Lunes, 21 de abril de 2025.
De cómo y por qué se creó La Tarifadora, una web que permite a los profesionales de la traducción, la edición y la corrección comparar las tarifas que les ofrece la industria editorial española con el SMI y el salario medio de un técnico editorial por cuenta ajena.
Me han brindado la oportunidad de contaros un poco cómo se gestó La Tarifadora, y aprovecharla es un orgullo del que me gustaría ser merecedor. La Tarifadora es un proyecto que surge de la necesidad no solo de denunciar la precarización de nuestra industria, la de las palabras, sino de reconocerla y de asumirla por parte de sus trabajadores con el objeto de atajarla en la medida de nuestras posibilidades, que, en principio y siendo conscientes y asertivos, son todas, porque en nuestras manos está siempre la posibilidad de rechazar un encargo mal retribuido. Si ninguno aceptamos un trabajo que atenta de pleno contra nosotros, quien lo ofrezca se verá obligado a modificar sus condiciones, a mejorarlas.
La Tarifadora es un proyecto que surge de la necesidad no solo de denunciar la precarización de nuestra industria, la de las palabras, sino de reconocerla y de asumirla por parte de sus trabajadores con el objeto de atajarla
Quisiera comenzar mi narración remontándome en el tiempo al momento en que la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), un organismo independiente encargado de preservar, garantizar y promover el correcto funcionamiento, la transparencia y la existencia de una sana y efectiva competencia, así como de regular cualquier sector y mercado en beneficio de los consumidores, abrió un expediente sancionador a la asociación de la que actualmente soy presidente, la Unión de Correctores (UniCo). Fue en abril de 2014 cuando dicho organismo acordó «dar por finalizada la vigilancia seguida en el expediente VS/0352/11 por entender que UniCo ha dado cumplimiento a lo dispuesto por el Consejo de la CNC en la Resolución de 14 de diciembre de 2012». Dicho expediente supuso para nuestra asociación una multa de 2500 euros por infringir la ley de competencia tras publicar una «recomendación colectiva de tarifas mínimas» en nuestra web. Con dicho expediente se confirmaba que el mercado, como siempre, se regulariza solo y no hay que ponerle ningún freno, como expresara aquel exministro de Economía en su comparecencia ante la comisión de investigación: «¡Eso es el mercado, amigo!». Y no hemos sido los únicos ni los últimos, incluso dentro de la misma Red Vértice, que nos hemos visto sancionados y obligados a no hacer ningún tipo de recomendaciones ni en público ni tan siquiera en una lista interna de correo. Otro día hablamos de qué tiene de beneficioso para el consumidor que nos paguen una miseria a quienes producimos cultura, porque, si me pagas una tarifa mísera, es probable que no pueda ofrecerte un trabajo decente, y en este caso el lector acabe recibiendo una mercancía defectuosa. ¿O es que para la CNMC el consumidor es quien nos paga esa tarifa miserable, el editor, y no quien abona el precio del producto, el lector?
Con La Tarifadora queremos poner nuestro granito de arena a que sea uno mismo quien se despierte y nadie pueda ponerle freno. Es un poco como tomar la pastilla roja de manos de Morfeo en la película Matrix de las hermanas Wachowski; como ponerse las gafas de sol que permiten distinguir a los alienígenas y a toda su criminal infraestructura subliminal que nos domina en They Live!, el filme de Carpenter basado en el relato «Eight o’clock in the morning» de Ray Nelson; como el despertar de Segismundo en La vida es sueño calderoniana (¡por favor, no arrojéis a nadie por la ventana!). Con La Tarifadora cada uno descubrirá cómo es su tarifa de corrección, edición o traducción en comparación con el salario mínimo interprofesional (SMI) y el salario medio de un técnico editorial.

