Traductores noveles: la generación de los «agradecidos», Melina Márquez

Lunes, 13 de noviembre de 2023.

Ilustración de Juan Gabriel López Guix

Permítanme esta reflexión ahora que las primeras canas ya empiezan a asomar, no sé si por el paso de los años o por los malabarismos entre trabajos para llegar a fin de mes.

Hace poco leí un artículo publicado en esta misma revista en el que se mencionaba, de nuevo, la necesidad de hacer algo con las tarifas de los traductores, y no pude evitar sentir un fuego interior subirme hasta el pecho y tuve que sentarme a escribir. No me entiendan mal, el sobrecalentamiento interior no surgía contra mi compañero de profesión, siempre es necesario hablar de la precariedad de nuestro sector; el aumento de la temperatura en mi interior fue la consecuencia de la pregunta que apareció en mi mente en letras mayúsculas: «¿QUÉ TARIFAS?».

Soy traductora, quizá aún «novel», no estoy muy segura de si ―depende de para quién― supero el número mínimo de libros traducidos y publicados que me otorguen el estatus de traductora sin «L», porque a veces siento que aún la llevo grabada en la frente. Llevo unos diez años traduciendo, por una parte, porque nací cuando me tocó y, por la otra, porque entrar en el mercado editorial no es fácil, en general, y me atrevería a decir que es peor para las nuevas generaciones de traductores, en particular.

Tras terminar los estudios, toca la práctica, la ilusión nos empuja a intentarlo una y otra vez, sin rendirnos ante los primeros «noes» que caen como granizos en un día de tormenta. Y luego llega el rayo de esperanza, un editor parece interesado en darte una oportunidad. Pero no todo lo que reluce es oro (es más, de oro, habrá escasez), y hay que mirar la letra pequeña. La «L» de traductora novel emborrona tu rostro y el editor solo ve los ángulos rectos de una gran letra que le permite usar la carta del «agradecimiento». No solo el que tú sentirás cuando te sientes a traducir el primer texto que el bondadoso editor te ha permitido realizar, sino las cantidades de «agradecimiento» con las que el editor pretende pagarte. Porque del otro tipo, del que reluce y aumenta la cantidad en tu cuenta bancaria, de ese dinero «agradecido» habrá más bien poco. Pero la «L» manda y quién eres tú para pedir más, sé «agradecida» y sonríe, acepta la fecha de entrega para ayer y no duermas durante noches, no importa, merecerá la pena. Ya tienes un título para publicar en tu perfil, tu nombre aparece por ahí como traductora, ahora es oficial; y la editorial no está mal, no es un gigante editorial (o sí), pero qué importa, has hecho historia. Pasa el tiempo, de nuevo estás a punto de desesperar en tu búsqueda de oportunidades y, de repente, una segunda llamada: ¡el editor! Parece ser que tu primer trabajo no ha estado mal, hay cosas que mejorar, ya se sabe, eres nueva en esto, pero para eso te sirve la práctica. ¿Qué tal un segundo proyecto? El corazón te palpita, ¿será este proyecto uno de verdad con todas las cláusulas? Al menos has podido negociar la fecha de entrega, ya no es para ayer, solo lo quiere para esta tarde. El modo de pago, un ligero aumento en el «agradecimiento». «Oye», te dices a ti misma, «ni tan mal».

Aun así, algo te dice que las horas que trabajas no se reflejan en la cantidad final. Sigue siendo una precariedad, menos que antes, pero precariedad, al fin y al cabo. Te abres con tus amigos, les cuentas que quieres ser traductora, pero que necesitas otro trabajo para poder mantenerte mientras lo intentas. Ellos parecen  haber comprado la teoría difundida de que «tiene que ser así», que es difícil entrar en el mundillo, y que, por eso, es normal que te paguen poco, «se lo hacen a todo el mundo». Tú también la compras, la teoría, porque la cerveza te la ha tenido que pagar tu colega. «Ahora, celebremos tus dos libros traducidos» vitorean mientras miras tus volúmenes traducidos sobre la mesa como si el hecho de que sean reales, tangibles, hiciera desaparecer la letra pequeña de los contratos (si los hay) y la ausencia de números en tu cuenta bancaria.


