¿Será útil la teoría de la traducción para los traductores?, Lawrence Venuti

Artículo publicado en VASOS COMUNICANTES 16, verano del año 2000. Recuperado el 14 de febrero de 2020.

Traducción de Juan Gabriel López Guix

He tomado el título de un sugerente ensayo del teórico checo de la traducción Jirí Levý1, quien me ayudará a plantear una serie de preguntas sobre los actuales estudios de traducción y la formación de traductores. El artículo de Levý apareció en 1965, lo cual significa no sólo que estas preguntas continúan vigentes, sino que deben entenderse en el contexto de las principales tendencias de los estudios de traducción tras la Segunda Guerra Mundial. La adopción de una perspectiva amplia resulta esencial en cualquier valoración del presente de la traducción, pero también lo es en cualquier proyección de las direcciones futuras; en la medida en que toda crítica implica estándares, un conjunto de valores a partir de los cuales realizarla, será inevitable que mis preguntas proyecten cierto futuro en relación con el papel de la teoría en los estudios de traducción. Quizá el papel más importante sea criticar las ideologías presentes en la traducción, los valores, las creencias y las representaciones que moldean toda práctica cultural y, en última instancia, favorecen los intereses de algunos grupos sociales sobre otros.

Ahora bien, Levý consideró la teoría como un modo de mejorar la práctica de la traducción por medio del incremento de la conciencia metodológica del traductor. Su artículo se abre con la afirmación de que “escribir sobre los problemas de la traducción sólo tiene sentido si contribuye a nuestro conocimiento de los agentes que influyen en la obra y la calidad del traductor”2.

Aquí surge mi primera pregunta: ¿qué riesgos se corren al hacer que la teoría esté al servicio de la práctica y la formación? Las principales corrientes de los estudios de traducción en los últimos cuarenta años ponen de manifiesto que las teorías nacidas en el ámbito docente tienden a responder a una demanda pedagógica de herramientas analíticas capaces de generar soluciones de traducción en el aula. Los traductores principiantes son especialmente vulnerables a los atractivos de “estrategias”, “procedimientos” y “métodos” descritos con precisión porque aún no han adquirido la experiencia práctica que conduce a versiones más automáticas y seguras. Una de las obras que más ha circulado dentro de los estudios de traducción es la publicada en 1958 por los lingüistas canadienses Jean-Paul Vinay y Jean Darbelnet. Estos autores abordaron la traducción entre francés e inglés desde el ámbito de la estilística comparada, lo cual les permitió ofrecer una base teórica a toda una gama de métodos de traducción de uso habitual. El resultado fue un manual que ha estado presente en los programas de formación de traductores durante más de cuatro décadas. Con mucho, la parte más citada, discutida y enseñada es su explicación de los “procedimientos” de traducción que aparece al principio del libro3.

¿Qué riesgo corre una teoría de la traducción al privilegiar el análisis textual por razones pedagógicas? Según Levý, parte de “propósito del teórico” era “analizar la relación entre el mensaje original como un todo y las pautas del mensaje en su forma transmitida, y proporcionar así una base racional para la valoración”4. Levý consideraba la traducción como un proceso semiótico de comunicación consistente en “descodificar, interpretar y recodificar” para otra comunidad lingüística. Creía que una de las tareas de la teoría era establecer una relación de equivalencia entre textos extranjeros y traducidos. Consideraba que el análisis textual lograría hacerlo.

Sin embargo, el riesgo es que semejante análisis sea considerado como suficiente para desarrollar o explicar una decisión de traducción. Las herramientas analíticas suelen obtenerse de algunas variedades de la lingüística; en especial, la lingüística del texto, el análisis del discurso y la pragmática. Y la aplicación de estas áreas de la lingüística produce siempre una masa de detalles analíticos que son al mismo tiempo mucho más y mucho menos de lo que un traductor necesita para solucionar un problema de traducción. Muchos más detalles de los necesarios: como la lingüística ha creado unos conceptos analíticos tan formidables, siempre amenaza con convertir los estudios de traducción en un campo de la lingüística aplicada, en análisis textual al servicio de la investigación lingüística y no de la traducción. Muchos menos detalles de los necesarios: como las decisiones de traducción se toman también sobre la base de los efectos textuales, los valores culturales y las funciones sociales, no sólo sobre la base de la equivalencia, un análisis moldeado lingüísticamente no abarcará los factores sociales y culturales que determinan las decisiones y que, por lo tanto, logran explicarlas de modo convincente. La sociolingüística avanzará un poco en la recuperación de esos factores, pero en ausencia de teorías culturales y sociales no irá muy lejos.

