De tarifas, tarifadoras y artrópodos traductores, III

Lunes, 19 de mayo de 2025.

Esta conversación que llamamos «Centón» se desarrolló durante el mes de abril de 2025 en la lista de distribución de ACE Traductores a raíz de la aparición de La Tarifadora, una herramienta desarrollada por ACE Traductores y UniCo pensada para ayudar a los traductores de libros a calcular su salario real y visibilizar sus condiciones laborales. Más información en este artículo de Fernando Valdés.

Viene de la segunda parte.

Ilustración de Roberta Vázquez para La Tarifadora.

Escarabajo azul: Solo llevo 6 años en este oficio precario. No obstante, me permite hacer buenas traducciones, sobre todo de poesía, que es en lo que me he especializado en este tiempo.

Parece que con esto es suficiente, pero tengo que añadir que con anterioridad a estos años pasados, he estado 16 años puliendo el destornillador de la literatura  y, después, aprendiendo todo lo relacionado con la creación poética durante otros ocho, sin fines de semana libres.

Con esto quiero decir que los traductores ponemos un extra invisible que no aparece en ningún contrato, que es lo que nos permite hacer nuestro trabajo bien para así poder transmitir la cultura a cualquier idioma de manera que la vida y las personas mantengan una cierta coherencia humana y existencial.

Los traductores, (los literarios) somos los que hacemos que las enseñanzas de unas pocas vidas que soportan todo el peso de la existencia puedan dar voz a todas las personas que padecen sin saber lo que les pasa. Algo que no está pagado ni con todo el oro del mundo.

Cobaya mañosa: Llevo algo más de una década en el mercado laboral de los servicios lingüísticos (traducción, corrección y redacción de documentos), casi siempre en plantilla, y los últimos cuatro años como autónoma. En la actualidad compagino la traducción editorial con la comercial. En estos cuatro años he traducido siete novelas del inglés y del alemán al castellano y tengo otra entre manos.

Dadas las circunstancias (sobre todo, que dedico más tiempo a otros tipos de traducción), me ha resultado difícil calcular una media ajustada de mis caracteres al día (cobaya negada para las matemáticas habría sido también un buen nombre para mí). Sin embargo, después de mucho calcular y considerar factores, he decidido simplificar y utilizar este ejercicio para ver cuánto cobraría si dedicará mis ocho horas al día a la editorial.

Decir que el resultado es triste es quedarse corta. Yo ya sabía que a mí me daba de comer la traducción comercial, eso no es novedad, pero no era del todo consciente de que la diferencia fuera tan abismal, supongo que por la diversidad de conteos (que si por palabra, que si por caracteres, que si por hora…). Además, las historias de terror de compañeras que empezaron a la vez que yo y las ofertas de 6 € los 2100 que se ven me hacían pensar que mis 14 € estaban bien. Pues no, debería cobrar 10 € más para llegar. A ver cómo le negocio yo 24 € los 2100 a una editorial por traducir novela romántica…

No tengo reflexión final que no hayan dicho ya otros compañeros. No sé qué nos permite hacer en este aspecto, como asociación, la ley de competencia. A nivel individual, tenemos que intentar negociar mejores condiciones, siempre. Y mejor empezar con una buena tarifa y unas buenas condiciones. Y si hay regalías después, pues ya llegarán, pero que desde un principio sea justa la cosa. Mejor pájaro en mano…

Perenquén (o demonio de Tasmania, o armadillo, que no me decido, soy una y trina, y estoy que ídem).

Veinticinco años en el tajo, dedicación poco menos que exclusiva a la traducción editorial, más de doscientos libros a la espalda. Datos del último traducido: una media de 15 000 caracteres diarios (sacando la lengua, eso sí, y solo si los encargos de traducción «alimenticia» me lo permiten), a razón de 16,50 euros los 2100 caracteres, me sale más o menos lo que a Ciervo volador: 1768,00 euros mensuales de salario bruto, que se quedan en mil pelados (esa es una de las grandes trampas, que tendemos a pensar en números brutos y luego no nos cuadran las cuentas, claro).

Hacer otro tipo de traducciones está muy bien, te permite redondear al alza ese salario que de otro modo no llega al SMI y desengrasa la neurona (yo disfruto traduciendo hasta las etiquetas del champú), pero a costa de sacrificar horas de sueño y fines de semana, porque los encargos editoriales también vienen con plazos y son cada vez menos negociables. Y a veces, como me pasa ahora, un cliente de traducciones alimenticias —el principal— tiene problemas de financiación y decide que solo paga «lo imprescindible», sic. Huelga decir que yo no entro en esa categoría, faltaría más, así que me deben dos meses de trabajo. Alegría, alegría.

