Lunes, 8 de abril de 2024.
Como ya sabéis, los pasados días 7 y 8 de marzo se celebró por decimocuarta ocasión El Ojo de Polisemo. El título era ambicioso («Traducción y multilingüismo: Toda literatura es grande en traducción»), pero, en mi opinión, los organizadores, colaboradores y ponentes superaron con creces cualquier expectativa. La ilusión que causaba el encuentro podía notarse desde los asistentes a las autoridades.
Tras una acogedora inauguración plagada de humor, empatía y buenos consejos a manos de María Lourdes Lorenzo, directora del Dpto. de Traducción y Lingüística de la Universidade de Vigo, Itziar Hernández Rodilla, profesora y representante de la Universidad Complutense de Madrid, Manuel Reigosa, rector de la Universidade de Vigo, José Monter Reguera, decano de la Universidade de Vigo, Yolanda Aguiar, concejala de política social y turismo del Concello de Vigo, y Marta Sánchez-Nieves Fernández, presidenta de ACE Traductores, tuvimos la buena fortuna de escuchar la conferencia inaugural de Helena Cortés sobre su traducción de Goethe, presentada por la presidenta de la Asociación. Quiero aclarar que cuando hablo de fortuna lo hago a conciencia, porque era una de esas charlas capaces de despertar el amor por la profesión en cualquiera. Y sé que no es cosa mía tampoco: en mis entrevistas con los asistentes, hubo quien me habló de la ponencia como su momento favorito del encuentro.
Sus razones son fáciles de entender. Aun quienes no sabemos ni una palabra de alemán conseguimos seguir con facilidad los ejemplos que daba Helena y, sobre todo, percibir en su discurso la pasión que siente por la traducción. Era inevitable que el corazón se te colmara de motivación (y un poquito de envidia sana) al escuchar la conferencia, pues te hacía soñar con algún día hacer un trabajo tan elaborado con un resultado tan exquisito como el suyo, o con presentar una obra que te llene el pecho de orgullo tras dejar entre sus páginas un pedacito de tu alma.
Y es que la nuestra es una profesión que siempre exige mucha dedicación, pero en especial cuando se orienta a temas o combinaciones lingüísticas que no son las más populares. Por eso me parecieron importantísimos los espacios de «Citas con otras literaturas» con Teresa Benítez (polaco-castellano), Iván Cuevas (portugués-asturiano), Rocío Moriones (urdu-castellano), María Ramos Salgado (euskera-gallego) y David Álvarez Martínez (sueco-gallego), que nos abrían nuevos mundos dentro y fuera de la traducción.
Fue difícil decidir a cuáles tres asistir (dos el primer día y una el segundo) y a cuáles dos no. De hecho, admito que tuve que pedir ayuda para escoger porque quería ir a todas. Pero ¿quién puede culparme? Esta era la oportunidad perfecta para aprender más sobre idiomas que no consiguen la misma exposición que los mayoritarios. Incluso si dejara de lado lo increíble que era la apreciación cultural que se mostraba en cada charla y el énfasis que se les daba a los contextos históricos pertinentes, o lo interesante de los diferentes desafíos que se planteaban, todavía quedaría la importancia de comprender la batalla constante que significa la difusión de estos idiomas para quienes se dedican a ellos. El trabajo adicional que implica para un traductor el tener que «defender» un idioma, proponer obras que rescaten combinaciones obviadas, conseguir llamar la atención de editores y lectores por igual. Lo difícil y necesario que, como comentaba Rocío Moriones, resulta mantener el interés de un lector que no está familiarizado con la cultura meta.
Sería fantástico que esta iniciativa se repitiera a futuro, tanto para alentar a otras instituciones a suplir la carencia de oportunidades formativas en idiomas distintos a los más globalizados, como para empatizar y entender el duro trabajo que asumen algunos de nuestros colegas.
Precisamente por la necesidad de comprendernos para trabajar mejor juntos también era esencial contar con mesas redondas tales como «Los engranajes del libro I», moderada por Lidia Pelayo y formada por Rosalía Grandal (correctora), Laura Sáez (editora) y Laura Tova (ilustradora); y «Los engranajes del libro II» con Yulia Dobrovolskaya (ELKOST Intl. literary agency) y Verónica García (Distribuidora Antonio Machado Libros), moderada por Marta Sánchez-Nieves, quienes en distintos días tuvieron la amabilidad de comunicarnos sus propias perspectivas y necesidades dentro de sus respectivos campos. Como es normal, las dudas sobre otras áreas siempre abundan, y los debates que generan son tan productivos como necesarios.
