Lunes, 5 de mayo de 2025.
Esta conversación que llamamos «Centón» se desarrolló durante el mes de abril de 2025 en la lista de distribución de ACE Traductores a raíz de la aparición de La Tarifadora, una herramienta desarrollada por ACE Traductores y UniCo pensada para ayudar a los traductores de libros a calcular su salario real y visibilizar sus condiciones laborales. Más información en este artículo de Fernando Valdés.
VASOS COMUNICANTES sugirió a los participantes que entraran en La Tarifadora, introdujeran en ella la información sobre sus datos y comentaran el resultado con los demás colegas. Para animar a la participación, se sugirió que los traductores intervinieran con seudónimo.
Abejita laboriosa: Autorretrato: llevo cuarenta años traduciendo libros del inglés. En términos del Libro Blanco de la traducción editorial en España 2010, he sido traductora moderada o frecuente, según los años.
La Tarifadora me parece un instrumento demoledor para decir (Decir casi lo mismo, como Eco) lo que venimos denunciando desde hace años: los ingresos de los traductores están en radical contradicción con el nivel de exigencia intelectual y el grado de dedicación medido en horas. Eso es especialmente llamativo porque, a cambio de un trabajo aparentemente marginal, se nos pide una dedicación y una entrega muchas veces incompatibles con una vida laboral sana.
Si trasteo un rato con La Tarifadora, me da que debería cobrar unos 22-24 euros brutos por página de 2100 caracteres para alcanzar el sueldo de referencia.
A lo mejor un editor lee nuestras reflexiones y se le ocurre que nadie nos ha pedido que nos dediquemos SOLO a traducir libros. Pero eso me parece un argumento absurdo por varios motivos:
- Para saber si una remuneración es justa o no, la mejor manera es extrapolar la tarifa a un salario «normal» (bruto y neto) con dedicación «normal». El hecho de que nuestro trabajo sea freelance no tiene que implicar que se remunere peor. Al contrario: la precariedad debería tenerse en cuenta.
- Si un editor quiere un trabajo profesional, tendrá que remunerar de manera acorde a un desarrollo laboral profesional. (No creo que contrataran a un médico, un abogado o un arquitecto que solo trabajara de vez en cuando y tuviera que dedicarse a otras cosas para redondear sus ingresos).
Como he dicho más arriba, denunciamos las tarifas bajas de modo individual y colectivo desde hace años, pero es que en las últimas décadas se han congelado (es decir, se han reducido). Y, mientras tanto, leemos en la prensa que la potente industria editorial española va viento en popa.
Véase un ejemplo aquí: «Según este estudio, el sector del libro impreso en España alcanzó en 2024 un récord histórico con unas ventas de cerca de 77 millones de ejemplares y una facturación que supera los 1.200 millones de euros, lo que implica que el mercado editorial creció un 9,8 % respecto a 2023».
Hormiguita viajera: Traduzco libros desde hace más de treinta años y tengo como setenta libros traducidos, del francés y a veces del inglés. Normalmente ensayo.
Tengo pocos libros traducidos (menos de dos al año). Yo vivo solo de la traducción, pero no solo de la traducción editorial.
He metido en La Tarifadora 15.000 caracteres, que serán algo menos de ocho páginas, porque soy cada vez más lenta y porque suelo traducir libros difíciles, con mucha investigación y mucho estudio previo, pero creo que ni con los libros más fáciles se puede hacer mucho más. Una cosa es que un día glorioso te calces 20.000 caracteres, pero si pensamos en todos los días, todos los días, unos por otros, los que estás bien y los que estás mal, 15.000 caracteres es un ritmo cojonudo. Yo creo que a largo plazo y en una jornada normal de 7 horas (hará falta al menos una para otras tareas como formatear el disco duro, facturar, hacer algún curso, actualizar la web) quizá sería más realista hablar de 12.000.
He metido 13 € de tarifa, que puede ser una media adecuada en mi caso, aunque a veces cobro menos (sé que hay gente que cobra mucho menos).
Con esos datos, me sale un salario de 714 euros. Solo me fijo en el neto, porque el bruto no tiene mucho interés: la seguridad social no es una opción, es un derecho y una necesidad. Y si no, me lo cuentas cuando tengas 70 años (yo casi los tengo). Y el neto es lo único que permite comparar tus ingresos con los de un trabajador por cuenta ajena, incluso uno que cobre el salario mínimo, que parece que no va a ser ni siquiera el caso.