El libro de Roger Bell sobre traducción (1991)5, utilizado en la práctica docente, constituye un claro ejemplo de esta limitación. Se publicó en una colección de lingüística aplicada. En dicho contexto, lo “que se pide a una teoría de la traducción” es que proporcione explicaciones a dos objetos, el “producto” de traducción y el “proceso” de traducción. El análisis textual y su procesamiento reciben una atención cuidadosa, pero no ocurre lo mismo con el valor cultural y la función social, ni siquiera el “diseño del público” como factor de traducción (véase el uso de este concepto en Hatim y Mason6).

El libro de Basil Hatim e Ian Mason, The Translator as Communicator (1997), está concebido precisamente para su uso en cursos de formación de traductores y aúna una ambiciosa serie de conceptos que sirven para realizar matizados análisis de traducciones teniendo en cuenta el estilo, el género, el discurso, la pragmática y la ideología. En un capítulo analizan el diálogo subtitulado de una película con ayuda de la teoría de la cortesía, una formalización de los actos de habla por medio de los cuales un locutor mantiene o amenaza la “imagen” de un destinatario (donde “imagen” es definida como “el deseo de no ver impedidos los propios actos y el deseo de verse aprobado en ciertos aspectos”, Brown y Levinson7). Su análisis de los subtítulos revela de modo convincente que el diálogo traducido sufre una “pérdida sistemática” en el fenómeno de la cortesía, en los indicadores lingüísticos de que los personajes se adaptan al “deseo de imagen” del otro.

Sin embargo, el análisis se detiene de forma abrupta en esta conclusión. No hay consideración alguna sobre el impacto de las pautas de traducción en la percepción por parte del público de la caracterización de los personajes, una consideración que bien podría haber desempeñado un papel en las decisiones del traductor. Para eso hace falta, en primer lugar, una noción del modo en que se construyen los personajes en la narración —una teoría de la forma literaria y cinematográfica—, así como una investigación mucho más específica sobre la recepción, sobre el diseño del público a partir de una historia y una sociología del gusto cultural.

Una teoría de la traducción de orientación pedagógica que hace hincapié en el análisis textual puede dar lugar en los traductores principiantes a diversas impresiones erróneas. Pueden pensar que una traducción debe abarcar el campo del análisis para que sea “exacta” o “equivalente”, cuando lo cierto es que tales juicios dependen en el fondo del uso que se le dé a la traducción. O, peor, los traductores principiantes pueden pensar que los problemas de traducción se resuelven con la simple aplicación de un “procedimiento”, cuando lo cierto es que traducir es algo mucho menos exacto y más heterogéneo, algo lleno de problemas inesperados y hallazgos casuales. Pueden incluso creer que los propios “procedimientos” no modifican el significado, el valor ni la función en contextos diferentes, cuando lo cierto es que las traducciones que “modulan”, “explicitan”, “adaptan”, etcétera, producen efectos textuales diferentes en públicos diferentes.

De modo paradójico, el propio tratamiento de Vinay y Darbelnet pone de manifiesto la importancia de las categorías culturales y sociales en la teoría de la traducción y la formación de traductores. Estos autores realizan una apuesta ideológica por el uso estándar y, en consecuencia, dan recetas conservadoras en lo referente a la elección del lenguaje por parte del traductor: “debe ceñirse a las formas más clásicas” de expresión, escriben, para evitar “la sospecha de anglicismo, germanismo, hispanismo”8. Y cuestionan el lugar ocupado por la traducción en la economía política y cultural global. Las fuerzas de la globalización hacen que teman “acabar viendo a las cuatro quintas partes del mundo alimentarse sólo de traducciones y perecer intelectualmente con ese régimen de papilla ininteligible”, los lenguajes de traducción utilizados por las empresas e instituciones multinacionales9.

Otro riesgo de una teoría de la traducción nacida de un impulso pedagógico es un funcionalismo omnipresente que enseguida recae en una orientación profesional y, con ello, limita el conocimiento de la traducción por parte del traductor principiante. El muy influyente concepto de “equivalencia funcional” nació en ámbito de la práctica  docente en los años sesenta: describía —y, en algunos casos, prescribía—  una traducción que comunicaba el texto extranjero asimilándolo a las normas culturales y lingüísticas de destino. Tras dos décadas de formulaciones por parte de teóricos como Eugene Nida10, Peter Newmark11, Juliane House12, Katharina Reiss13 y Hans Vermeer14, este enfoque funcional quedó completamente remozado en la teoría de la “acción translatoria” (translatorische Handeln) de Justa Holz-Mänttäri (1984)15. En ella, el traductor es visto como un experto que diseña una “especificación del producto” en consulta con un cliente y luego produce un “transmisor de mensaje” que satisface un propósito particular en la cultura receptora. En esta clase de traducción, la equivalencia es menos importante que la función: el texto fuente queda sustituido por un texto meta que satisface las necesidades del cliente.

