Yourcenar / Baldwin / Darrieussecq: de las bellas infieles al wokismo, María José Furió (I)

Viernes, 4 de marzo de 2022.

Publicamos aquí la primera parte del artículo de María José Furió.

Creo no equivocarme al decir que la imagen de Marguerite Yourcenar que la mayoría tenemos es la de una escritora de temas históricos, muy erudita, de estilo denso y elevado, que sus muchos detractores llaman pompier. Estaba leyendo de forma desordenada el segundo volumen de entrevistas recopiladas por The Paris Review publicadas en español por Acantilado (traducción de Gonzalo Fernández Gómez) y, al descubrir que los escritores que decían cosas más interesantes no eran necesariamente los que más me gustaban, me zambullí audazmente en la entrevista, publicada en primavera de 1988, que Susha Guppy le hizo a Yourcenar y que la autora de Memorias de Adriano no llegó a revisar ni a ver publicada pues murió en 1987.

Hacia el final, Guppy le pregunta por su más reciente incursión en la traducción, la versión francesa de la obra teatral The Amen Corner —o El rincón de los Amén— del hoy muy reconocido James Baldwin.

Acaba de traducir al francés The Amen Corner, de James Baldwin, y me consta que no solo lo admira como autor, sino que además tiene una buena amistad con él. ¿Qué opina de su trabajo actual?

Yourcenar responde de un modo que hoy parece muy desenvuelto respecto a los problemas de su buen amigo.

Baldwin ha escrito algunas páginas admirables, pero le falta coraje para llevar sus conclusiones hasta las últimas consecuencias. Tendría que haberse atrevido a golpear más fuerte. Ha tenido una vida muy dura. Fue uno de los nueve hijos de una familia pobre de Harlem. A los quince años era predicador; a los dieciocho, fugitivo. Trabajó en lo que pudo, primero en el Ejército, durante la guerra, luego en la calle, ganando lo justo para sobrevivir. De alguna forma se las arregló para ir a París, donde fue a parar a la cárcel por el crimen de no tener residencia fija ni profesión. Ahora tiene problemas con la bebida, pero muchos escritores estadounidenses han sido alcohólicos, tal vez a causa del puritanismo que domina el alma estadounidense desde hace tanto tiempo. Sin embargo, cuando un estadounidense es generoso, cordial e inteligente, supera a los europeos. Yo conozco por lo menos a cinco o seis que responden a esa descripción.

De esta indiscreta parrafada me interesó la frase «le falta coraje para llevar sus conclusiones hasta sus últimas consecuencias. Tendría que haberse atrevido a golpear más fuerte». La información recabada me dice que The Amen Corner fue la primera obra teatral de Baldwin, escrita en 1954 durante su primera estancia en Francia, entre 1948 y 1957, y que aborda asuntos que definieron su carrera: la pobreza, el racismo y el papel de la iglesia en la vida de los negros americanos. La intriga gira en torno a la guerra que libran sor Margaret Alexander, pastor de una iglesia negra «de esquina» en Harlem, y su exmarido Luke, músico de jazz, por el alma de su hijo David. Yourcenar la tradujo en la década de los 80, tres décadas después de su estreno, por lo que es difícil saber si el coraje y las conclusiones más arriesgadas que echa de menos eran de tipo ideológico o expresivo.

¿Qué pudo haber llevado a esta aristócrata belga, que en 1982, cuando termina la traducción de Baldwin, ya es solvente y celebérrima en su nueva condición de única mujer aceptada en la Académie, a traducir una pieza teatral en tres actos que aborda temas tan alejados de los suyos?

Antes de referirme a la respuesta que encontré, redactada por los miembros de una compañía teatral francesa que montaban la pieza en 2007 en el Théâtre L’Epée de Bois de París, quiero llamar la atención sobre la cantidad nada desdeñable de artículos y hasta tesis dedicados a la faceta de traductora del griego, del inglés y del japonés de Yourcenar.

