Ceremonia de entrega del XIX premio de traducción Esther Benítez

Viernes, 17 de enero de 2025.

El pasado miércoles 11 de diciembre, ACE Traductores celebró en la sede del Instituto Cervantes de Madrid la entrega del XIX Premio de Traducción Esther Benítez, otorgado a Ana Flecha por su traducción de Chica, 1983 de la autora noruega Linn Ullmann, publicada por Gatopardo Ediciones. 

 

Ana Flecha y María José Gálvez

 

Teresa Lanero, ACE Traductores

ACE Traductores agradece la presencia en este acto de María José Gálvez, directora general del Libro y Fomento de la Lectura; de Manuel Rico, presidente de ACE; de Pedro Sánchez Álvarez, jefe del departamento de socios de CEDRO; de Sara Sánchez y Mónica Cabello, directora gerente y coordinadora técnica de CEGAL; de Rosa Llopis, de Asetrad; de Alicia Cano, gerente de la Federación Estatal de Compañías y Empresas de Danza (FECED).

Ana Flecha y Mauro Hernández

También agradecemos a Mauro Hernández, hijo de Esther Benítez, que nos acompañe un año más.

Queridas compañeras, queridos compañeros, bienvenidos a la entrega de la decimonovena edición del premio Esther Benítez que todos los años otorga ACE Traductores.

Hoy es un día de fiesta para los que estamos aquí. Y es un día de fiesta por muchas razones. Un año más, celebramos la traducción, el entendimiento entre distintas lenguas y culturas, un entendimiento cada vez más necesario en este mundo.

Celebramos que, por decimonoveno año consecutivo, los socios de ACE Traductores nos reunimos para entregar un premio a una compañera, un premio que además lleva el nombre de Esther Benítez, que tanto luchó por la profesión, por el reconocimiento de los derechos de propiedad intelectual de los traductores, por unos contratos respetuosos, por unas tarifas dignas. Y lo celebramos además en la sede central del Instituto Cervantes, que vela por la promoción cultural y lingüística del español y de las demás lenguas de España.

Teresa Lanero

Pero sobre todo, hoy celebramos que el jurado compuesto por los socios de ACE Traductores ha decidido que el premio Esther Benítez sea para nuestra querida Ana Flecha Marco, que ya había sido finalista de este premio en 2021 y 2022. Ana es una traductora incansable que traduce fundamentalmente del noruego, aunque también del inglés y el francés. Es, además, una gran compañera y amiga, y ha colaborado activamente en ACE Traductores desde sus inicios profesionales. Su premio nos llena de alegría, su premio es nuestro premio.

La traducción merecedora del Esther Benítez este año es Chica, 1983, de la autora noruega Linn Ullmann, publicada por Gatopardo Ediciones. Este es el segundo libro de Ullmann que traduce Ana Flecha. El primero fue Los inquietos, publicado en 2022 también por Gatopardo y finalista del premio Esther Benítez en 2023. Ana dice en la revista VASOS COMUNICANTES que Chica, 1983 son «unas memorias vestidas de novela, o puede que sea al revés». Se trata, en todo caso, de un texto de carácter autobiográfico en el que Linn Ullmann, hija del cineasta Ingmar Bergman y de la actriz Liv Ullmann, describe los abusos que sufrió cuando tenía dieciséis años y los sentimientos que el recuerdo de aquella experiencia le provoca cuarenta años después. Un tema que, desgraciadamente, no ha perdido vigencia.

La traducción de Ana es sencillamente deliciosa. Imaginamos que no habrá sido nada fácil reproducir el estilo de la autora, cuya narración está construida a base de retazos, aparentemente inconexos, que poco a poco van encajando como las piezas de un puzle, donde el pasado y el presente se fusionan y las referencias y citas son constantes. Pero con Ana todo parece fácil, hasta el punto de que el lector olvida que Chica, 1983 está escrito en otra lengua. Por eso, si aún no lo habéis leído, permitidme que os recomiende su lectura.