Por lo que comenté con compañeros asistentes, el sentimiento predominante respecto a las diferentes profesiones del sector editorial es que existen numerosos vacíos que dificultan la comunicación entre unas y otras. Se desconoce mucho del proceso de cada trabajo, lo que conlleva mayores problemas a la hora de colaborar con otros profesionales. Varias personas me aseguraron que consideran que una de las mayores dificultades de la traducción es conseguir contactar y negociar con editores para sacar adelante una propuesta de traducción, particularmente cuando no tienen traducciones publicadas que respalden sus proyectos. Tal como pasa en profesiones más «tradicionales», en esta también se cae en el círculo vicioso de necesitar un trabajo para conseguir experiencia, y necesitar experiencia para conseguir un trabajo.
Al final es (desgraciadamente) cierto que, como autónomos, tenemos que ejercer muchas profesiones distintas antes de poder centrarnos en traducir. Tenemos que negociar con los clientes, revisar los contratos, recordar mil cláusulas, aprender de marketing, mantener redes sociales profesionales activas, llevar nuestros libros contables y otra docena de oficios más para realmente tener la oportunidad de seguir formándonos continuamente y ofrecer los servicios lingüísticos en los que somos expertos. Ser un traductor es mucho más que traducir. Y, por supuesto, desgasta. Es difícil mantenerse al día con todo, y más cuando las tarifas a las que se puede acceder en el mercado actual suelen ser tan precarias como las condiciones a las que nos vemos sometidos; las mismas que las asociaciones luchan día a día por cambiar.
No voy a mentiros y deciros que me encanta hablar de los pormenores de las leyes, pero, como os decía, en nuestra profesión es vital mantenerse actualizado y la ponencia «La LPI y las entidades de gestión», presentada por Chiara Giordano y a cargo de Pedro Sánchez Álvarez, director del Departamento de Socios de Cedro, se encargó de echarnos una mano para procesar más fácil y dinámicamente la información que necesitábamos al respecto. No hay que olvidar que los traductores somos autores, y que la LPI no solo es útil de conocer, sino prioritaria en el desarrollo de nuestra actividad.
Justo después de esa ponencia tuvimos que cambiar de sede a un edificio de la UVigo ubicado cerca del puerto, donde se llevó a cabo una mesa redonda bajo el nombre de «Traducións e literaturas de premio» moderada por Iolanda Galanes y con la participación de Marilar Aleixandre, María Alonso Seisdedos, Moisés Barcia y Xavier Queipo. Esta actividad, además de inmensamente informativa respecto al multilingüismo, el desarrollo de concursos y los beneficios y consecuencias de ganar un premio, no estuvo en absoluto exenta de polémica. De hecho, a poco estuvo de transformarse (justificadamente, si me preguntáis a mí) en una batalla campal cuando alguien habló de la Inteligencia Artificial como una herramienta y, para colmo, lo hizo bajo la negligente perspectiva de desmentir que esta afectara negativamente a nuestra profesión.
Sería imposible resumir todo el debate que se desató a partir de entonces, y más aún sin nombrar a nadie, pero creo que basta decir que estas «herramientas» no solo usufructúan el robo de propiedad intelectual, sino que también precarizan aún más el trabajo de correctores, traductores, ilustradores y tantos otros profesionales que se ven afectados por un mercado ingrato que prioriza precio a calidad y que omite la verdadera fuente de conocimiento con la que se han entrenado dichas tecnologías.
A partir de ahí, muchos nos fuimos a la cena que se celebró en el Real Club Náutico de Vigo, donde desde luego no faltó tema de conversación. Yo tuve la suerte de compartir mesa con Ana, Manuela, Nair, Juan y Jesús, con quienes me lo pasé genial disfrutando de la comida entre anécdotas divertidas, alguna que otra receta y sobre todo muchísimas risas. Y, a juzgar por las caras de felicidad en las fotos que se publicaron en el suplemento de sociedad del periódico Atlántico, me atrevería a decir que no fui la única que se entretuvo hablando con sus compañeros de mesa. De hecho, otra traductora con la que hablé me mencionó lo interesante que fue para ella tener la oportunidad de conocer a María Roces durante la cena, cuánto había gozado de escuchar sus aventuras, y cómo esto la había llevado a darse cuenta de que la mayoría de los traductores compartimos una vida curiosa, multicultural y caótica.