Lo he dicho muchas veces: recuerdo la época en la que entregaba un libro y vivía holgadamente durante dos o incluso tres meses. La inflación se ha más que duplicado en estos últimos veinte años, de manera que las tarifas tendrían que haberse duplicado también, y eso es lo que refleja La Tarifadora.

Si a todo lo anterior sumamos que las principales editoriales de este país se jactan desde hace años de acumular beneficios récord (en la última década su facturación ha aumentado un 30,10 %, que se dice pronto), la conclusión es obvia: negociación colectiva ya, Tarifadora y cifras de beneficios editoriales en mano. Es el momento, porque dentro de dos, tres, cinco años, estaremos traduciendo libros difíciles o muy difíciles con tarifas de miseria, ya que los libros «fáciles» los pasarán por la IA y, a lo sumo, cobraremos por revisar lo que el dichoso algoritmo habrá aprendido a hacer gracias al trabajo que tan gentilmente le cedemos. Ahora o nunca.

Ese era el objetivo de la comisión tarifeña y de La Tarifadora desde el principio: no desalentar, sino concienciar y cabrear. Yo tampoco le veo más utilidad a la Asociación ahora mismo que sentar las bases de una verdadera negociación colectiva. Todo lo demás me parece trivial, lo siento. Y me temo que a la negociación colectiva solo se accede mediante el compromiso y el sacrificio, así que aquí viene la madre del cordero: ¿cuántos de nosotros podríamos y estaríamos dispuestos a no traducir para ninguna editorial (me da igual si es grande o chica: o todas o ninguna) durante un mes entero? ¿Y supondría ese plazo un descalabro significativo para todos nosotros? Por lo menos haría ruido, eso seguro. ¿Existe la posibilidad de reunir una caja de resistencia desde la Asociación? Estas son las preguntas que, en mi opinión, tendríamos que estar planteando y contestando en este momento. Todo lo demás son zarandajas. Así que esta es mi propuesta:

  1. Un sucinto libro blanco que recoja los cálculos de nuestros socios y los de otras asociaciones del país.
  2. Elección de un comité negociador (propongo bautizarlo Comité Balseiro).
  3. Petición formal del comienzo de reuniones negociadoras con el Gremio de Editores.
  4. Reunión con el ministerio de Trabajo para exponer y denunciar la flagrante ilegalidad que supone que todo un gremio de trabajadores altamente cualificados cobre por debajo del SMI y sufra todo tipo de trabas para acceder a la negociación colectiva.

Gañafote del desierto: Empecé a traducir libros hace trece años y llevo traducidos unos sesenta títulos. Me dedico en exclusiva a este oficio. Generalmente traduzco del inglés.

He hecho los cálculos con La Tarifadora: 15000 caracteres diarios a una tarifa de 14 euros.

Dos apuntes: 1) Hasta hace bien poco, con niños muy pequeños, 15000 caracteres diarios era un objetivo inalcanzable para mí. Esperaba que, cuando mis hijos crecieran, aumentaría mi productividad, pero la realidad es que, con el estancamiento de tarifas y con unos precios cada vez más altos en todo, mi poder adquisitivo no ha visto mucha mejoría a lo largo de estos años, aunque ahora sí alcance esos 15000 caracteres diarios y gane algo más que antes. 2) He introducido en La Tarifadora una tarifa de 14 euros porque es la media, pero lo habitual es que cobre 13,5. Rara vez cobro 15,50, que es lo máximo que me han pagado nunca. El resultado son 805 euros netos al mes. Como ya han dicho otros insectos, con estas cifras, la independencia económica es imposible.

Veo en La Tarifadora que mi tarifa tendría que ser de 25,68 euros, casi el doble de lo que cobro, para llegar al salario de un técnico editorial.

En los últimos tiempos, tras intentar, sin éxito, subir las tarifas una y otra vez con todas las editoriales con las que trabajo (he insistido prácticamente en cada encargo hasta el hartazgo y, en alguna ocasión, como cosa superexcepcional casi milagrosa, me han subido la friolera de 0,50 euros), he decidido que solo voy a traducir los libros que ahora mismo me resultan más rentables (omito el adjetivo «fáciles», porque ningún libro lo es, como ya se ha dicho, pero sí hay libros que se traducen más rápido que otros y, por la misma tarifa, salen más a cuenta). En consecuencia, me he visto obligada a dejar de hacer cierto tipo de libros más complejos y, por tanto, a dejar de trabajar con las editoriales que me los encargaban.

