Apuntes para una historia personal de la Casa de Traductor, Francisco J. Uriz

Lunes, 7 de julio de 2025. 

En septiembre de 2021, VASOS COMUNICANTES pidió a Francisco Uriz un artículo sobre la Casa del Traductor de Tarazona. Presentamos aquí un extracto, primer capítulo para la historia de la Casa del Traductor de Tarazona, cuyos segundo y tercer capítulo correrán a cargo de las posteriores directoras, T. Solana y M. Corral. La Casa del Traductor ha tenido una historia fructífera que se ha traducido en estancias, jornadas, cursos y publicaciones. Confiamos en que, de un modo u otro, estas reflexiones sirvan de estímulo para crear futuras casas del traductor en España, puntos de encuentro de enorme importancia para la profesión

Todo empezó en 1985, exactamente el 8 de noviembre. Ese día tuve una iluminación o, siendo más prosaico, una ocurrencia. Fue en Arles, en la segunda de sus Assises de la Traduction Littéraire, durante la conferencia del legendario traductor alemán Elmar Tophoven. Habló del Kollegium de traductores de Straelen, una institución cuyo objetivo fundamental era proporcionar a los traductores un cómodo lugar de trabajo, alejado del mundanal ruido, con muchos medios, gran servicio de diccionarios y ordenadores, en contacto directo con el idioma del que traducían. Una inmersión lingüística en plena tranquilidad y en relación con colegas. Este confinamiento voluntario facilitaba, evidentemente, la inestimable ayuda que nos prestamos los traductores, simplemente, escuchando los problemas de los compañeros. También pretendía ser un lugar de encuentro entre el traductor y su autor traducido e incluso con editores. Ah, y un recolector de trouvailles, felices hallazgos de traducción. En fin, un paraíso para traductores si es que se puede hablar de paraísos para masoquistas. Fue un descubrimiento.

Elmar Tophoven, al que todos llamaban Top, andaba con sus inseparables y famosas maletas. El prototipo para esta comuna de traductores lo encontró en la historia. Fue la existencia de la Escuela de Traductores de Toledo lo que le había impulsado a fundar, hacía unos años, su Kollegium.

La fe en la palabra escrita movió las montañas de la indiferencia de los políticos alemanes. Y los políticos de las instituciones europeas, tanto de la CEE como del Consejo de Europa, apoyaron desde el principio el establecimiento de las Casas del Traductor al considerarlas instrumentos muy válidos en la creación de la Europa de la Cultura.

Al margen de la conferencia, en un café, Tophoven nos habló a Françoise Campo-Timal, encargada por la asociación de traductores de Francia de poner en marcha una institución similar en Arles y nos explicó el camino que había seguido para conseguirlo, haciendo hincapié en el de las subvenciones. Fue más que convincente.

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Fotografía de F. Uriz y Esther Benítez (remitida por F. Uriz)

En puridad, todo empezó en Estocolmo en un encuentro con Esther Benítez, la gran traductora y agitadora del mundo de la traducción en España, que nos hizo miembros de APETI, a mi mujer, Marina Torres, y a mí, paso decisivo en la cadena de casualidades que desembocó en la Casa del Traductor de Tarazona (a partir de ahora, CdT).

Entonces, 1979-1980, yo andaba metido, a medias, en el mundo de la traducción literaria. Tenía un trabajo en Suecia y, aunque había traducido unos veinte libros, no me consideraba un profesional. Además era un traductor español en Suecia, con un salario mensual sueco, ajeno a los problemas de los colegas españoles y también de los suecos (ellos no publicaban en España). El encuentro con Esther Benítez y su apasionada presentación de la penosa situación de los traductores en España dejó su huella en mí.

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La conversación con Tophoven en Arles seguía dándome vueltas en la cabeza y allí se hubiera quedado si no hubiese encontrado al hombre providencial.

Retrocedamos a la primavera del año 1984. A mi regreso de un viaje oficial con Olof Palme a Nicaragua, en una animada sobremesa, conocí a Vicente Sánchez, un ciclón turiasonense. Sandinista (entonces), visionario (siempre), mecenas y hombre de negocios, construcción y transporte, y consejero delegado del diario El día de Aragón. Terminada la sobremesa, Sánchez me llevó a su ciudad y me vendió un chalé adosado (¡ojo! no olviden este chalé).

