Viernes, 25 de abril de 2025.
El jurado de los Premios Complutenses de Traducción, organizados por la Facultad de Filología de la UCM en colaboración con ACE Traductores para fomentar la traducción literaria entre los estudiantes universitarios y reconocer la labor realizada por un traductor a lo largo de su vida, decidió por unanimidad otorgar los tres premios a las siguientes traducciones:
Primer premio:Paula Espinosa Velasco, por su traducción del francés de «Aline-Ali», de André Léo.
Segundo premio: Marina Acién Martín por la traducción de un fragmento de Jane Eyre, de Charlotte Brontë.
Tercer premio: Cabe Rodríguez Martínez por la traducción del inglés de «The Two Offers», de Frances Ellen Watkins Harper.
El relato corto The Two Offers, escrito por Frances Ellen Watkins Harper, se considera el primer relato corto publicado por una escritora afroamericana. El relato data de 1859, fecha en la que apareció en la revista The Anglo-African Magazine. Watkins Harper se convirtió en una de las precursoras de lo que sería el periodismo afroamericano con esta historia donde están presentes unos valores y un pensamiento muy contemporáneos para el siglo XIX.
A continuación podemos leer esta obra en traducción de Cabe Rodríguez.
—¿Qué te pasa esta mañana, Laura? Llevo mirándote durante toda la hora y en este tiempo has comenzado doce cartas y las has desechado todas. ¿Qué asunto de tan grave transcendencia está desconcertando a tu querida cabecita, que no sabes qué decidir?
—Bueno, es un asunto importante. Tengo dos proposiciones de matrimonio, y no sé cuál aceptar.
—Yo no aceptaría ninguna, o al menos, no en este momento.
—¿Por qué no?
—Porque creo que una mujer que no se decide entre dos proposiciones, no siente el amor suficiente por ninguno para elegir; y en esa misma vacilación, indecisión, ella tiene una razón para pararse y reflexionar seriamente, para evitar que su matrimonio, en lugar de ser una afinidad de almas o una unión de corazones, sea solamente un mero asunto de negociación y venta o una cuestión de conveniencia e interés egoísta.
—Pero creo que ambas son buenas proposiciones, tanto como las que una muchacha recibiría con gusto. Aunque, para serte sincera, no pienso que considere a ninguno de ellos tal y como una mujer debería al hombre que elegiría por marido. Mas, si las rechazo, existe el riesgo de ser una solterona y eso no debe pensarse.
—Bueno, supongo que existe, ¿es ese el destino más espantoso que puede conocer una mujer? ¿No hay peor infortunio en un matrimonio desunido, la más absoluta soledad en un hogar sin amor, que en tantas solteronas que aceptan su misión terrenal como un regalo de Dios y se esfuerzan por caminar el sendero de la vida con pasos sinceros y firmes?
—¡Ay! Vaya predicadora estás hecha. De verdad pienso que has nacido para ser una solterona; que cuando la naturaleza te creó, echó una doble porción de intelecto para compensar una carencia de amor; y aun así eres amable y cariñosa. Pero no creo que sepas nada de la gran pasión dominante o de la profunda necesidad de amar que tiene el corazón de una mujer.
—¿Eso crees? —dijo la primera locutora, e inclinándose sobre sus labores, volvió a tejer en silencio lo que había quedado abandonado a su lado durante esta conversación; pero mientras lo hacía, una sombra revoloteaba sobre su frente, una niebla se acumuló en sus ojos y un leve temblor en sus labios revelaron la profundidad de un sentimiento al que su compañera era ajena.
Pero antes de continuar con mi relato, permítame contarle una pequeña historia sobre las locutoras. Eran primas que habían conocido la vida bajo diferentes auspicios. Laura Lagrange era la única hija de padres ricos e indulgentes, quienes no habían escatimado en esfuerzos para hacer de ella una dama consumada. Su prima, Janette Alston, era la hija de unos padres ricos, pero solo en bondad y en afecto. Su padre había sido desafortunado en los negocios y murió antes de que pudiera recuperar sus fortunas, dejando su negocio en un estado embarazoso. Su viuda no estaba familiarizada con sus asuntos de negocios y cuando se liquidó la herencia, los acreedores hambrientos presentaron sus demandas y los abogados cobraron sus honorarios, ella se encontró sin hogar y casi sin dinero, y ella, quien se había refugiado en el cálido abrazo de unos brazos afectuosos, los encontró demasiado desamparados para protegerla de las despiadadas tormentas de la adversidad. Año tras año se enfrentó a la pobreza y lidió con la necesidad, hasta que sus manos, agotadas, eran demasiado débiles para sujetar las cuerdas destrozadas de la existencia, y sus ojos, oscurecidos por las lágrimas, se volvieron pesados con la duermevela de la muerte. Su hija había velado por ella con una devoción incansable, había cerrado sus ojos en la muerte, y se había lanzado al mundo ocupado, inquieto, perdiendo un tono precioso de las voces de la tierra, un querido paso de los senderos de la vida. Era demasiado independiente para depender de la caridad de sus parientes, trató de mantenerse con su propio esfuerzo y lo consiguió. Durante un tiempo, su sendero estuvo marcado por la lucha y la prueba, pero en lugar de quejarse de manera inútil, lo afrontó con coraje y su vida no se convirtió en un asunto de facilidades y lujos, sino de conquista, victoria y logros.
