Las pruebas de traducción para el mercado editorial

Esta conversación que llamamos «Centón» se desarrolló durante el mes de noviembre de 2024 en la lista de distribución de ACE Traductores, como respuesta a una denuncia de malas prácticas en las prueba de traducción. Con estos testimonios, intentamos dibujar un marco que separe las buenas prácticas de las prácticas abusivas. Esperamos que sea de utilidad para las personas que empiezan a navegar por el mercado editorial.

 

Diccionario enciclopédico Brockhaus and Efron.

Diccionario enciclopédico Brockhaus and Efron

Carmen Francí: Pues quizá podríamos empezar diciendo qué es una prueba de traducción y qué no debería ser.

Todos los traductores hemos hecho pruebas de traducción, me parece a mí. Yo las he hecho casi siempre que he entrado a trabajar con una nueva editorial. Si puedo, prefiero evitarlo y les digo que miren los libros que aparecen ya publicados con mi nombre, pero entiendo que los editores muy intervencionistas dan por hecho que lo publicado no es 100% obra del traductor: supongo que, en su manera de ver la edición, así son las cosas. Pero, en cualquier caso, a mí me parece lógico que el editor tenga alguna garantía de que lo que está contratando va a ser bueno.

El editor es, básicamente, un empresario. Invierte dinero en un producto y quiere sacarlo al mercado. Y si es un buen empresario, querrá sacarlo con una calidad buena o, como mínimo, decente. En este sentido, un contrato de traducción es un encargo. Y parece lógico que quien lo hace quiera garantías de que el resultado será bueno.

Sin embargo, en más de una ocasión hemos visto pruebas que despiertan sospechas por su extensión. Cualquiera que haya corregido textos alguna vez, haya dado clases de traducción o, en realidad, haya leído un libro traducido, sabe que unos pocos párrafos son más que suficientes para saber si la persona que traduce sabe lo que hace. De hecho, en clase de traducción literaria pongo todos los años un texto maravilloso de Edgar Allan Poe que con tres parrafitos me permite valorar cuatro cosas básicas: si el autor de la traducción sabe inglés; si sabe español; si sabe documentarse; si sabe reproducir un tono y una atmósfera.

Cuando veo pruebas de traducción que superan las 300-500 palabras, siempre me pregunto qué está pasando ahí. Más raro todavía me parece ver pruebas de varias páginas. Y se me ocurren tres ideas:

– El editor no sabe qué valorar y necesita mucho texto para decidirse. En ese caso, tal vez debería delegar la decisión en un experto.

– En realidad le da lo mismo la extensión: no piensa leer la prueba entera. Lo hace solo para demostrar, de entrada, que él manda ahí.

– El objetivo es otro y es inconfesable. Por ejemplo, obtener la traducción de un libro completo tras descomponerlo en un montón de pruebas remitidas a diversos traductores. Y si no fuera porque tengo pruebas concretísimas de un caso antiguo (pedí todos los fragmentos a los interesados y pude recomponer un libro casi entero), pensaría que semejante burrada pertenecía al terreno de las leyendas (negras) urbanas.

Resumiendo: sin caer en la paranoia (espero), a mí las pruebas largas me hacen dudar mucho sobre la competencia y la profesionalidad del editor que las remite.

María Teresa Gallego: Personalmente opino que en el caso de un traductor en ejercicio no procede prueba alguna: el editor puede consultar las traducciones ya publicadas. Una breve prueba, de un texto bien escogido que sea un tanto espinoso, con lo cual en cien líneas como mucho se calibra la calidad de la traducción, sí puede proceder en el caso de que no exista aún obra publicada o muy escasa. Y no hace falta más que eso, alrededor de cien líneas.  Que no tienen por qué ser del libro que la editorial piense encargar a ese traductor.

Por otra parte, si yo fuese editor sí le pediría al traductor novel que completase la prueba de traducción con un pequeño comentario sobre características y dificultades específicas del libro que le quiere proponer.

Concha Cardeñoso: Pues me parece que entre Carmen y Maite ya está todo dicho. Aunque cien líneas me parece incluso excesivo como prueba para un traductor con experiencia.