Traductora del griego: muy bellas, muy infieles versiones

Que tradujera del griego o del japonés, idioma prestigioso uno y exquisito y exótico el otro, no sorprende en relación al perfil de Yourcenar. Sin embargo, su forma de entender y de abordar la traducción dio desde el principio, y continúa dando, lugar a críticas, a reservas, a puntualizaciones que nos alertan de que tanta bibliografía sobre tan poca obra traducida encierra información de interés para la traductología.

Precisamente al saber que estaba preparando este artículo, un amigo francés que traduce del griego me comentó que las traducciones del idioma heleno de Yourcenar son conocidas por no respetar el original en verso y limitarse a trasladar el sentido. Josyane Savigneau, biógrafa de la escritora, quien llegado el caso no se corta en calificar de mala o pésima o banal, etc., sus creaciones, escribe: «Constantino Dimaras, que tradujo los poemas de Kavafis con Marguerite Yourcenar, data su colaboración de aquel verano», de 1936. Savigneau otorga el título de traductor genuino a Dimaras, que por su parte empieza desmintiendo la cronología que figura en la Pléiade, que fecha en 1939 su traducción.

Aunque la experiencia dejó un grato recuerdo a Dimaras, el estilo de trabajo de la entonces joven escritora le pareció algo libre respecto a lo que un traductor riguroso entiende como resultado fiel al original.

Nuestra colaboración no siempre fue fácil. Creo que todo el mundo sabe hoy que M.Y. era bastante autoritaria. Y obstinada. Yo, por mi parte, tenía unas ideas muy precisas sobre lo que debe ser una traducción, ideas que ella no compartía. Mi visión de la traducción no era nada laxista. No me gusta la idea de las «bellas infieles». En cambio, Marguerite se preocupaba únicamente de que estuviera bien en francés. Más adelante demostró que no «traducía» cuando publicó La Couronne et la Lyre. En este libro encontramos algunos poemas franceses adaptados de poemas griegos, pero en ningún caso traducidos.

Traducían a Kavafis a partir de la versión literal que daba Dimaras y que ella «arreglaba». A veces discutían por defender sus respectivas posiciones. Yourcenar era ya reconocida, al margen de su obra, por su «hermoso» francés y muy probablemente era ese «estilo perfecto en francés» lo que entendía como la mejor traducción posible. Pese a las discrepancias, Dimaras consideraba que el resultado tenía más valor literario que otras versiones publicadas más cercanas al original. Salvo que…

esta traducción de MY no reproduce verdaderamente el clima particular que posee la poesía de Kavafis. A mi entender, es más bien la obra de una gran estilista francesa que la obra de un poeta griego.

Abunda en la misma idea una tesis presentada en la Universidad de Barcelona: Marguerite Yourcenar traductora de Konstantino Kavafis. Su autora, Montserrat Guallart (Facultad de Filología, 2011) expone su intención de analizar en detalle la versión de la autora belga del corpus de 154 poemas porque… (traduzco del catalán, p. 4):

lo especifico se encuentra en el hecho de haber traducido los poemas en prosa, haber realizado una versión en otro género, una versión cuyo contenido, aunque reconociéndosele una cierta categoría literaria, para todos los griegos que reivindican a Kavafis y para los que sin ser griegos también lo reivindicamos— es comparable a un crimen.

Tras esta sentencia casi esperamos leer «Y no tengo nada más que añadir, Señoría». Sin embargo, siguen 300 páginas de análisis de la versión de Yourcenar, de comparaciones con versiones de otros traductores, además de reflexiones de la doctoranda sobre los méritos y errores de la propuesta franco-griega, que no dejan en muy buen lugar a la autora de Qué? La eternidad y contradicen su repetida afirmación de que escribir y traducir era «un gesto idéntico». Gesto y método son conceptos diferentes.

A qué llamamos traducción

Acerca de sus incursiones en el japonés, Yourcenar explicaba a The Paris Review: «Hace cuatro años [es decir, a principios de los 80] empecé a estudiar japonés y he traducido al francés Cinco piezas de teatro noh moderno con ayuda de un nativo. Son fabulosas».