En el momento en el que tuvo lugar esta conversación, las profundas pruebas de su vida habían terminado. Los logros de su ingenio le habían otorgado una posición en el mundo literario, donde brilló como una de sus radiantes estrellas singulares. Y su fama vino acompañada de una capacidad de medios mundanos, que le dio el placer para mejorar y madurar el desarrollo de sus talentos peculiares. Ella, la mujer pálida e intelectual, cuyo ingenio dio vida y vivacidad al círculo social y cuya presencia radiaba un halo de belleza y gracia sobre la atmósfera encantadora en la que se movía, conoció, en un periodo de su vida, la fuerza mística y solemne de un amor que lo absorbía todo. Años desvanecidos en el pasado nublado han visto cómo se encendían sus ojos, cómo se sonrojaban rápidamente sus mejillas y cómo palpitaba su corazón de forma salvaje a los tonos de una voz acallada hace tiempo con la quietud de la muerte. Ella amó, profundamente, salvajemente, apasionantemente. Toda su vida parecía una lluvia de afectos abundantes, cálidos y efusivos. Este amor aceleraba su corazón, inspiraba su ingenio y vertía una franqueza tierna y espiritual en su vida. Entonces llegó la temida desgracia, un despertar afligido de ese «sueño de belleza y deleite». Una sombra cayó en su camino; apareció en medio de ella y el objeto que adoraba su corazón; primero unas palabras frías, distanciamiento, y luego, una separación dolorosa; la antigua historia sobre el orgullo de una mujer, socavando la sepultura de su felicidad, y después una nueva tumba cavada, y su camino por ella hacia el mundo espiritual; y así se apagó el sueño radiante, breve y entristecido de vivir de este joven corazón. Débil y con el espíritu roto, ella se alejó de las escenas ligadas al recuerdo de lo amado y lo perdido. Intentó romper la cadena de las conexiones tristes que la vinculaban al pasado desolado; y entonces, reteniendo los sollozos amargos de su corazón casi roto, como un delfín que se está muriendo, cuya belleza nació de la angustia por su muerte, su ingenio reunió la fuerza del sufrimiento, así como el maravilloso poder y resplandor de la agonía que escondía en las habitaciones desoladas de su alma. Los hombres aclamaban que era una de las hijas de la tierra con un extraño regalo y rodeaban su frente con guirnaldas de fama cuando esta palpitaba con una agitación salvaje y temerosa. Respiraban su nombre con aplausos cuando, a través de los pasillos solitarios de su espíritu abatido, había un grito sincero por la paz, un anhelo profundo por la simpatía y el apoyo a su corazón.
Pero la vida, con sus duras realidades, la encontró; sus responsabilidades solemnes la confrontaron y al volver a los deberes y pruebas de la vida, con un espíritu serio y destrozado, encontró una calma y una forma que solo creía que existía en sus sueños de poesía y canciones. Ahora pasará un periodo de diez años y las primas se han reencontrado. En esa mujer calmada y adorable, en cuyos ojos hay una profunda ternura, templaba los destellos de su ingenio, aquella cuya mirada y tono estaban repletos de simpatía y amor, reconocemos a la que una vez fue la enamorada y afligida Janette Alston. La flor de su juventud había dado paso a un tipo de belleza espiritual superior, como si una mano invisible hubiera estado puliendo y perfeccionando el templo en el que su alma halla su habitación; y esto, así había sido. Su vida interior se había vuelto preciosa y era la que estaba desarrollando la exterior constantemente. Nunca, en el rubor temprano de la feminidad, cuando un amor absorbente había prendido sus ojos e iluminado su vida, había parecido ella tan interesada que cuando, con un semblante que parecía eclipsado por una luz espiritual, se dobló en el lecho de muerte de una joven, simplemente, esperando en las puertas sombrías de la tierra desconocida.