Al día siguiente había que madrugar, pero al menos teníamos buenas razones para hacerlo. Comenzamos el día con Jesús Negro García presentándonos la ponencia «Por dónde empezar» de Iria Taibo y Ana González Hortelano, que aportaron una guía completa para quienes empiezan a abrirse camino en el mundo editorial y para los que, como yo, siempre están tomando nota de nuevos consejos para desarrollar la profesión.
La exposición también actuó como una excelente introducción a la mesa redonda siguiente, «La voz de las estudiantes», moderada por María Ramos Salgado y compuesta por Ainhoa Rodríguez, Ana Doval y Alba Rodríguez, una estudiante de grado, una de máster y una de doctorado, que nos hablaban de las similitudes y diferencias de sus experiencias, así como de los proyectos que las ilusionaban y las expectativas que tenían respecto a sus actuales o futuras carreras.
Pudimos tomarnos un descanso para un café antes de volver a escuchar a Liliana Valado Fernández presentar la conferencia de Alberto Avendaño, periodista, traductor y académico de la ANLE (Academia Norteamericana de la Lengua Española), cuya perspectiva sobre el impacto de la traducción a lo largo de su vida sin duda quedó resonando en la mente de varios de nosotros. A mí, por lo menos, me parece memorable el concepto de ser un traductor, aún antes de convertirse en uno.
Tras el almuerzo tuvo lugar una de las ponencias de las que hablé antes, la segunda parte de «Los engranajes (…)» y un poquito después fue el turno de Susana Schoer Granado, ganadora del V Premio de Traducción Universitaria Valentín García Yebra, quien luego de ser presentada por Bruno Mattiussi nos dio una charla muy interesante sobre su traducción del tercer libro de Gods and Fighting Men: The Story of the Tuatha de Danaan and of the Fianna of Ireland, una recopilación de cuentos y relatos orales de origen gaélico llevada al inglés por la autora Isabella Augusta Gregory (Lady Gregory). Nos habló de las dificultades de traducir un relato con estilo épico, el dialecto del inglés del que tradujo y cómo consiguió adaptarlo de forma precisa, y de los problemas que se encontró con sus respectivas soluciones. Además, nos habló un poco de su proceso, y nos puso en contexto sobre la cultura y mitología de Irlanda, así como respecto a algunas de las características del idioma gaélico.
Luego de una pausa para el café y una última «Cita con otras literaturas», llegó el momento de la clausura oficial del encuentro, a cargo de Jesús Meiriño, profesor y secretario del Dpto. de Traducción y Lingüística de la Universidad de Vigo, Chiara Giordano, vicepresidenta de ACE Traductores, y Beatriz Valverde, representante de la Universidad de Valladolid, campus de Soria. Durante la despedida se destacó la innegable importancia de estos encuentros con profesionales y estudiantes, así como de crear redes y participar en la vida asociativa para combatir la soledad inherente a nuestra profesión. También se anunció el próximo Polisemo, que se celebrará en la Universidad de Valladolid en la primavera del 2026.
A continuación, Claudio Rodríguez Fer, poeta y profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, nos deleitó con un recital multilingüe de su poema original A cabeleira, que ya ha sido traducido a más de 70 idiomas como parte de un proyecto colaborativo por la diversidad lingüística.
Por último, se llevó a cabo el sorteo anunciado por ACE Traductores, en el que se repartió una licencia de memoQ (1 año), una licencia de Phrase (1 año) y un curso de traducción literaria en Cálamo&Cran. Además, se sortearon muchos libros (no sabría decir cuántos), que fueron a parar a docenas de afortunadas manos.
He de decir que algo que disfruté mucho fue que, a lo largo del encuentro, se dictaron ponencias tanto en castellano como en gallego. Yo no sé gallego, pero en mi experiencia suele resultar relativamente fácil de entender para los hispanohablantes, y me resultó un gusto tener la oportunidad de acostumbrar el oído a un idioma tan bonito. Además, tratándose de un evento que suele reunir a profesionales y estudiantes a escala nacional, me pareció una decisión especialmente acertada que aportó su granito de arena a la necesaria normalización lingüística del gallego.
A mí parecer este encuentro abrió muchísimos espacios de discusión y fomentó la necesidad de crear y buscar en los asistentes. Durante mis pesquisas escuché a traductores noveles dar muy buenas ideas de lo que les sería útil para dar los primeros pasos en la profesión: un manual sobre cómo internarse en el mundo editorial, causar una buena impresión y qué fallos deberían evitar, una guía de herramientas que ayudara a construir glosarios, encontrar recursos y descubrir nuevos métodos de trabajo, asesoramiento sobre subvenciones y becas de residencia, más oferta formativa y, sobre todo más encuentros como este, durante los cuales no solo puedes conocer a tus colegas sino también conseguir puntos de partida para investigar nuevas referencias y materiales a través de las recomendaciones.