A estas alturas creo que todos sospechamos que el enfoque de Yourcenar de la traducción era romántico, típico de algunos escritores que persiguen un acabado sublime, error que por lo menos en sus inicios se conjugaba con la sobrevaloración de sus competencias. Sospecha que esta declaración apoya:

Traducir es también dar al autor elegido unos oyentes (lectores) que quizá no haya tenido o no tenga aún en su país. Ese fue el caso de Constantin Cavafy y Hortense Flexner. En referencia a los autores antiguos, es el deseo de conservar algo muy bello, el mismo deseo que nos lleva a intentar descifrar una inscripción antigua, volverla de nuevo legible para las generaciones futuras.

Volviendo a Baldwin, y dejando para otra ocasión las famosas y también criticadas versiones de Virginia Wolf y de Henry James que publicó la autora de Opus Nigrum, se dice que sus traducciones de literatura afroamericana emprendidas en los años 80, es decir Le Coin des Amen y la antología de poesía negra Blues et Gospels, comparten un mismo punto de vista ingenuo sobre la religión y «la expresión algo patética de la miseria» que ya estaban presentes en los espirituales negros, y reflejan además la obsesión de la autora por las minorías. La antología de espirituales negros que publicó Gallimard en 1964 con el título Fleuve profond, sombre rivière, coincidió con la lucha por los derechos civiles que entonces galvanizaban al país americano, mientras que la obra teatral y la antología de blues y gospels salieron durante la arrogante década de Reagan-Thatcher, marcada por la culpabilización de las víctimas de la pobreza. Yourcenar, recién nombrada en la Academia Francesa, seguramente era consciente de que esas traducciones no encontrarían la misma acogida que las anteriores pero contaba con que su nueva celebridad mundial podía dar repercusión a su interés en mantener activa la problemática de los afroamericanos.

Esto no quiere decir que ni el autor ni su traductora dejaran de tener un público. Así, en 2007 el programa del montaje Le coin des Amen, representado en Le théâtre de l’Epée de bois de París, encarecía la reunión de sus dos nombres para llevar público a la sala con el tipo de hipérbole a la que nos han acostumbrado los publicistas norteamericanos, para quienes un calificativo por debajo de «genio» o de «más magnífico» equivale a puro loser.

Con Le coin des Amen tenemos el fruto de una colaboración única entre dos de las más magníficas inteligencias del siglo XX (James Baldwin y Marguerite Yourcenar) –ambos igualmente concernidos por el futuro del mundo y que han trabajado de común acuerdo en la traducción francesa de un clásico del teatro mundial testimonio de la vivacidad de una cultura (afro-americana).

Recuerdan, además, que la primera visita que hizo Youcenar después de la ceremonia de su nombramiento como académica fue a James Baldwin, quien llevaba diez años instalado en Saint Paul de Vence, Costa Azul. La compañía teatral evocaba la amistad de los dos autores en términos más líricos que Yourcenar al recordar que «en homenaje a esta  encuentro ejemplar se plantó un árbol en el jardín de la casa de Jimmy». Obsérvese ese «Jimmy» porque explica otros aspectos de la relación del público, de cierto público, con la renovada fama de Baldwin. El folleto termina recordando que ambos fallecieron en 1987 con pocas semanas de diferencia, «cada uno en el país del otro».

 

Continúa en la próxima entrega, viernes 11 de marzo 2022.

 

María José Furió es traductora de francés, italiano, catalán e inglés al español, colabora además con editoriales y empresas españolas y extranjeras como lectora de textos ya publicados o de manuscritos para su posible traducción al castellano y en la revisión y editing de textos. Especializada en no ficción, entre los libros traducidos se cuentan: Smash!, la explosión del punk californiano en los ’90, de Ian Winwod (Ediciones Cúpula), Los cuentos de una mañana y El último sueño de Edmond About, de Jean Giraudoux (Lom Ediciones), La travesía del libro, de J.J. Pauvert (Trama) y Las ambiciones de la historia, de F. Braudel (Crítica). Publica regularmente crítica literaria y reportajes sobre fotografía y cine en diferentes revistas españolas y extranjeras.