—¿Ha venido? —exclamó débil pero impacientemente la mujer que estaba muriendo—. ¡Ay! Cómo he anhelado que él viniera y, aun en la muerte, me olvida.
—No, no digas eso querida Laura, algún accidente lo habrá detenido —le dijo Janette a su prima; pues en esa cama, de la que nunca se levantaría, yacía la antaño bonita y alegre Laura Lagrange, cuyos ojos hacía tiempo que habían atenuado su brillo con lágrimas, cuya voz se había convertido en un arpa en la que cada acorde se tornaba en tristeza y cuya emoción más débil y vibraciones más altas no eran sino variaciones de la agonía. Una mano pesada se había posado una vez sobre su cálido y acelerado corazón y una voz vino susurrando a su alma que debía morir. Pero, para ella, las noticias eran un mensaje de absolución, eran una voz acallando sus penas incontrolables con la calma de la resignación y la esperanza. La vida medraba con tal cansancio sobre su cabeza —su futuro parecía no tener esperanza— que no deseaba volver a pisar las huellas donde las espinas atravesaron sus pies y las nubes cubrieron su cielo; y aclamó la venida del ángel de la muerte como si fueran los pasos de un buen amigo.
Aun así, la tierra tenía un objetivo muy valioso para su cansado corazón. Este era su marido ausente y desertor porque, después de aquella conversación, ella aceptó una de las proposiciones y se convirtió en una esposa. Antes de casarse, aprendió una gran lección de la experiencia humana y de la vida de una mujer, la de amar al hombre que se arrodillaba en su altar, un devoto entregado. Vivía en un buen lugar y tenía el pelo negro, los ojos chispeantes, una voz con una dulzura emocionante y unos labios de elocuencia persuasiva; y siendo un buen conocedor de los caminos del mundo, se ganó el suyo hasta el corazón de Laura, quien se convirtió en su esposa y se sentía orgulloso de su premio. Él, con un carácter vanidoso y superficial, no contemplaba el matrimonio como un divino sacramento para el crecimiento del alma y el progreso humano, sino como un título de propiedad de la mujer que creía que amaba. Pobre de ella, la falta de rigor de sus principios le hizo indigno de la profunda y eterna devoción de una mujer de corazón puro; pero, durante un tiempo, le ocultó su verdadero ser, ella lo amó ciegamente y hubo un pequeño periodo en el que fue feliz creyendo que era amada; aunque algunas veces una inquietud vaga llenaba su alma cuando, rebosante de algo bueno, bello y verdadero se volvía hacia él y no encontraba respuesta al gran anhelo de su alma. Sin aprecio por la auténtica realidad de la vida, su solemne grandeza y su importancia significativa. Sus almas nunca se encontraron y ella, pronto encontró un vacío en su pecho que su amor nacido de la tierra no podía llenar. Él no satisfizo los deseos de su naturaleza mental y moral, entre ellos no había una afinidad de mentes ni una intercomunión de almas.
Diga lo que quiera sobre la profunda capacidad para amar que tiene una mujer, de la fuerza de su naturaleza afectiva. No se lo negaré, pero ¿puede la mera posesión de cualquier amor humano satisfacer por completo las exigencias de todo un ser? Quizás usted la pinte como una vid frágil en poesía o en ficción, aquella que depende del apoyo de su hermano varón y que se muere cuando carece de él; y todo esto puede sonar lo suficientemente bien para complacer las imaginaciones de las colegialas o de las solteronas enfermas de amor. Pero a una mujer —a la verdadera mujer— si quiere hacerla feliz, necesita más que un mero desarrollo de su naturaleza afectiva. Debe iluminar su consciencia, establecer su fe en lo verdadero y lo correcto, el alcance que el cielo y Dios le han otorgado a sus facultades. El verdadero propósito de la educación femenina no debería consistir en la evolución de una o dos facultades, sino en la de todas las que posee el alma humana, porque ninguna cultura imperfecta desarrolla una feminidad perfecta. Un amor intenso suele ser análogo a un intenso sufrimiento, y confiar toda la riqueza de la naturaleza de una mujer en la barca frágil del amor humano, a menudo, suele ser como confiar un cargamento de oro y gemas preciosas a una barca que nunca ha luchado contra la tormenta ni se ha chocado contra las olas. Entonces, ¿acaso es de extrañar que tantas barcas de la vida se hundan y suelen el océano del tiempo con corazones preciosos y esperanzas malgastadas? ¿Que tantos naufragios destrozados y sin mástil floten a nuestro alrededor? ¿Que tantas estén varadas en los bancos de la existencia y sean faros tristes y advertencias severas para los desconsiderados, para quienes el matrimonio es la unión descuidada y precipitada de los afectos? Lástima que una institución tan buena para la humanidad esté tan corrompida y que esa etapa de la vida, que debería estar repleta de felicidad, se llene tanto de miseria.