Todas las ilustraciones son de Roberta Vázquez
Hace años que en UniCo soñábamos con llevar a cabo algo parecido, así que cuando hace nueve meses las compañeras de ACE Traductores Chiara Giordano (que ha estado pendiente siempre de organizarlo todo y resolver cualquier tipo de problema al que nos enfrentásemos) y Julia Osuna (verdadera madre nutricia del proyecto, que lo ha ideado, diseñado y mimado con cariño y paciencia) nos propusieron participar aportando nuestra vertiente respecto a la corrección y la edición no pude hacer otra cosa que remangarme y ponerme manos a la obra. En justicia hay que decir que la semilla de La Tarifadora surge de un esfuerzo para crear un tarifario por parte de los miembros del Sindicato de Artes Gráficas, Audiovisuales y Papel (SEGAP) de Barcelona, organismo adscrito a la Confederación General de Trabajadores (CGT). La CGT, consciente de nuestra imposibilidad para defender unas condiciones laborales dignas en lo que a tarifas se refiere, es la primera que intenta publicar una suerte de tarifario. Y a mí me llega de la mano de Javier Roma, que es quien nos pide nuestra colaboración para abrirlo también a la corrección de textos. Es él quien de alguna manera pone en contacto a nuestras respectivas asociaciones, UniCo y ACE Traductores, y a mediados de 2024 nos ponemos en marcha para llegar a donde estamos en estos momentos: compartiéndoos con alegría el fruto de nuestro esfuerzo interasociativo, una web, La Tarifadora, con la que podremos calcular cuánto de nuestra plusvalía se quedan para sí las empresas para las que colaboramos como proveedores externos en calidad de traductores, editores y correctores.
El asunto de fondo es que la industria editorial española resulta sumamente cicatera cuando la comparas con la de otros idiomas
Porque las editoriales, por centrarnos en un modelo de negocio que nos ocupa a ambas asociaciones, no han hecho sino crecer, aumentando sus beneficios año tras año, como religiosamente vienen publicando en sucesivos informes sobre el sector editorial español las distintas federaciones de gremios de editores de nuestro país. Con la pandemia casi podríamos afirmar que el único sector que siguió creciendo fue el editorial. ¿Pero ese crecimiento constante quiénes lo habéis notado en vuestros bolsillos? ¿Qué pasa, que no se corrige ni se traduce ni se edita todo lo que se publica? ¿O es que solo se benefician ellos de nuestro trabajo? Porque cuando las cosas fueron mal, con la crisis de 2008, bien que se bajaron nuestras tarifas lo poco que tal vez hubieran podido llegar a subir desde el nuevo siglo. Con lo que, en la práctica, nuestras tarifas no han crecido apenas en 25 años o más. Eso lo puedo constatar fácilmente gracias a las más de dos décadas que llevo en activo, al principio por cuenta ajena y luego propia.
Pero una cosa es saberlo y otra verlo negro sobre blanco y encima adornado con las maravillosas ilustraciones de Roberta Vázquez sobre ideas de Julia. Porque cuando ves tu tarifa comparada con el SMI y el salario medio de un técnico editorial (que no estamos comparándolo precisamente con el sueldo de un directivo, oiga) es cuando realmente se te queda una cara como de heroína de tragedia griega en el momento de la anagnórisis, arrebatada por la revelación de una identidad que permanecía oculta. Oculta por ese mercado que se autorregula a las mil maravillas. Opinión normalmente siempre sostenida por quien se beneficia de él y de su funcionamiento actual, no por quienes se ven perjudicados, está claro.
El asunto de fondo es que la industria editorial española resulta sumamente cicatera cuando la comparas con las de otros idiomas. Las causas de que nuestro mercado parezca anclado en tarifas del siglo XX tal vez puedan no ser del todo evidentes. Si me preguntas mi opinión, cosa que asumo que haces dado que estás leyendo estas líneas, te diré que creo que todo se fundamenta en la prohibición de Felipe II el Prudente de que nuestros investigadores se pudieran nutrir de las enseñanzas de otras universidades europeas. El miedo a que se impregnaran de consignas reformistas fue el que nos aisló en nuestro contrarreformismo atávico y nos convirtió en la cola cultural, y científica, de Europa. Que desde entonces haya habido una dicotomía entre el profesorado y el clero y que casi siempre se haya resuelto históricamente a favor del segundo no ha ayudado tampoco a que avancemos. Al contrario. Por tanto, la cultura y la ciencia son el último mono de la NASA no solo en España, sino en español. También está la consideración, a mi modo de ver errónea o simplista, de que en español se lee menos que en otros idiomas. Dado que habría que atender al número de ventas totales, porque, aunque por término medio se lea menos, somos muchos más los hispanohablantes que los francoparlantes, por ejemplo. Pero siempre he pensado que ni tan siquiera esa consideración ha de tenerse en cuenta, que esa no puede ser la excusa que esgrima la industria del libro en España para pretender que comprendamos y, no contenta con eso, incluso le perdonemos su pertinaz cicatería, porque aquí sectores como la restauración y el turismo han sido siempre nuestras principales fuentes de ingresos nacionales, ¡será por bares en España!, y no hay trabajadores más explotados que el personal del sector de la restauración y la limpieza de hoteles, por poner un ejemplo. Así que la causa no puede ser tampoco que no obtengan los beneficios de los que tal vez gocen las industrias editoriales en otros idiomas. Aquí parece que el empresario es cicatero por definición, no por elección.