Añado, no obstante, que, en mi caso, nunca he aceptado pruebas abusivas, de más de dos o tres holandesas de 2100 caracteres más espacios. Y hace mucho que no me piden pruebas. En principio me negaría, excepto si fuera algo muy difícil, en cuyo caso, y si la remuneración no va a la par, no aceptaría el encargo ni por prurito u orgullo profesional.

María Teresa Gallego: Para un traductor con experiencia ya están todos los miles de hojas que lleva traducidas y que están en las librerías. No hacen falta pruebas. La preuve est faite, que dicen los franceses. Por lo demás, tienes razón. Y Carmen también. Tres párrafos bien escogidos pueden ser ya sobradamente reveladores. En mi caso, nada más me han pedido una prueba de traducción en la vida (en algún otro centón y algún trujamán he hablado de ello), a los dieciocho años para mi primera traducción (Seix Barral).

Alicia Martorell: Yo también he hecho pocas pruebas en traducción editorial, pero mi situación es un tanto especial y sí las he hecho en otros contextos. Para mí el problema es el de siempre: los que abusan de las pruebas (pruebas demasiado largas, pruebas poco respetuosas) se dirigen especialmente a personas en situación más precaria o peor informada.

De la taxonomía que propone Carmen, la segunda categoría me parece fundamental: algunas editoriales mandan pruebas desproporcionadas porque no valoran lo suficiente el trabajo ajeno. Mal comienzo: las pruebas abusivas no abren la puerta a ningún sitio. Traducir gratis diez páginas para una editorial ya te anuncia que las tarifas no van a ser sostenibles, que no te van a tener mucho respeto, que quizá no te paguen o no te hagan contrato. Yo al menos no conozco casos de editoriales respetuosas que manden pruebas irrespetuosas. Y, aunque nadie está a salvo de un atasco de trabajo, considero también prueba irrespetuosa la que no va seguida de una respuesta puntual: si no tienes tiempo para leer las pruebas que pides, no las pidas, porque el trabajo ajeno tiene un valor, y mucho más si no tiene un precio.

Elías Ortigosa: Yo tuve suerte. La primera editorial con la que trabajé de traductor no me hizo prueba. La segunda sí: el primer capítulo de un libro (siete páginas), aunque no me pareció excesivo (influyen el entusiasmo inicial y la cantidad de tiempo de que disponía); el libro que me encargaron fue otro. A la tercera llegué por recomendación de una colega de la asociación; tampoco me hicieron prueba. A la cuarta realmente la prueba se la entregué yo: una propuesta de traducción.

Y aquí estamos. Mi corta experiencia no es nada ilustrativa (aunque claro, ¿lo es la experiencia de nadie?). Cabe decir que me ahorré muchos disgustos por entrar en ACE Traductores de presocio y leer religiosamente la lista y por estar en contacto con otras colegas en Twitter desde la universidad. Nadie escarmienta en cabeza ajena, pero qué útil es saber a quién no dirigirte (y cuánta generosidad he encontrado aquí y allá desde el principio).

También hice una prueba de corrección, pero el editor en cuestión me marcó un plazo ajustado que yo cumplí y luego se comprometió en repetidas ocasiones a darme una respuesta y lo fue posponiendo durante semanas hasta que un buen día me llamó por teléfono para decirme que no después de que yo hubiera insistido muchísimo (dar la matraca es un arte). La seriedad no siempre es recíproca; llevo muy poquitos años en esto, pero qué rápido lo aprendí.

Gudrun Palomino: En cuando a pruebas, yo estos años he tenido experiencias de todo tipo. Hay editoriales que me han encargado una traducción sin pedirme prueba, otras que me han pedido textos anteriores para ver cómo traducía (como si fuera un porfolio, que creo que puede llegar a ser una buena alternativa), y luego otras me han mandado prueba (tres en concreto). Una de ellas me mandó una prueba de siete páginas de un libro que ya habían publicado, otra era del libro que me iban a encargar (esta fue corta, de varios párrafos, y tenía que ver con aspectos peliagudos del texto), y otra editorial que me mandó una prueba de tres a cinco páginas, no recuerdo exactamente, todavía no me ha mandado ningún encargo.

Diría que con un par de párrafos ya se puede ver cómo va a trabajar un traductor y qué estilo tiene. Sin embargo, es cierto que cuantos más libros traduzco menos sentido les veo a las pruebas, sobre todo si son libros que no presentan una complejidad muy aparente. De todas formas, yo ahora haría pruebas de máximo tres, cinco páginas como muchísimo, después de llevar algunos años en el sector y de conversar con compañeros de la lista. Soy consciente de que si no estuviera aquí, como comenta Elías, otro gallo cantaría.