En fin, no sé cuánto tiempo aguantaré en este plan, pero no creo que llegue a la jubilación dedicándome a la traducción editorial sin un trabajo complementario.

Escarabajo pelotero: Traduzco literatura del inglés y del francés desde 2008. He traducido una cuarentena libros. No son muchos si me comparo con otros traductores de mi generación, pero durante doce años he compaginado la traducción editorial con la enseñanza universitaria. En términos de nuestros libros blancos, he sido un traductor frecuente no exclusivo.

Hace unos años decidí dejar las clases y vivir con mi pareja en otro país. Viendo el sueldo de mi mujer aquí (tres veces más alto que el mío en la universidad española), pensamos que tenía más sentido que me mudara yo. A fin de cuentas, yo podía traducir desde cualquier sitio, solo necesitaba internet y el ordenador, ¿no?

En los últimos años hemos tenido dos criaturas y, como la que tiene que ir a trabajar es mi mujer y el que tiene flexibilidad soy yo, me encargo de la casa y los niños durante su jornada laboral y llego agotado al ordenador por las noches o cuando todos los demás se van al parque.

He pasado de hacer entre tres y cuatro libros al año a no facturar nada el año pasado. Este año voy a entregar uno y empezaré otro que seguramente entregaré el año que viene. Por tanto, mi perfil como traductor ha cambiado: ahora soy un traductor editorial moderado, pero con dedicación exclusiva.

Veamos qué dice La Tarifadora de mi situación. El mes que viene entregaré el primer libro que hago desde el parón, y lo hago con la editorial que mejor me ha pagado desde 2008: 16 euros los 2100 caracteres.

Con las restricciones horarias que tengo (espera, ¿no era flexibilidad?), de media hago unos 8000 caracteres al día. Según La Tarifadora, me salen los siguientes datos:

  • Salario mensual bruto: 914 euros al mes
  • Salario neto: 307 euros
  • Diferencia con el SMI: 467 euros menos

En comparación con el salario medio de un técnico editorial, cobro 22 051 euros menos. O sea, la ruina.

Curiosamente, antes de ayer hablaba con mi suegro sobre mi trabajo. Me preguntó por qué no pedía un aumento de tarifa. Por qué no nos organizábamos para mejorar las cosas. Por qué no hacíamos una negociación colectiva. Por qué no bastaban los datos que teníamos para que el Ministerio de Trabajo español hiciera algo. Después de mis explicaciones sobre el mercado editorial, de los libros blancos pasados y los que necesitamos en el futuro, de la posibilidad de la negociación colectiva, de todo el trabajo de la Asociación en los últimos cuarenta años y las luchas que tenemos por delante, lo que me dijo fue: «cambia de trabajo».

En español tenemos un refrán que dice que el trabajo que no deja, se deja..

Libélula miope: Llevo desde 2008 en la traducción editorial, pero hasta 2013 no decidí dedicarme a esto en exclusiva. Ese mismo año tuve a mi primer hijo y, al principio, mi profesión no supuso un sacrificio, casi al contrario: según las cuentas que entonces hacíamos mi pareja y yo, mi salario, en relación con el suyo, era casi mejor dadas las horas de trabajo que suponía. Eso sí, era menos estable, y por eso no me hizo caso cuando le dije que se quedara en casa para que yo pudiese traducir más (no tengo palabras para las manos que tendría que echarme a la cabeza si me hubiese salido con la mía). En 2018 tuve a mi segunda hija y quise atribuir a mi maternidad reciente, o al hecho de no ser buena profesional, o a ser muy mala organizándome, el hecho de que ya no nos saliesen tanto las cuentas, pero poco a poco empezaron a comentarse cosas en esta lista y en los últimos años siento una profunda pena por malvivir de algo que me gusta tanto. Precariedad económica, pero también mental, que por supuesto no puede acarrear nada más que más precariedad económica, ya que mi inseguridad me obliga a aumentar el número de revisiones que le echo a un texto, conque no estoy segura de que mi número de caracteres supere los 10 000. Como resultado, La Tarifadora me da un sueldo bruto de 1179 euros al mes. En efecto, yo no alcanzo el SMI. Ni lo voy a alcanzar, viendo lo que dicen los veteranos de esta lista.

