Lunes, 25 de abril de 2022.
A finales de marzo de 2020, la deriva de las últimas semanas, de sobra sufrida a estas alturas por todos, nos obligaba a escribir a portales de reserva y recepciones de todo Gijón para cancelar el alojamiento del que sería, después de las ediciones en Salobreña (Granada) y Málaga, el III Encuentro Profesional de la Traducción Editorial de ACE Traductores.
Dos años después, el 25 de marzo de 2022, unas primeras palabras de Carolina Smith, Coralia Pose y Marta Sánchez-Nieves nos daban la bienvenida al norte, mientras se dejaba adivinar que aquello había mantenido su importancia en lo que respecta al traducir, al tiempo que quizá la había ganado en lo relativo a encontrarse. Todo apuntaba a que nos acompañaría el tiempo (al menos el atmosférico, quiero decir), pero ni siquiera lo contrario habría podido en esta ocasión con las ganas.
La conferencia inaugural corrió a cargo de María Roces, que nos explicó, sin saber muy bien si nos hablaba «en calidad de superviviente o náufraga de la traducción de albanés», lo inescrutables que pueden resultar los caminos del idioma: los mismos que a ella la llevaron a asumir a regañadientes el título de albanóloga, a trabajar como locutora en Radio Tirana o a convertir su pueblo, Soto de Agues, en «capital de la cultura albanesa». En un encuentro con tanta presencia de socios y presocios jóvenes, las palabras que María Roces dedicó a la profesión y a la vida compartidas con Ramón Sánchez Lizarralde, de cuyo trabajo «sin red y en un estado bastante cercano al funambulismo» tomó ella el testigo al fallecimiento de él, se volvían también un retrato de la historia de la asociación y de la defensa del oficio.
Esa primera tarde estaría dedicada a los distintos talleres prácticos impartidos por Andrés Catalán, Arrate Hidalgo Sánchez y Julia Osuna. En el suyo, Andrés Catalán analizó las particularidades del género poético y, mediante ejemplos, los asistentes pudieron reflexionar sobre posibles soluciones adecuadas para estas. Julia Osuna dedicó su taller a las dificultades que plantea enfrentarse a una prueba de traducción para una editorial, sobre todo si se trata de una con la que no hayamos trabajado antes. Por su parte, Arrate Hidalgo indagó en cuestiones vinculadas con la importancia del género en la traducción, la traducción feminista y con aspectos relacionados con ella, como el uso de lenguaje no binario. Todos resultaron una buena oportunidad para que tanto novatos como traductores experimentados pusieran en común sus puntos de vista y entrasen en contacto con aquellos aspectos de la práctica que pudieran resultarles más ajenos.
La mañana siguiente, la del día 26, comenzó con una conversación entre María José Gálvez (directora general del Libro y Fomento de la Lectura) y Vicente Fernández González (en ese momento, aún presidente de ACE Traductores), moderados por Miguel Ros, en la que se expusieron las principales conclusiones del informe sobre multilingüismo y traducción publicado por el Consejo de la UE, así como algunas líneas de trabajo potenciales derivadas de este. «De las editoriales, nuestro corazón está cerca, pero el bolsillo está lejos», decía Vicente Fernández con la intención de recalcar que el objetivo quizá debiera trascender el estricto cumplimiento de la ley en lo que incumbe a la relación contractual entre las partes y orientarse al establecimiento de un marco de buenas prácticas, un marco de negociación más elaborado. Que los contratos establecidos entre editoriales y traductores se ajusten a la legalidad parece un propósito humilde, un prerrequisito necesario, cuando de lo que se trata es no solo de cumplir con el formalismo, sino también de recibir por el trabajo que se hace una retribución justa (palabra esta que supo sortearse en varias ocasiones). Con todo, María José Gálvez quiso recalcar que su ambición como directora general del Libro era y había sido «dignificar la profesión desde el punto de vista económico y moral, y visibilizar el papel de la traducción dentro del ecosistema de la edición». Expuso la creación, gracias a fondos europeos, de una escuela del libro donde formar al traductor en las redes y subvenciones disponibles, los derechos, los contratos tipo y las buenas prácticas, entre otros; y destacó la idea abstracta de una casa de la traducción que englobaría, más que un espacio físico, una red de residencias y ayudas, como las ayudas a la movilidad internacional o las destinadas a la creación literaria (véase la convocatoria).