«Agradecimiento» parece el sambenito laboral que cuelga de toda una generación entera que, como sabemos, no se limita a nuestro mundillo


Después del segundo, llega el tercero, y hasta un cuarto, pero la sonrisa que se escondía detrás de la «L» de traductora novel empieza a tomar un ángulo más bien obtuso, los dientes se afilan y el entusiasmo da paso a la amargura. Intentas negociar más, intentas respetar tu trabajo, intentas respetarte a ti misma. «No debo de hacerlo tan mal», piensas, «de lo contrario, no me llamarían». El trabajo que cogiste para poder pagar las facturas te permite relajarte, te atreves a rechazar traducciones que no cumplan el mínimo presupuesto que te has impuesto, tu tiempo ―ahora reducido― y tu dedicación son un trabajo y deben valorarse. Sin embargo, los editores no parecen compartir siempre tu opinión, «deberías estar agradecida, empezaste gracias a nosotrxs».


Un libro traducido depende enteramente de que exista una traducción para salir al mercado, entonces, ¿por qué se empeñan en menospreciar a quien otorga el elemento sin el cual el libro traducido no tendría razón de ser?


«Agradecimiento» parece el sambenito laboral que cuelga de toda una generación entera que, como sabemos, no se limita a nuestro mundillo. Prácticas, internships, da igual el idioma en que lo pongamos, es un trabajo «gratis» o precariamente remunerado. Pero acéptalo y sé agradecida, qué más podrías hacer. Porque el sistema te dice que debes trabajar gratis al principio, al fin y al cabo solo tienes estudios, pero no tienes experiencia. Déjales que te ofrezcan la experiencia de trabajar precariamente durante años y, eso sí, siempre agradecida de que eres tú y no otro de los cientos que esperan, eres tú la que haces bien el trabajo ―porque sabes que lo haces bien―, pero no te lo crees lo suficiente aún como para entender que ellos son los que deberían estar agradecidos.

A modo de conclusión, yo me pregunto, un coche necesita de un volante para poder salir al mercado y, aunque pudiera parecer un elemento pequeño en comparación con el chasis o el motor, no creo que nadie se atreviera a conducirlo sin él. Un libro traducido depende enteramente de que exista una traducción para salir al mercado, entonces, ¿por qué se empeñan en menospreciar a quien otorga el elemento sin el cual el libro traducido no tendría razón de ser?

No me entiendan mal, por suerte, hay agradecimientos que van acompañados de cantidades de dinero acordes a tu trabajo (o, al menos, acordes a las tarifas que mencionaba el compañero), pero debería ser un procedimiento estándar, no un estatus que se adquiera con las primeras canas. Quizá ahora que las mías empiezan a asomar, la «L» de mi rostro pierda consistencia y deje de estar tan «agradecida».

Quizá mi reflexión les haya parecido solo un testimonio deformado o hiperbolizado por las necesidades estéticas que exige la narración, pero eso, decídanlo ustedes.

 

Melina Márquez (Toledo, 1989) es doctora en literatura italiana, traductora literaria y, siempre que puede, también escribe sus propias historias. Vive en un pequeño pueblo en los valles del sur de Gales. Empezó a traducir allá por 2013 y, desde entonces, ha traducido tanto novela como ensayo, y algún que otro poema. En su otra vida, trabaja en una biblioteca universitaria y aprende galés. Como traductora tiene especial interés en la traducción de escritoras y, cuando tiene tiempo, lee (e investiga) sobre estudios de traducción feministas.

Traduce del italiano y del inglés, y siempre quiso ser ingeniera aeroespacial. Quizá algún día lo consiga.