Miércoles, 9 de septiembre de 2020.
Non, ce n’était pas le radeau
De la Méduse, ce bateau Qu’on se le dise au fond des ports Dise au fond des ports Il naviguait en pèr’ peinard Sur la grand-mare des canards Et s’app’lait les Copains d’abord Les Copains d’abord
Ses fluctuat nec mergitur C’était pas d’la litterature N’en déplaise aux jeteurs de sort Aux jeteurs de sort Son capitaine et ses mat’lots N’étaient pas des enfants d’salauds Mais des amis franco de port Des copains d’abord
C’étaient pas des amis de luxe Des petits Castor et Pollux Des gens de Sodome et Gomorrhe Sodome et Gomorrhe C’étaient pas des amis choisis Par Montaigne et La Boétie Sur le ventre ils se tapaient fort Les copains d’abord
C’étaient pas des anges non plus L’Évangile, ils l’avaient pas lu Mais ils s’aimaient tout’s voil’s dehors Tout’s voil’s dehors Jean, Pierre, Paul et compagnie C’était leur seule litanie Leur Credo, leur Confiteor Aux copains d’abord
Au moindre coup de Trafalgar C’est l’amitié qui prenait l’quart C’est elle qui leur montrait le nord Leur montrait le nord Et quand ils étaient en détresse Qu’leurs bras lancaient des S.O.S. On aurait dit les sémaphores Les copains d’abord
Au rendez-vous des bons copains Y avait pas souvent de lapins Quand l’un d’entre eux manquait a bord C’est qu’il était mort Oui, mais jamais, au grand jamais Son trou dans l’eau n’se refermait Cent ans après, coquin de sort Il manquait encore
Des bateaux j’en ai pris beaucoup Mais le seul qu’ait tenu le coup Qui n’ai jamais viré de bord Mais viré de bord Naviguait en père peinard Sur la grand-mare des canards Et s’app’lait les Copains d’abord Les Copains d’abord. |
No era la balsa el barco aquel
De la Medusa, sí que no, Era sabido en todo el mar Sí, en todo el mar Charco adelante, con cachaza Como si fuera entre melaza De nombre “La peña y no más” La peña y no más
Era plus ultra su blasón Le guste o no al zahorí No era un farol, que era verdad Era la verdad El capitán y sus grumetes No eran ningunos cabroncetes Sino que era gente legal La peña y no más
No eran amigos de postín Cástor y Pólux, yo que sé Ni sodomitas ni de Onán Tampoco de Onán No eran amigos de elección Ni contertulios de salón Las zurras sabía encajar La peña y no más
No eran ángeles de Dios Ni conocían a Moisés Aunque se quisieran la mar Quisieran la mar No tenían más letanía Padre Nuestro o Ave María Juan, Pedro, Pablo y los demás La peña y no más
Si se temía un Trafalgar La amistad tomaba el timón Y era ella su estrella polar Su estrella polar Pedían socorro con los brazos Como semáforos de barcos Si parecía naufragar La peña y no más
Nunca dejaban de acudir Nunca se daban un plantón Si uno faltaba al embarcar Lo iban a enterrar Y me cago en la mar os digo Que cuando se marcha un amigo No se lo deja de añorar Por siempre jamás
He navegado en muchos barcos Pero uno solo no se hundió No dejó nunca de arribar Nunca de arribar Charco adelante, con cachaza Como si fuera entre melaza De nombre “La peña y no más” La peña y no más.
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Texto traducido por los personajes de la fotografía:
De izquierda a derecha: Maite, la otra Maite (yo), Alicia, Max, Chon (en el DNI, Ascensión), dos personas que ahora mismo no localizo y Anna. No pongo los apellidos porque temo equivocarme en alguno. Finales de los noventa en Bruselas. Unos cursos de traducción literaria que organizaba el Centre Européen de Traduction Littéraire. En aquellos años acudían esencialmente traductores de la Comunidad Europea en Bruselas o Luxemburgo que estaban un poco aburridos de traducir a diario asuntos serios y áridos y querían aproximarse a la traducción de literatura. Hice talleres con ese grupo varios años. Al principio trabajábamos más ceremoniosamente, un año en el castillo del capitán Haddock o así, que la comunidad valona había convertido en residencia para estudiantes, y luego en la biblioteca del CETL. Las últimas veces nos íbamos a casa de Anna y, mientras yo hacía lentejas o cocido (en mi maleta llegaban una mezcla de diccionarios e ingredientes para estómagos españoles nostálgicos) e intervenía desde los fogones, ellos trabajaban en la mesa de la cocina.
Un año decidimos traducir a Brassens «para que se pudiera cantar». Eligieron ellos la canción. Y, cuando acabamos, la cantamos. Y la grabamos… Ojalá encontrase la cassette… Y ojalá, con el paso del tiempo, no nos hubiéramos perdido la pista…
Fue un estupendo ejercicio de decir otra cosa para decir lo mismo sin caer en errores de naturalización ni arrancar de raíz el texto de su tierra materna.
Seguro que pueden hacerse varias versiones igualmente válidas. La nuestra fue ésta.
María Teresa Gallego Urrutia