Sobre la mesa, una tarifa media que había descendido en más de dos euros desde 2008 (y que para muchos, aun así, sigue siendo optimista), la voluntad de ACE Traductores de reunirse con la Federación de Gremios de Editores para actualizar los contratos tipo, la aspiración a una mayor capacidad de negociación colectiva y la alargada sombra de una Ley de Competencia que parece desatender la grandísima asimetría de fuerzas existente entre editorial y traductor; inquietudes todas estas que se concretaron en el compromiso de elaborar un nuevo libro blanco de la traducción editorial y de establecer una mesa de trabajo sobre la economía del libro con las distintas partes interesadas. «Algo fundamental», añadía María José Gálvez, «es que la gente olvida que en este ecosistema está el traductor, en una tríada de creadores junto con escritores e ilustradores, y esta es una parte filosófica de la que después se derivan derechos». «Este concepto», concluía Vicente Fernández, «es el que da corazón, alma y carne a esta asociación: los traductores, las traductoras somos creadores y creadoras».
Con todo lo evocador del título «Traductoras, ilustradoras, escritoras, correctoras del mundo, ¡uníos!», se daba por comenzada, tras una breve pausa, la segunda mesa del día, en la que, moderados por María Enguix, se citaban los representantes del famoso ecosistema de creación del que ya se había hablado: Arturo Vázquez Barrón, presidente de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios (AMETLI); Manuel Rico, de ACE; Marta Sánchez-Nieves, en nombre de ACE Traductores; Álvaro Martín, presidente de UniCo y Kike Infame, en representación de la Federación de Asociaciones de Ilustradores Profesionales (FADIP). «Yo he venido a un congreso de traductores, pero bien podría ser un congreso de ilustradores», apuntaba este último, porque las convergencias resultaban tan evidentes que adquiría particular relevancia «jugar todos a una el mismo partido».
De igual manera, Manuel Rico volvía a incidir en la necesidad de una remuneración adecuada y justa frente al peso desigual de editorial y autor (en su caso, de obra propia) a la hora de negociar. «Las buenas prácticas», añadía, «suponen también garantías de aplicación, por parte de todos los jueces, de la Ley de Propiedad Intelectual». En palabras de su presidente, la Asociación Colegial de Escritores aboga, de hecho, por la creación de un juzgado dedicado a dicha ley, dado que el paisaje se plantea oscuro «si los códigos de buenas prácticas no están salvaguardados por un aparato judicial que la conozca en detalle». Y, en un ámbito más próximo, incluía también la necesidad fundamental de la transparencia. Casi resulta ya un lugar común aquello de que vivimos en un mundo digitalizado, pero por ese mismo motivo se hace difícil comprender por qué, en un mercado que a los editores les permite conocer al instante sus números, estos datos no se ponen a disposición de los creadores del mismo modo. «No existen excusas para que no podamos tener, como autores, acceso a los libros que se venden casi a tiempo real», resumía Manuel Rico.
Según Álvaro Martín, una de las claves de la precariedad es la desinformación, compartida también por el público general, que a menudo no percibe la labor del corrector (ni la del resto de oficios representados en la mesa) como un trabajo de pleno derecho. La suya se trata de una actividad invisibilizada hasta el extremo de no contar con un epígrafe propio en el régimen de autónomos, lo que (por anecdótico que pudiera parecer) redunda en la imposibilidad de conocer en detalle la economía real de la corrección, entre otros agravios, como también señalaba Marta Sánchez-Nieves en sus intervenciones.
La nota de optimismo de la mañana venía de la mano de Arturo Vázquez Barrón, que enumeró los esfuerzos de AMETLI para llegar a exponer, en el Senado de México, las reivindicaciones de años de la asociación, de Alitral y del Foro Internacional de Autores, así como los apuntes necesarios sobre la Ley del Derecho de Autor mexicana, que no contempla los contratos de traducción. Tras todo un periplo institucional, el proyecto está pendiente de subir para su votación al pleno de la Cámara de Diputados, donde cabe esperar un resultado favorable para los compañeros de México, aun si todavía toca estar atentos a las impugnaciones del sector editorial. Como es de imaginar, las palabras de Arturo Vázquez se recibieron con aplausos y entusiasmo, y esta emoción se prolongó durante toda la hora de la comida.