Manuel Rico, presidente de la Asociación Colegial de Escritores

Y esta fiesta de la traducción de este año, en la que Ana es hoy la protagonista, no empieza aquí ni tampoco acabará aquí. Empezó hace mucho tiempo, con los primeros libros que Ana leyó, puede que traducidos, tal vez en traducción de la propia Esther Benítez. Continuó cuando Ana siguió leyendo otros libros, otras traducciones, a otros traductores, tal vez a algunos de los ganadores de las dieciocho ediciones anteriores del premio Esther Benítez. Y la fiesta seguirá más adelante, con los traductores que, después de leer las traducciones de Ana, entre otras muchas, escribirán sus propias traducciones, en un círculo sin fin en el que todos nos nutrimos de todos. Un círculo que hay que celebrar esta noche.

 

Marta Sánchez-Nieves, presidenta de ACE Traductores

Directora General del Libro, del Cómic y de la Lectura, representantes, colegas, amigas y amigos de los organismos y asociaciones de las letras, el libro, la cultura.

Aquí estamos un año más, esperemos que no un año menos, celebrando la traducción, los libros, la cultura y, sobre todo, a quienes le damos voz, cuerpo y forma.

Dice Àngels Gregori que «La incertesa de la traducció / és que sempre l’acompanya un gran dolor. / Kavafis va ensenyar-nos a esperar: / l’arribada dels bàrbars, en qualsevol indret, / era només una qüestió de temps».[1]

Marta Sánchez Nieves

¿Puede que ya estén aquí los bárbaros? Solo así logro explicar esta carrera frenética que, desde hace más de un año, se retroalimenta de enfrentar al sector cultural con la tecnología, con cierto tren bala al que hay que subirse a ciegas, sin saber bien cuál es su destino. Es más, no sabemos siquiera si se ha instalado la infraestructura necesaria para que circule, pero ahí tenemos al jefe de estación levantando el banderín y dando la salida.

Mientras miro por la ventanilla del tren, pienso en que en estos casi 365 días que han pasado desde que nos juntamos la última vez ha tenido que haber algo más, que no puede ser que solo hayamos hablado de IA generativa. Versta a versta, segundo a segundo, voy recuperando los fotogramas de este año, en los que se alternan las luces y las sombras.

Se desliza el colorido de la relatoría ilustrada del Polisemo en Vigo, el linograbado 100 % manufactura humana que nos regalaron en el congreso de CEGAL, las ediciones de Vitrinas y Páginas que han decorado 26 escaparates de otras tantas librerías, que han unido a 77 libreras, ilustradoras, escritoras y traductoras para recordarnos que, si engarzamos los eslabones de la cadena del libro, desde la cabeza que lo imagina hasta las manos que lo abren y los ojos que lo recorren, obtendremos una cadena protectora, no unos grilletes aherrojadores.

También fulguran las sombras que emanan de las reuniones, documentos, propuestas y enmiendas que se suceden sin solución de continuidad. Unas sombras que no avanzan, sino que parecen moverse en círculo. Ya me perdonaréis la comparación, pero es como si hubiéramos cambiado de tren: ya no es ese moderno que no se puede dejar escapar, sino más bien el tren de la bruja, ahí, girando y girando con escobazos y sobresaltos en forma de epígrafes perdidos en el recorrido que va desde la plaza del Rey a la carrera de san Jerónimo.

Cierto que una siempre se sube al tren de la bruja bien acompañada, y entre las compañeras de profesiones en teoría tan diferentes como la corrección, la danza, la ilustración, el sector audiovisual o el teatro estamos tejiendo escudos que no sé si protegen de los escobazos, pero al menos los amortiguan. Y nos devuelven las luces.

Y las ventanillas: por ellas vislumbro el abecedario ilustrado de la traducción editorial, que al fin está disponible en nuestra web, también los clubes de lectura, los conversatorios y talleres de formación, ¡las parejas de las mentorías!, ¡la FIL de Guadalajara y el encuentro con las compañeras de Ametli!