Vicente Sánchez apostaba por una Tarazona de la cultura en una ciudad en la que moría la industria. Pasó el tiempo y un día, en Zaragoza, hablando con él sobre los beneficios que el Kollegium reportaba a Straelen y al verme un brillo de entusiasmo en los ojos, me soltó: «¿Por qué no montas una en Tarazona?» Claro ¿por qué no? Y empecé a pensarlo.

Me puso en contacto con el alcalde José Luis Moreno, otro entusiasta de su ciudad. Este me contó la leyenda de la escuela de traductores de Tarazona, que se reducía a que, en el siglo XII, el obispo Miguel había encargado una traducción…

«¿Qué necesitas para instalar la casa en Tarazona?», me preguntó. «Una casa, le contesté». (Los traductores los pondría yo…) El alcalde me llevó al palacio de Eguarás, una espléndida ruina con un delicioso jardín muy bien cuidado. Con gesto solemne que parecía decirme «Todo esto será tuyo si…» me aseguró: «En un año lo tenemos rehabilitado». (Lo vi veinte años después y estaba igual, algo más deteriorado, pero, eso sí, con un flamante cartel en la puerta, bastante deslucido por el paso del tiempo, que anunciaba «una acción urgente de la Unión Europea»). Bien, me parecía una desmesura, pero es lo que ocurre en un país o pueblo con demasiado tesoro monumental a cuya rehabilitación hay que encontrarle, de alguna manera, utilidad y rentabilidad.

Aquello parecía marchar. Telefoneé a Marina y no le pareció mal, total uno o dos años… Pedí una excedencia en mi trabajo en el Ministerio de Asuntos Exteriores sueco y me puse manos a la obra.

Eguarás sí, pero de momento necesitábamos una sede provisional. Pensaba, creo que con buen criterio, que si no aprovechábamos el momento no se haría. Propuse como local provisional los bajos de un edificio de Vicente Sánchez. Él conocía las habladurías de su pueblo y no quería mezclarse económicamente. Me dijo: tu chalé. Pronto hizo en el chalé una distribución de seis habitaciones, tres dobles, cocina, espacios comunes, una gran sala de trabajo, terrazas y el jardín.

Pensando en que Tophoven empezó en los setenta prestando dos habitaciones de su vivienda y en las tres habitaciones que iba a tener Françoise Campo-Timal en la sede provisional de Arles, me pareció bien como sede provisional. (Claro que en Francia pronto pasaron al Espace van Gogh, y la CdT de Tarazona siguió más de veinte años en la sede «provisional» inventada por Vicente en el chalé donde Marina y yo habíamos pensado pasar los inviernos de nuestra vejez…)

Escribiendo este texto me he preguntado el motivo de la decisión de fundar la casa. Entonces ni me lo planteé. Me lancé a la piscina sin comprobar si había agua.

Hoy pienso que tal vez fuese la monotonía del trabajo en el Ministerio. El estímulo de empezar algo nuevo a mis años, el hacer algo en beneficio de la literatura y la traducción. No sé.

Aprovechando que en 1986 Tophoven estaba en Madrid, lo invitamos a visitar Tarazona. Quedó enamorado de la ciudad y contagió a todos con su entusiasmo. Un firme paso adelante.

Vicente se encargó de la adecuación física del chalé a su nueva función, su esposa de amueblarlo modestamente y la Diputación Provincial de Zaragoza (DPZ) de pagar las facturas. (Probablemente el hecho de que la DPZ me hubiera concedido la Medalla Santa Isabel en 1986 influyó en la rápida decisión política.)

Empezaba pues con el apoyo de la DPZ y el Ayuntamiento de la ciudad. La presencia de Juan Manuel Velasco y José María Merino en la dirección general del Libro fue decisiva. Con ellos tuve una reunión a la que fui con el alcalde, que hizo un papel magnífico, como siempre. El resultado del encuentro fue más que positivo: el Ministerio de Cultura apoyaba totalmente la idea. También económicamente.

El encuentro casual que tuve en París con Pepín Vidal Beneyto, al que había conocido en Roma en el ochenta cumpleaños de Dolores Ibarruri, que era entonces un capitoste del Consejo de Europa, fue decisivo para que se celebrase en Estrasburgo la primera reunión de posibles o futuras casas para traductores.