Bicho palo: Lo que ha dicho Escarabajo pelotero sobre la conversación con su suegro y otra intervención de hace unos días me han recordado experiencias muy similares sobre la «percepción externa» que tienen amigos y familiares de mi trabajo. En mi caso, ni siquiera me sugieren que intente negociar tarifas más altas; dan por hecho que ser autónomo es mala idea e insisten en que, «con lo preparada que estoy», busque «un trabajo serio» en una empresa. Eso sí, luego hay quien ha llegado a advertirme que, en cualquier caso, «una persona de letras tampoco puede aspirar nunca a cobrar lo que un ingeniero». Mi madre (también autónoma casi toda la vida, hasta que se jubiló, pero en un sector muy distinto), por su parte, no deja de llorarme para que me prepare una oposición.

Santateresa irresoluta: Llevo poquito en el oficio, unos tres años, y he traducido siete libros (y otros cuatro firmados en camino) de varios géneros. Me dedico en exclusiva a la traducción editorial desde el segundo libro, aunque tardé muchos años en traducir el primero después de terminar la carrera.

Desde que empecé he sido «afortunada»: trabajo con editoriales que me suelen pagar pronto y que me aceptan o imponen tarifas con las que llego por los pelos (cuando llego) al salario mínimo. Trato de no trabajar ni fines de semana ni festivos y me permito cerca de un mes de vacaciones al año, aunque más de una vez y más de dos he tenido que renunciar a estas condiciones tan alocadamente humanas porque a) me pillaba el toro o b) no me salían las (paupérrimas) cuentas (y eso que mis tarifas, por lo que me cuentan, son medianitas). Hace un par de libros me tiré más de dos meses sin un solo día libre y sin dormir casi nada la última semana (y la terapia no desgrava, aunque debería).

En la negociación del último contrato que firmé me vi en la situación de explicarle a un editor que no, no iba a aceptarle la tarifa que me ofrecía porque tendría que trabajar doce horas diarias y, por lo que a mí respecta (y por mi situación personal y objetivos vitales), no es sostenible, y acabó cediendo a mi lujosísima tarifa por debajo del salario mínimo (¡a veces funciona!)… La verdad es que es de muy mal gusto y hasta humillante tener que explicarle algo tan básico a alguien que se dedica a la edición desde hace años; no tengo claro si quienes imponen y regatean tarifas miserables no saben de qué va la cosa o se hacen los tontos, sinceramente.

Si no me apasionase este trabajo, lo habría dejado hace mucho tiempo. Mi plan de futuro es ir subiendo medio euro de vez en cuando a mis clientes habituales, echar currículums a ver si suena la flauta y alguno decide pagar como debe y huir de quienes me paguen por debajo de lo que, a mi entender, es abiertamente explotación; ya os contaré, me he levantado optimista.

Tábano zumbón: Traduzco literatura del inglés y del alemán desde el 1999, sobre todo literatura infantil y juvenil. Traduje libros en exclusiva hasta el 2011 (exclusiva profesional, porque en 2004 nació mi hijo y en 2008 mi hija), que empecé a dar clases en la universidad. Lo he compatibilizado desde entonces, pero cada vez traduzco menos, una novela larga al año y un par de álbumes ilustrados o similar. Acabo de terminar una novela premiada en alemán, que ha tenido subvención, y he tenido que pelear para que me subieran de 14,50 a 15,00 €, como si estuviera pidiendo la luna. Acabo de enviar la factura y no, no me ha merecido la pena. He decidido que no lo haré más. Solo traduciré infantil y juvenil. Y pensar que cuando vine a Alemania ganaba más yo traduciendo novelas y publicidad que mi marido médico (residente aún). Es verdad que él ganaba dos duros, pero igual, durante un par de años, yo traduciendo a toda máquina antes de tener hijos y él explotado en el hospital, yo ganaba más, en total y por hora también. Ahora, con las tarifas que apenas se han movido en 25 años, y en su caso ha sucedido al revés, la comparación es de risa. Y el único libro que me ha dado derechos, y me sigue dando, es el primero que traduje (novela juvenil).

Al leer el mensaje de Santateresa irresoluta se me acaba de ocurrir una cosa. ¿Cómo es que los editores se hacen los locos ante estas tarifas de explotación? Bueno, como decía María Luisa Balseiro en su entrevista, el negocio está basado en que los autores (y los traductores) trabajen gratis o por tarifas miserables, está basado en que el producto casi se regale. Pero si nosotros cobramos poco, los autores cobran menos. Solo así se puede mantener este tinglado de publicar miles y miles de títulos en una lotería loca, todos los editores esperando que les toque el gordo con un numerito, y si al segundo mes no ha tocado, a la trituradora.

Continúa en la cuarta y última parte. el lunes 26 de mayo .