Después de la pausa, por la tarde estaban planteadas las microexposiciones a cargo de aquellos asistentes que deseasen intervenir. Presentadas por Paula Aguiriano y Coralia Pose, conocimos la estrategia de recuperación de autoras olvidadas de Melina Márquez, con un doble objetivo de reparación y de propuesta de proyectos editoriales. Por su parte, Aymara González y Miguel Sánchez nos presentaron la nueva asociación Verbéu (Asociación de Traductores Profesionales N’Asturianu), cuyo fin es aportar una perspectiva especializada de la adaptación al asturiano y ganar en entidad y solidez en la defensa de la profesión y el idioma.
Por último, Isabel Hurtado de Mendoza Azaola y Mamen González Jiménez nos contaron que, después de conocerse en un taller de traducción en línea, decidieron adaptar la propuesta de RevClub y ponerse a prueba mediante un club de corrección propio, que les permitía no estancarse en los ámbitos de especialidad a los que estaban más habituadas.
Una nueva ronda de talleres como los de la tarde anterior (para que los asistentes pudiesen participar en un total de dos durante todo el fin de semana) precedió a un paseo literario por la ciudad, a través del que conocimos no solo la cultura de los balleneros o las pescaderas de Cimavilla, sino también la obra de Pachín de Melás o el libro Mujeres errantes (2018) de Pilar Sánchez Vicente. La noche del sábado se zanjó con una cena, una espicha, donde la sidra se servía de unos toneles de magnitud monumental y la conversación, más distendida, en casos como el del que suscribe se alargó más de lo que resulta sensato describir.
El domingo 27 por la mañana, la charla de los editores, en la que se reunieron Luis Solano (Libros del Asteroide), Daniel Álvarez (Hoja de Lata) y Marta Martínez Carro (ContraEscritura), moderados por Julia Osuna, puso sobre la mesa distintos puntos de vista dentro del propio sector de la edición, al tiempo que les dio la oportunidad a los traductores más jóvenes de mostrar su inquietud sobre el acceso al mercado del libro y a los más veteranos, sobre los esfuerzos del gremio para que el «reparto del pastel» sea más equitativo.
Antes de la clausura, le tocó el turno a Carlos Fortea, en representación de la Universidad Complutense de Madrid, que nos invitó a asistir a la próxima edición del encuentro El Ojo de Polisemo, titulado «Buenos, breves, raros y exquisitos: del relato corto al aforismo y del arte a la música», que se celebrará el 27 y 28 de octubre en Madrid.
Las palabras de cierre y reconocimiento pronunciadas por Helena Aguilà Ruzola y Vicente Fernández González no solo nos despedían de Gijón: era de prever que, durante la Asamblea General que se celebraría tras la pausa para el café, las elecciones a la junta rectora supusieran el cambio de la actual, de la que ambos formaban parte. De este modo, también el aplauso con el que los asistentes daban por terminadas las jornadas sonaba más bien a agradecimiento por la dedicación desinteresada de la junta saliente, agradecimiento al que de nuevo nos sumamos y hacemos extensible a su vez a la junta que entra.
Con esto terminaba el III Encuentro Profesional de la Traducción Editorial de ACE Traductores. El camino para llegar hasta aquí había sido tortuoso, con dos años de pausa y mucha incertidumbre, pero las despedidas fueron igual que siempre, llenas de deseos de verse pronto y de verse mucho. No sabemos si supervivientes o náufragos de la traducción, como decía María Roces, pero sí, como decía a su vez Kike Infame, con la voluntad de jugar todos a una el mismo partido.
Alberto Sesmero González (Ávila, 1991) estudió el grado en Traducción e Interpretación en la Universidad de Salamanca, el grado en Estudios Ingleses en la Universidad Nacional de Educación a Distancia y el máster en Traducción Literaria de la Universidad Complutense de Madrid, donde actualmente participa también en el programa de doctorado en Estudios Literarios. Después de varios años en el ámbito de la comunicación corporativa, se dedica en exclusiva a la traducción desde 2019.