Ahora, para colmo de males, llueve sobre mojado y nuestra ya desprestigiada cultura se ve asediada por numerosos frentes. Esperamos no haber llegado tarde con La Tarifadora, como ese socorrista que se lanza al proceloso mar embravecido para tratar de rescatar a alguien que está ahogándose y finalmente solo logra llevar a la orilla el cuerpo sin vida de un bañista y fracasa en la reanimación cardiopulmonar. Y es que ahora nos enfrentamos a muchos retos que no hacen sino menoscabar aún más nuestra dignidad laboral. Porque, por un lado, hemos de gestionar el aparente fracaso de las negociaciones en torno al Estatuto del Artista y el Trabajador de la Cultura, que parecen estar estancándose y convirtiéndose sus medidas en armas arrojadizas que unos colectivos usan como arma arrojadiza contra otros: nos estamos separando en lugar de hacer piña y causa común, muchos están solo preocupados ya de arrimar el ascua a su sardina, importándoles poco que las sardinas ajenas estén congeladas, crudas o putrefactas ya. El otro frente, mucho más peligroso, es el auge de la inteligencia artificial generativa y el apoyo que las administraciones y medios de nuestro país, convenientemente regados con dinero por parte de sus desarrolladores, le están brindando, mientras hacen caso omiso a nuestras justas reivindicaciones de que todas, hasta la más inocente y supuestamente ética, se han creado infringiendo los derechos de autor, que su uso está a años luz de ser sostenible ecológicamente hablando y que su implantación parece la crónica de una muerte anunciada: irreversible e irremediable por mucho que se alcen voces en su contra por toda Europa. Con su aplicación solo se conseguirá mayor precarización, como los traductores bien saben que ha pasado con la implantación de herramientas de traducción automática. Lo llamaron posedición, pero todos somos conscientes de que es un eufemismo para no llamarlo precarización de la traducción, y que es una labor ingrata que está demostrado que te desgasta cognitivamente más que la propia traducción y por la que cobras menos a la hora. Que cobras menos tú, claro, no quienes se beneficien luego de tu trabajo cuasiforzado. Ellos y el tecnofeudalismo imperante que lleva las riendas de todo, por supuesto.
Desde luego que con este panorama tan desolador (y ni siquiera nos hemos puesto a hablar de los anuncios de guerra inminente ni del auge de los nacionalismos de corte autoritario a un lado y otro del charco) es normal que se le quiten a uno las ganas de dedicarse a la cultura. Seguro que todos conocemos a alguien que se ha cortado la coleta en los últimos años. En cualquier caso, hay que celebrar que entre ACE Traductores y UniCo se creen sinergias de colaboración como esta, que nos permitan traeros una herramienta más que nos faculte para tratar de ponerle el cascabel al gato de la precarización laboral. Esperamos que os sirva de ayuda. Han sido nueve meses de proyecto, toda una gestación, pero estamos orgullosos de nuestra criatura.
Hay que celebrar que entre ACEtt y UniCo se creen sinergias de colaboración como esta que nos permitan traeros una herramienta más que nos faculte para tratar de ponerle el cascabel al gato de la precarización laboral
Fernando Valdés es filólogo hispánico por la UAM con máster en edición. Empezó en 2003 como asistente editorial de preimpresión gestionando la corrección y la maquetación externas de libros educativos. Posteriormente trabajó como editor de mesa de LIJ realizando coediciones que cambiaban el negro texto y adaptando cubiertas. Desde 2008 trabaja por cuenta propia como corrector y editor, a veces como maquetista: educativa, LIJ, medios impresos y digitales, museos y organismos internacionales. Los últimos años los ha dedicado a formar parte de la junta directiva de UniCo, que actualmente preside. También es entrenador de rugby infantil, nadador y jugador de rol.