Al final, las editoriales que mandan pruebas excesivas buscan a gente ilusionada y desesperada, y las tarifas no van a ser buenas segurísimo (de hecho… las editoriales que no me han hecho prueba son las que mejor me han pagado. Es cierto que la última fue una obra que yo propuse, pero las editoras ya me conocían y ya había traducido un libro para ellas en el que no tuve que hacer ninguna prueba de traducción).

Raquel García Rojas: Yo he hecho muy poquitas pruebas, tanto para traducción audiovisual (que no vienen al caso aquí) como para traducción editorial.

Para traducción editorial, solo dos, casi al principio de empezar, pero no para mi primer encargo. En concreto, creo que una fue para el tercero y venía de una editorial a cuyo editor conocí en la presentación del segundo libro que había traducido yo para otro sello. Tampoco sé si podría considerarse «prueba», en realidad, porque primero firmamos el contrato para la traducción de la novela y, una vez formalizado todo, lo que me pidieron fue que les enviara el primer capítulo en cuanto lo tuviera para poder ver cómo iba y si me podían dar algún tipo de orientación. Y lo hicieron, me devolvieron la traducción del capítulo con algunas anotaciones y consejos y, en general, lo recuerdo como una buena experiencia porque aprendí de mis propios errores y de una forma que me pareció bastante profesional y fluida. Es cierto que las «correcciones» o sugerencias que me hicieron eran pocas, no sé qué habría pasado si en esa especie de prueba hubieran considerado que lo había hecho fatal… ¿Habrían podido rescindir el contrato? Entiendo que quizá sí (aunque me pagasen ese capítulo), pero nunca se planteó la duda. Casi diez años después, sigo colaborando con esta editorial de manera más o menos regular.

La otra prueba que me pidieron fue de una agencia de servicios editoriales, junto con otra de corrección. En ese caso fue un solo párrafo, de veintitrés líneas, de La letra escarlata. También me dieron respuesta, y positiva (esta vez sin sugerencias ni nada, solo un «gracias, nos ha gustado», pero para ellos nunca he llegado a traducir nada por cuestión de tarifas (según la agencia, impuestas por sus clientes finales y, por tanto, innegociables). Sí colaboré con ellos para correcciones durante un tiempo.

El resto de los encargos que me han llegado después han sido por recomendación entre editores de unos sellos a otros o bien porque habían leído alguna de mis traducciones publicadas y creían que les podía encajar en algún proyecto concreto.

Noemí Jiménez Furquet: Yo también he hecho muy poquitas pruebas de traducción: que recuerde ahora mismo, quitando la que nos llegó a todos los alumnos a través del posgrado de la Pompeu, han sido solo dos, ambas en los dos primeros años desde que decidí dedicarme a esto (¡no me puedo creer que ya vaya camino de seis!).

La primera fue una prueba de alemán. La editorial me envió el libro entero, me pidió un informe de lectura y me dio libertad para elegir el fragmento que quisiera traducir. Les envié la traducción del primer capítulo (ocho páginas) junto con un documento aparte con tres parrafitos en el que explicaba un par de dificultades y las soluciones elegidas (conocía la editorial, así que pude ceñirme bastante a su estilo). El libro del que hice la prueba nunca se llegó a publicar. En el segundo caso, el editor me envió un fragmento de unas cinco páginas de un ensayo científico en inglés bastante especializado. El texto se alejaba de lo que yo conocía de la editorial, así que junto a la traducción envié un breve informe con un par de párrafos sobre presentación, estilo, ortotipografía y léxico (sobre todo porque hubo un par de detalles en los que me tuve que alejar de la guía de estilo que me habían enviado). También superé la prueba y les he traducido un par de ensayos.

Luego, a medida que he ido sumando títulos publicados, no me han vuelto a pedir pruebas; aunque, claro, cuando envío una propuesta, siempre incluyo un fragmento traducido que sea representativo. Y, como dicen las compañeras, formar parte de la asociación me ha servido para ir con los ojos abiertos y contar con información para tomar decisiones razonadas…

 

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