Los traductores más experimentados con los que hablé, por su parte, me dejaron muy buenos consejos para abrirse camino en esta carrera. Una traductora recomendó leer mucho, creer mucho en ti mismo y tirar por lo alto al buscar editoriales, para que el trabajo que tanto te costó traducir no se pierda. Otra aconsejaba buscar tu propio camino: a algunos les funciona buscar un nicho, a otros saber un poco de todo. Haz lo que te funcione a ti.
El sentimiento generalizado es sin duda positivo. La mayoría habla de una intensa sensación de gremio entre los profesionales del sector editorial, entre los cuales el trato es cercano y colaborativo, y se presta para debatir temas polémicos y de actualidad en absoluta confianza. Varias personas comentan que se sienten apoyadas por sus colegas, de quienes aprenden constantemente, y recalcan lo importante que ha sido para ellas poder contar con la ayuda de profesionales con más experiencia que no solo les dan consejo, sino que comparten los secretos de la profesión. Según dicen, y estoy de acuerdo, se puede percibir la pasión de los traductores por su carrera. Las ganas de crear, producir y compartir, la pasión que alimenta esa curiosidad latente y casi obligatoria que incubamos en nuestro corazón y desatamos al trabajar en un nuevo proyecto. La misma que nos lleva a buscar conocimientos y reflexionar sobre nuevas culturas o realidades que luego incorporamos en nuestra obra, la misma que nos incita a cuestionarlo todo y mantener la mente abierta. La misma que, a fin de cuentas, hace del perfeccionismo un arma de doble filo.
Yo espero que sea también esa misma pasión la que nos lleve a seguir luchando por condiciones laborales óptimas que permitan que este trabajo a tiempo completo deje de pagarse como un pasatiempo, para que algún día podamos ver nuestro trabajo justamente retribuido sin sacrificar nuestra salud mental, nuestra vida privada o nuestra estabilidad económica.
Lo cierto es que me llevo muchísimas cosas de este Ojo de Polisemo. Me llevo recuerdos, deberes, sonrisas, miles de aprendizajes, motivación y, más que nada, sueños. Los míos, que no son pocos, y los de las personas que me confiaron cuáles serían sus proyectos de traducción de ensueño. Para Rocío Moriones, sería El diván de poesía de Mirza Ghalib. Gabriela Berini querría aprender ruso solo para traducir Anna Karenina. Para Inma Blanquer sería L’homme le plus flippé du monde de Théo Grosjean, mientras que Cristina Cosmed sueña con cualquier trabajo que pueda satisfacer sus ganas de aprender. A Belén Iglesias-Arbor le encantaría traducir a María Dueñas, y Alma López Figueiras no tardó un instante en responderme que sería una versión de chino a gallego de Diario de un loco de Lu Xun. Isolda Morillo sueña con reivindicar historias que no han sido contadas, como aquellas que relata la poesía obrera china y que jamás han llegado al español. Por último, María Ramos Salgado adora el estilo actual y divertido de Jane Austen y sin duda escogería cualquiera de sus obras.
Para cerrar con el pecho lleno de esperanzas y sueños, y por si las necesitáis tanto como yo, quiero compartir con vosotros dos maravillosas perlas de sabiduría que escuché entre los asistentes y que pienso atesorar en mi corazón para siempre:
«Las anécdotas y los cambios están en el encuentro humano».
«Se trata de hacer las cosas lo mejor que sepas siendo consciente de tus limitaciones personales y las limitaciones que tienen las condiciones materiales en las que estés. (…) Los traductores tenemos unos criterios altísimos, e intentamos ir más allá del más allá, así que hay que intentar ser buenos con nosotros mismos. Podrías hacer más, sí, siempre se puede hacer más, pero has hecho suficiente».
Belén Almeyda (Santiago de Chile, 1991) se especializa en la traducción de juegos de rol. Se graduó en Traducción e Interpretación Bilingüe en la Universidad de Artes, Ciencias y Comunicaciones (2015), y cursó el Máster en Traducción Literaria en la Universidad Complutense de Madrid (2018). Actualmente reside en Vigo, España. Se declara fanática de la literatura fantástica, el rol, los gatos, la mitología y las películas de terror. Algunas de sus traducciones publicadas son 7º Mar: El Nuevo Mundo, Forbidden Lands: La Cripta del Mago Melificado y Fate Condensado.