Cierto que a veces la velocidad del tren se ralentiza, ya sabéis, hay que adaptar nuestro ancho de vía al europeo. En ese tramo lento, desesperante, algunas compañeras deciden bajarse, pues se divisa a lo lejos al revisor pidiendo el comprobante de pago de la cuota de la Seguridad Social.

Otras resistimos, bien pasándonos a un vagón de clase más baja, a cambio de perder prestaciones, bien aguantando en la misma clase, a cambio de disfrutar más bien poco del paisaje, con la vista fija en el ordenador.

Para descansar la vista, levanto la cabeza un momento y en el paisaje veo dos figuras que se despiden, ya sí para siempre: uno es Salustiano Masó, el único traductor español que recibió el Premio Nathorst-Unesco por el conjunto de su obra como traductor literario, y autor, además, de uno de los poemas más bonitos dedicados al desayuno y al café.[2] Quizá porque el café y los plazos de traducción están proporcionalmente unidos.

El otro, Joaquín Garrigós, el colega admirado y querido, el «viajante» cuyo primer «muestrario era la obra de Eliade», cuya voz surge cada vez que alguien me pregunta por la traducción de poesía: «en poesía no se traduce de una lengua a otra, sino un poema en otro poema».

Joaquín y su maleta, y el viento y los sauces de Salustiano nos ven avanzar. Me pregunto qué pensaría Salustiano de la IA generativa, él, que dejó de traducir cuando los ordenadores se impusieron, ya incapaz de adaptarse.

Sin embargo, una es de esas optimistas que cree, que confía, en que hay más opciones que adaptarse o morir, que hay otros mundos posibles. Afortunadamente, somos muchas las optimistas. La historia de ACE Traductores, los casi veinte años del Premio de Traducción Esther Benítez así nos lo demuestran.

Una edición más la bibliodiversidad está presente en las obras finalistas de nuestro premio: Identitti de Mithu Sanyal llevó a Paula Aguiriano a hacer malabares con el lenguaje inclusivo, el no binario, la conciencia colonial o los criterios ortotipográficos.

También en alemán hizo equilibrios Claudia Toda, aunque la documentación la llevó por muchos caminos y lenguas y, encima, con la presión añadida que supone una nueva traducción de un clásico como Stefan Zweig.

Otro clásico pasó por las manos de Juan Pascual Martínez, pero no en forma de novela, sino de notas, diarios, cartas y bocetos de Philip K. Dick, quien nunca pensó que estas páginas fueran a publicarse, así que estamos ante uno de esos encargos que deberían haber incluido un plus de penosidad.

Termino la ronda de finalistas con Núria Molines, quien no nos acompaña hoy porque los efectos de la DANA en Valencia se sienten hasta en las actividades más insospechadas. Y quiero aprovechar el título de la obra de Gabrielle Zevin para recordar al sector del libro afectado que Mañana, y mañana, y mañana, cuando ya no seáis noticias y haya que seguir construyendo el mundo, nuestras manos, hombros y cabezas seguirán aquí para vosotras.

En fin, menos mal que ahora va a hablar Ana Flecha, quien nos hará reír y disfrutar. Porque Ana es esa compañera que, aparte de ser la maravillosa traductora que nos ha dicho Teresa, también es esa colega y compañera cuya presencia nos recuerda que no debemos olvidarnos de la alegría y que, como dice el cantautor al que cito todos los años, «la tristeza, si es compartida, se vuelve rabia que cambia vidas».

 

[1] En Jazz, editorial Proa, 2023.

[2] En Metafísica recreativa, editorial Poesía eres tú, 2009.