A mí me salva que me dedico a la traducción comercial, que me gusta mucho y me da de comer. No sé cómo haría si tuviera que traducir solo libros. Lo intenté una temporada y me dio una depresión horrible, porque creo que harían falta más de 60 horas , todas las semanas del año, para llegar a unos ingresos normales y, por supuesto, para cotizar para una pensión digna. Sé que otras compañeras dan clase en la facultad, o en un instituto, o tienen otras actividades para compensar.
Porque además, lo que no aparece en ningún cálculo es que los encargos llegan o no llegan, o llegan todos juntos. Es decir, no todos los días puedes hacer esos 15.000 caracteres por razones que no tienen nada que ver contigo. ¿Y eso cómo lo compensas? ¿Cuál es el coste de la intermitencia?
Tampoco aparece en ningún cálculo cómo compensas que tu posibilidad de pedir una baja (por ejemplo, cuando te has pasado echando horas porque no puedes decir que no y te has destrozado tanto la espalda que no aguantas sentada) sea casi nula: entre el castigo que te impone la seguridad social en forma de días de carencia y porcentajes de reducción (algo que no les pasa a los trabajadores por cuenta ajena) y los plazos que no puedes dejar de cumplir, cómo te vas a pedir una baja si no estás muriéndote (y desgraciadamente esto es literal).
La subida del salario mínimo ha sido una de las grandes alegrías de estos años, pero no ha llegado a todo el mundo. La Tarifadora me parece un acierto enorme, porque pone nuestra situación en el mapa. Quiero dar las gracias a las compañeras que han tenido la visión de lanzarla. Llevamos desde que yo tengo memoria alternando entre el mensaje de «se puede vivir de la traducción editorial» y «no se puede vivir de la traducción editorial», con un entusiasmo quizá digno de mejor causa. Ahora lo que tenemos son datos. Y la posibilidad de comparar esos datos con los de un trabajador por cuenta ajena. La desinformación y la alergia a la calculadora son los peores enemigos de los trabajadores.

Traduzco. Ilustración de Roberta Vázquez.
Charate huertano: En mi caso, llevo 14 años trabajando con italiano e inglés y unos 70 libros traducidos. Ahora me dedico casi exclusivamente a la traducción jurada, pero en mi época intensa hacía 8-10 libros al año.
Sin conocer a fondo el panorama, creo que mis números estarán, como poco, en la media. (Y por tanto entiendo que mis números, sangrantes, son los números medios del sector en el mejor de los casos).
En cuanto a los caracteres, me parece razonable ventilarlos en 7 horas de trabajo (si casi nunca los alcanzaba era por culpa de mi pajareo autónomo, pero eso ni le va ni le viene al trabajador por cuenta ajena con el que nos comparamos). Para la tarifa he hecho un poco de trampa, porque era mi tarifa de los últimos años; en los «intensos» era 2-3 € menor.
Por supuesto, pienso como Abejita laboriosa: para jugar a este juego solo podemos imaginarnos como trabajadores con dedicación plena e indefinida, que vamos encadenando un libro detrás de otro, aunque no siempre sea así. Yo, por ejemplo, siempre tenía libros a 6-8 meses vista, pero el miedo al abismo de encargos (y mi propia naturaleza timorata) me hacía ir con pies de plomo y con mil justificaciones a la hora de pedir un triste aumento de medio euro. Un «suelo» negociado colectivamente me lo habría puesto mucho más fácil para pedir aumentos.
Yendo a los números, La Tarifadora me dice 1929 € brutos al mes. Debería cobrar 21 € para el sueldo de referencia.
Vaya por delante que entiendo que el resultado que aparece en negrita y en grande sea el bruto, porque nos sirve para comparar con el convenio de referencia y porque ese es nuestro sueldo «completo», con el que pagamos los servicios públicos, la pensión, etc. Pero un asalariado da ya por descontados esos conceptos, su empresa ya ha pagado el IRPF y las cotizaciones por él cuando le entra su nómina neta al banco. Y entonces me voy a mi neto y es cuando me sangran los ojos, porque ¿qué se hace con 1169 € al mes? Poca cosa…
Si La Tarifadora hubiera existido cuando empecé, en 2011, es muy probable que no hubiera empezado en 2011, porque al ver los números tan crudos (1650 € netos al mes!) ni siquiera todo el romanticismo que le veía a traducir libros (hola, Remedios Zafra) me habría convencido para aceptar determinadas tarifas. Pero es que incluso en mi época intensa me salen 950 € netos al mes… Mal asunto.