Este fue el destino de Laura Lagrange. Tras un breve periodo de tiempo después de casarse, su vida parecía un sueño bello y luminoso que rebosaba esperanza y radiaba alegría. Entonces se produjo un cambio, él encontró otras atracciones más allá de los límites de las influencias del hogar. El salón de juegos tuvo el poder para apartarlo de su lado, él había vivido en un elemento de emociones dañinas y profanas, y la sociedad de una esposa que lo amaba junto con los placeres de un hogar bien reglamentado eran placeres demasiado aburridos para alguien que había pervertido sus gustos con los gozos del pecado. Había casas del vicio encantadoras, construidas sobre los amores muertos de los hombres, donde él pasaría hora tras hora en medio del sonido de una canción, risas, vino y regocijo desmedido, olvidando la mejilla que palidecía por su abandono, ignorando los ojos ensombrecidos por las lágrimas que miraban ansiosamente a la oscuridad, esperando, o vigilando su regreso.
La influencia de relaciones pasadas estaba sobre él. En los primeros años de su vida, el hogar había sido para él un lugar de techos y paredes, no un verdadero hogar construido sobre la bondad, el amor y la verdad. Era un lugar donde alfombras de terciopelo silenciaban su paso, donde el arte del pintor y la destreza del escultor hacían realidad imágenes de encanto y belleza que complacían al ojo y gratificaban al gusto, donde la magnificencia rodeaba sus maneras y las prendas costosas adornaban su persona; pero ese no era el lugar para la verdadera cultura o el desarrollo idóneo de su alma. Su padre había estado demasiado absorto en ganar dinero y su madre en gastarlo, en esforzarse por mantener una posición elegante en la sociedad y brillar a los ojos del mundo como para encaminar adecuadamente el carácter de su hijo caprichoso e impulsivo. Su madre ponía hermosas prendas en su cuerpo, pero dejó feas cicatrices en su alma; sació sus apetitos, pero mató de hambre a su espíritu. Toda madre debería ser una verdadera artista que sabe cómo tejer en la vida de su hijo imágenes de gracia y belleza, una verdadera poeta capaz de escribir en el alma de su hijo la armonía del amor y la verdad y de enseñarle cómo componer el mayor de todos los poemas, la poesía de una vida noble y sincera.
Sin embargo, en su hogar, el amor por lo bueno, lo sincero y lo correcto se había sacrificado por la veneración de la frivolidad y la elegancia. Esa autoridad parental que debería de haberse preservado como un collar de perlas preciosas, intacto y unido, simplemente era la administración del azar. Hubo un tiempo en el que la obediencia la imponía la autoridad, y hubo otro en el que fueron los halagos y las promesas, casi tan a menudo como cuando no había imposición alguna. Sus primeras relaciones fueron fruto de la casualidad y debido a su falta de educación en el hogar, su carácter recibió un sesgo y su vida una sombra, que corría por cada avenida de su existencia y oscurecía todas sus horas futuras. Ay, si pudiéramos trazar la historia de todos los crímenes que han ensombrecido este mundo nuestro, envuelto en pecado y turbado por la pena, cuántos podrían verse surgir de las influencias domésticas equivocadas o del debilitamiento de los lazos del hogar. El hogar siempre debería ser la mejor escuela de las emociones, la cuna de las resoluciones justas y el altar sobre el que se despiertan las aspiraciones nobles, desde donde el alma sigue adelante fortalecida, para interpretar su papel correctamente en el gran drama de la vida con la conciencia iluminada, las emociones cultivadas y la razón y el juicio dominante.
Cabe Rodríguez Martínez (Córdoba, España, 2001) es graduada en Traducción e Interpretación por la Universidad de Málaga. En 2023 cursó un Máster en Traducción Audiovisual y Localización en la Universidad Complutense de Madrid y en la actualidad, ejerce como traductora autónoma especializada en localización y en la traducción literaria, audiovisual, publicitaria y financiera. Durante la época universitaria, formó parte de los PUMAS, el grupo de poesía de la Universidad de Málaga, donde exploró la literatura en todas sus formas, pero, sobre todo, a través de la creación poética. Y nunca ha dejado de explorarla. Sus pasiones son la lectura, la poesía, la pintura, el senderismo y una cervecita al sol con amigas.