Esta teoría no era sólo un producto de las clases de formación de traductores, también refleja prácticas reales entre los traductores de documentos técnicos, comerciales y oficiales. Además, llama la atención sobre el papel profesional desempeñado por el traductor, sobre su responsabilidad, con lo que plantea así la cuestión de una ética de la traducción.

Sin embargo, cabe preguntarse si esta ética puede significar algo más que una buena práctica comercial. La pura abstracción de la teoría Holz-Mänttäri reduce la traducción a un proceso en la cadena de montaje de la producción del texto, un fordismo que valora la simple eficiencia. Este enfoque funcionalista corre el riesgo de producir en el traductor principiante la errónea impresión de que la traducción sólo responde y sólo debe responder a las consideraciones económicas. Se arriesga a excluir de las acciones del traductor los valores que carezcan de una orientación comercial. Incluso los traductores de documentos técnicos deben decidir si aceptan o no un proyecto; si aceptan, por ejemplo, traducir para una institución que explota y pone en peligro el bienestar de sus trabajadores, destruye el medio ambiente o colabora con gobiernos opresores. El término abstracto “cliente” no ofrece modo alguno de articular y pensar en tales cuestiones. Los enfoques funcionalistas, ya sea la teoría de la acción de Holz-Mäntärri o la noción de Vermeer del “skopos” u objetivo del traductor, están inspiradas por una ideología comercialista que, en última instancia, limita la reflexión ética del traductor.

El artículo de Levý señala la necesidad de que el traductor adquiera el mayor conocimiento de las diferencias culturales y sociales. Su pensamiento es ecléctico y se basa en “una metodología analítica compuesta que incluye la psicolingüística, la antropología estructural, la semántica y todas las disciplinas (e ‘interdisciplinas’) que se utilizan hoy en la investigación sobre los procesos de comunicación”16. También merece la pena señalar que, cuando Levý discute casos específicos de traducción, utiliza esta metodología de un modo fragmentado que debilita su poder explicativo.

Levý relata las conclusiones de un estudio experimental en el que el “lenguaje de traducciones medianas y malas” ponía de manifiesto dos “características de estilo”: los traductores tendían a “elegir un término general, cuyo significado es más amplio que el del original” y a “explicar la relación lógica entre ideas incluso donde no se expresan en el texto original, explicar cualquier salto en el pensamiento o cambio de perspectiva, ‘normalizar’ la expresión”17. Para dar cuenta de estas tendencias negativas, Levý cita una “simple causa psicológica”: el impulso por parte del traductor a “interpretar, es decir, a hacer inteligible el libro extranjero al lector de su país” lo lleva a utilizar un lenguaje más generalizado y cohesivo.

A pesar de su descripción metodológica, Levý usa una explicación psicolingüística que orilla una investigación antropológica o de cualquier otra clase. Sin embargo, puesto que ese estudio se centraba en la traducción de textos literarios, surgen otras preguntas. ¿Reflejan las elecciones estilísticas los valores y tradiciones de traducción en la cultura meta? ¿Se corresponden con las elecciones estilísticas realizadas por los autores de los textos literarios escritos originalmente en la lengua de partida o se desvían de ellas? Levý reduce a la psicología lo que constituye un amplio marco cultural y, por lo tanto, pierde la oportunidad de explorar las relaciones entre traducción y los valores y tradiciones de traducción que la mayoría de traductores internaliza en modos diferentes, empezando por sus lecturas y su educación, pero que también abarcan su trato con los editores y la recepción de sus traducciones tal como aparece en las reseñas.

El artículo de Levý presenta un segundo ejemplo, la traducción de nombres propios, para ilustrar los problemas planteados por “las diferencias de trasfondo cultural entre autor y traductor”18. Y para estos problemas insta al traductor a utilizar “no sólo una gramática comparativa de los dos sistemas lingüísticos, sino también una confrontación de los marcos antropológicos de las dos áreas culturales”19. Aunque cabe preguntarse si es posible desarrollar una antropología de los empobrecimientos estilísticos que Levý describe, mostrando así que una simple causa psicológica posee una compleja determinación social.