Sala del Instituto Cervantes durante la recepción

 

Lucas Villavecchia, editor de Gatopardo

En primer lugar, gracias a ACE Traductores por reconocer con el Premio Esther Benítez la traducción de Chica, 1983, de Linn Ullmann, y por invitarme a decir unas palabras. También me gustaría agradecer el apoyo de NORLA (Norwegian Literature Abroad), indispensable para que este libro viera la luz en español. Y, por supuesto, gracias a Ana. Es un verdadero placer trabajar con una traductora de su categoría que, además, es una embajadora inigualable de la literatura noruega en nuestra lengua.

Me hace especial ilusión que este premio lo otorguen los mismos traductores, puesto que la traducción está en la génesis de Gatopardo. Hace ahora diez años, en una conversación de sobremesa, mis abuelos, Javier y Marta, ya fallecidos, hablaban con una amiga de un libro menor de Lampedusa que no estaba traducido al español o se hallaba descatalogado. «¿Por qué no lo traducimos y publicamos?», vinieron a decir. Tras lo cual me imagino que se dieron de bruces con la evidencia: la cosa no es tan fácil, para publicar un libro hay que tener una editorial… Y ellos, que eran muy «echaos palante» y siempre habían sido muy librescos, decidieron impulsar la creación de Gatopardo bajo la dirección, en los primeros años, de Mónica Monteys. Irónicamente, el libro de Lampedusa nunca llegó a publicarse, pero en cambio hemos publicado cerca de 110 títulos, el 95 % de los cuales son traducciones.

Dicho esto, el mérito de Gatopardo en este premio se limita fundamentalmente a haber tenido el acierto de encargarle a Ana Flecha la traducción de este y otros libros noruegos, dos de los cuales fueron finalistas del Esther Benítez en años recientes. Puede decirse que el nombre de Ana es inseparable en España de los de Linn Ullmann y Nina Lykke, o más bien al revés: que los nombres de Linn Ullmann y Nina Lykke son inseparables del de Ana. Y, por extensión, a estas alturas el nombre de Ana está íntimamente ligado a la historia de Gatopardo, puesto que los libros de estas escritoras se cuentan entre los más emblemáticos y significativos de la editorial.

Lucas Villavecchia, editor de Gatopardo

Los editores suelen jactarse de cultivar una «política de autor», siendo fieles a un escritor a lo largo de su trayectoria, a veces contra viento y marea. Forzando la expresión, cabría hablar de una política menos evidente y más subterránea, de la que el editor es, no lo olvidemos, el primer beneficiado: la «política de traductor», consistente en rodearse de un buen elenco de traductores, cuyo papel en la construcción de un catálogo cobra especial importancia en una editorial literaria como Gatopardo. Quizá más de la mitad de nuestros libros se deben a la colaboración prolongada y reincidente con un puñado de traductores maravillosos como Irene Oliva Luque, Magdalena Palmer, María Antonia de Miquel, Patricia Antón, Palmira Feixas, Inés Clavero, Alex Gibert y Teresa Clavel, entre otros. Si algo he aprendido en mi breve andadura de editor es que no hay nada más ingrato que una mala traducción y, por lo mismo, no hay mayor bendición que una buena traducción.

Pues, como dijo Simon Leys, una buena traducción es un «artículo de lujo». Y seguramente nadie está mejor situado que un editor para valorar, entre bambalinas, el arduo y sofisticado proceso que hace posible este lujo, en el que él desempeña un papel secundario pero imprescindible.  Un empeño, como digo, arduo y en el fondo utópico, puesto que no existe la traducción perfecta, y el camino del traductor está lleno de esplendores, pero también de miserias, parafraseando a Ortega y Gasset. Reza el tópico que los editores, como los críticos, son escritores frustrados, pero yo siempre me he considerado más bien un traductor frustrado. No se me ocurre oficio más bonito y admirable, a la par que sufrido. Soy de esos que a veces compran libros a ciegas, solo porque llevan la firma de un traductor al que admiran. Y Ana Flecha se cuenta, sin duda, entre ellos.

María José Gálvez, , directora general del Libro y Fomento de la Lectura

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