Avanzábamos vertiginosamente y el día 29 de mayo de 1988 se inauguró la CdT, en el magnífico claustro del monasterio de Veruela, con un espectáculo poético-teatral de los hermanos Anós, al que asistieron los alcaldes de Arles, Procida y Tarazona, representantes del Ministerio de Cultura, Juan Manuel Velasco, de la DPZ, Pascual Marco y del Consejo de Europa Pepín Vidal Beneyto, que en su intervención deslumbró con su virtuosismo en el manejo de la palabra en diferentes lenguas.

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Fotografía de F. Uriz (fuente: web de la Casa del Traductor)

La Casa del Traductor de Tarazona la fundó en 1987 la Asociación de Amigos de la Casa del Traductor, asociación cultural sin fines de lucro, financiada totalmente con fondos públicos, nacionales y europeos. Esta Asociación funcionaba como persona jurídica responsable de la CdT y me confirmó en el puesto de director. Fue la iniciativa privada la que importó la idea de la CdT. Pero fueron el entusiasmo de Vicente Sánchez y los apoyos del alcalde y Ayuntamiento de Tarazona, de la Diputación Provincial de Zaragoza y del Ministerio de Cultura los que hicieron posible la instalación física de la CdT en Tarazona.

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Cada cambio de políticos en DGA, DPZ, director general del Libro, Ayuntamiento, a cualquier nivel, suponía un empezar desde cero y con la desventaja de que era un proyecto de otro partido (o de otro compañero), lo que me obligaba a convencerlos de las excelencias del proyecto.

Me acordaba de Sísifo y la piedra era cada vez más pesada.

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¿Tiro la toalla? Marina y mi hijo en Suecia, mi excedencia llegando a los límites tolerables y si a eso juntamos que la incesante batalla por la financiación de la CdT, casi cuatro años después de sus inicios, no había dado resultados firmes, constato ahora que la situación exigía cambios.

Casualmente, en el verano de 1991, en la isla de Procida, me encontré en este estado de desilusión con un joven Miguel Martínez-Lage al que le conté mis cuitas: «No lo dejes», me insistió.

Y no lo dejé. Un año más tarde estábamos, él y yo, diseñando el programa de las Jornadas en torno a la Traducción Literaria que la CdT iba a organizar con ACE Traductores…

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¿Cuál es mi aportación a la CdT? Haber tenido la idea y haberla mantenido viva yo solo, aunque gracias a muchas ayudas, pero, sobre todo, a que he tenido siempre a mi lado, durante los diez años, a una esposa más que comprensiva en medio de las dificultades.

Mi frustración: no haber podido dotar a la CdT de una financiación estable por medio de un convenio con el Ministerio de Cultura. Fue imposible conseguir que el Estado asumiese el presupuesto de una institución cuya actividad, localizada en una comunidad autónoma, beneficiaba la difusión de las literaturas de todo el país. El Estado decía: «Subvencionaremos actividades». Las autoridades no entendieron ¿ o sí? que la actividad fundamental de la CdT era estar abierta para acoger traductores y que ello implicaba pagar el alquiler, electricidad, agua, calefacción, teléfono, material informático, biblioteca. Incluso sueldos y seguridad social.


Mi frustración: no haber podido dotar a la CdT de una financiación estable por medio de un convenio con el Ministerio de Cultura


Francisco J. Uriz (Zaragoza, 1932-2023) trabajó en Suecia cerca de treinta años en los campos de la enseñanza y la traducción literaria. En 1989, de vuelta en España, fundó en Tarazona la Casa del Traductor. Es autor de dos libros de memorias, Pasó lo que recuerdas Accesorios y complementos, y de Poesía reunida, traducida a varias lenguas europeas, pero es ante todo traductor de autores nórdicos, entre los que encontramos nombres de la talla de Kjell Espmark, Ingmar Bergman, Artur Lundkvist, August Strindberg, Per Olov Enquist o Lars Norén. Gracias a él disponemos de amplias antologías de la obra de los poetas nórdicos más destacados. En 1985 el Gobierno sueco le concedió la medalla Illis quorum por su labor cultural y al año siguiente la Diputación Provincial de Zaragoza, la medalla de Santa Isabel. En 1974, en Bulgaria, premiaron con la Arqueta de Plata la versión televisiva de Mear contra el viento, guion escrito en colaboración con Jorge Díaz. En 1996 ganó el Premio Nacional a la mejor Traducción y, en 2012, el Premio Nacional de Traducción por la labor de toda una vida. En 2008 el Gobierno español le entregó la Encomienda de la Orden del Mérito Civil.