Esto tiene dos lecturas: la mala es que esas tarifas paupérrimas me habrían disuadido de empezar y habría dado con mis huesos en un instituto (muchos años antes); la buena es que si La Tarifadora nos hubiera disuadido a muchos o a todos, quizá las editoriales se habrían visto obligadas a subir tarifas sin más remedio.
Ojalá sirva, en todo caso, para abrirnos más los ojos: a nosotros, a nuestros patronos y a los legisladores en cuyas manos está ayudarnos a cambiar la situación.
P.D. Leo ahora el mensaje de Hormiguita viajera y apunto, solo por completar, y a propósito de las cotizaciones a la Seguridad Social, que imagino y espero que las entrañas de La Tarifadora hayan puesto una base de cotización acorde a lo que tendríamos que pagar para jubilarnos o para ser padres como el técnico editorial de referencia. Porque yo me pasé muchos años pagando la base mínima, lo típico cuando estás empezando, y luego, cuando mi novia parió a mi primera hija, el Estado me dio los mínimos y míseros 900 y pico euros al mes que me merecía.
Bicho palo: Llevo diez años traduciendo libros (aunque no solo) y he traducido 38 libros desde el inglés, sobre todo narrativa.
En traducción de libros, mis cifras son muy similares a las de Hormiguita viajera, y eso que he utilizado los datos del cliente que más me paga en estos momentos: 13,50 euros. Así que sí, el neto apenas raspa el SMI.
Como también me dedico a la corrección y a veces tengo la impresión de que me cunde un poco más, he probado también a meter datos… ¡me sale el neto en negativo! Con la traducción audiovisual, aunque ni sabría cómo hacer algo similar, mejor lo dejo para otro momento.
Así que me pregunto: ¿cómo puedo llevar diez años dedicándome a esto sin vivir debajo de un puente? Pues porque mis ingresos no son los únicos que entran en casa, porque he perdido muchas vacaciones y muchas horas de sueño y me ha aumentado la miopía en seis dioptrías.
Hace poco, y sin tener estos datos tan negro sobre blanco disponibles, decidí aceptar un trabajo por cuenta ajena y estoy intentando compatibilizar ambas cosas en la medida de lo posible por si ese proyecto se va al garete. Mi idea era intentar aprovechar la «tranquilidad mental» de pensar «tengo un sueldo fijo» para decir adiós a los peores clientes e intentar mejorar mis condiciones con los que creía que iba a poder negociar, pero de momento ha sido inútil: ninguno ha querido subir ni un céntimo.
Y por otra parte, tampoco sé si desde las editoriales alguien dirá: «no podéis compararos con un técnico editorial». No sé si podemos o no, pero sí sé que yo he trabajado como editora en plantilla en varias empresas y jamás he cobrado lo que pone que cobran, de modo que los asalariados, por mucho convenio que tengan, muchas veces también tragan (cada uno por sus motivos) con ruedas de molino varias.
Mi conclusión: ahora mismo, si solo me dedicara a traducir libros (o incluso a traducir y corregir, parece), no podría ser económicamente independiente ni contribuir, por mucho que quisiera, a la economía de consumo saliendo a tomarme ni un triste café a un bar. Tampoco podría comprar libros. Toca replantearse muchas cosas, me temo.
Abejita laboriosa: Pues ya que la has mencionado, ahí va una cita de Remedios Zafra, El entusiasmo: Precariedad y trabajo creativo en la era digital.
En el carácter precario de los trabajos disponibles radica la situación ventajosa de quien contrata hoy movido por la maximización racionalista de «menor inversión y mayor beneficio». Pero también ahí se acomoda la excusa de temporalidad de quien trabaja soñando con algo mejor. Si este sujeto apostara por iniciar el largo camino hacia un trabajo intelectual en el ámbito académico, creativo o cultural, pronto descubriría que su entusiasmo puede ser usado como argumento para legitimar su explotación, su pago con experiencia o su apagamiento crítico, conformándose con dedicarse gratis a algo que orbita alrededor de la vocación, invirtiendo en un futuro que se aleja con el tiempo, o cobrando de otra manera (inmaterial), pongamos con experiencia, visibilidad, afecto, reconocimiento, seguidores y likes que alimenten mínimamente su vanidad o su malherida expectativa vital.
Como si la creación habitara esa dimensión donde el pago ya se presupone suficiente en el ejercicio creador; como temiendo (o alimentando el temor) que las palabras dinero o sueldo entren en conflicto con la inspiración, que algo ensuciara el mundo abstracto y limpio de la obra, aun cuando está hecha entre detritus y miseria.
Continúa en la segunda parte el lunes 12 de mayo .