o transliteración.
Por desgracia, esta obra no volverá a ser actualizada por su autor debido a su muy avanzada edad, pero mantendrá en buena medida su utilidad por muchos años. Con la intención de complementarla, las próximas entregas de esta serie de artículos abordarán aquellas convenciones editoriales específicas para traductores que han evolucionado desde la última edición del MELE, además de las que suelen causar más dudas en la práctica editorial.
Silvia Senz Bueno es filóloga y máster en Edición. Desde 1990 ha trabajado como lectora, editora, correctora y traductora en y para diversos departamentos de publicación de organismos y editoriales. Desde 1997 imparte clases de edición, corrección, tipografía y traducción editorial en certificaciones profesionales oficiales, posgrados y maestrías, y formación continua gremial. Además de redactar libros de estilo por encargo, ha publicado artículos en revistas especializadas, así como diversos capítulos en obras de lingüística hispánica, y es autora de Normas de presentación de originales para la edición y coautora de El dardo en la Academia.