En los años ochenta, semejantes empobrecimientos acabaron por ser considerados un rasgo “universal” del lenguaje de las traducciones, un rasgo que las distingue de los textos extranjeros que traducen y de las composiciones originales en la lengua de llegada. En un artículo de 1986, Shoshana Blum-Kulka se refiere a dicho universal como “explicitación” 20; y especula que la traducción siempre incrementa las relaciones semánticas entre las partes del texto traducido estableciendo una mayor cohesión por medio de la precisión, la repetición, la redundancia, la explicación y otras estrategias discursivas. En cambio, los desplazamientos de la coherencia, las desviaciones de un patrón semántico subyacente en el texto extranjero, dependen de la recepción, de las interpretaciones del lector y el traductor. Para estudiarlas Blum-Kulka recomienda investigaciones empíricas sobre las pautas de lectura, los estudios psicolingüísticos del procesamiento del texto. De nuevo se desaprovecha la oportunidad de desarrollar explicaciones culturales e históricas, y sigue sin explorarse la fuerza ideológica de la traducción.

Sin embargo, estos tipos de explicaciones han sido desarrollados por otros teóricos, sobre todo, en los años setenta y los ochenta. Tras la obra decisiva de los teóricos del polisistema, como Itamar Even-Zohar21 y Gideon Toury22, las traducciones han pasado a ser consideradas ante todo como hechos de la cultura meta, definida como un sistema literario de formas y cánones interrelacionados que constituyen “normas” limitadoras de las elecciones y las estrategias del traductor. La orientación finalista requiere una explicación histórica y cultural. Y, en opinión de teóricos de inspiración formalista como Toury y teóricos de inspiración popperiana como Andrew Chesterman23, las explicaciones conducirán a “leyes” probabilísticas. El valor de la investigación, pues, es validar (o invalidar) hipótesis con vistas a la formulación de leyes de traducción o al fortalecimiento de las ya formuladas.

Sin embargo, en la medida en que las leyes se aplican a patrones culturales y relaciones sociales, necesitan principios de historiografía y sociología, de los que no disponen ni los formalistas ni los popperianos; de hecho, Karl Popper es conocido por su ataque a las variantes del historicismo24. También Levý quería que la teoría permitiera la predicción, que explicara “cómo el efecto resultante sobre el lector depende de los métodos elegidos por el traductor”25. Pero encontramos demasiados casos históricos que muestran que las estrategias de traducción varían en su efecto según las expectativas, los conocimientos y los gustos del público, y que esos efectos pueden ir en contra de la intención del traductor, en especial cuando el texto traducido traspasa los límites de las demarcaciones culturales26. Las teorías que buscan leyes invitan al traductor principiante a ver la ley como una respuesta adecuada a las preguntas de estrategia y efecto, una forma fácil de elegir un texto extranjero o incluso de decidir traducirlo. Sin embargo, cualquier predicción relativa a la recepción de un texto traducido necesita basarse en la investigación de situaciones culturales específicas, en una evaluación de las prácticas de traducción pasadas y presentes, las tradiciones literarias y el uso del lenguaje.

Con mucho, los desarrollos más sofisticados de la orientación finalista se han producido con teorías que la vinculan con un interés por el impacto del proceso de traducción en el texto extranjero. Es el caso de Antoine Berman.

Como Levý, Berman sostiene que la traducción “deforma” el texto extranjero, a veces mediante empobrecimientos estilísticos (es el sustantivo que utiliza para referirse a ellos). Como Vinay y Darbelnet, Berman también proporciona descripciones detalladas de las estrategias deformadoras que se producen en la traducción de la prosa literaria. De modo interesante, recurre a la psicología para comprender por qué los traductores aplican esas estrategias. Sin embargo, su explicación es psicoanalítica y no psicolingüística: las estrategias que actúan en el proceso contemporáneo de traducción literaria son “en gran medida inconscientes”, escribe; constituyen la “expresión interiorizada de una tradición dos veces milenaria”27.

Así, la explicación de Berman acaba siendo cultural e histórica. Las tendencias deformadoras no son universales, aunque dominan en la cultura occidental desde la antigüedad. También adoptan diferentes formas en diferentes épocas y lugares, como la tradición francesa de las “bellas infieles” o las prácticas experimentales de Ezra Pound con poesías arcaicas y extranjeras. Quizá la diferencia más importante entre Berman y los teóricos de orientación lingüística sea su diferente concepción de la traducción. Mientras que para Levý “el principal objetivo” es hacer inteligible el texto extranjero, para Berman es “recibir lo extranjero como extranjero”, poner en pie un “proceso” en el que la lengua, la literatura y la cultura de llegada admitan el texto extranjero en sus propias estructuras y sufran un cambio. De ahí surge la base de una ética de la traducción, pero a diferencia de la acción teorizada por Holz-Mäntärri o el “skopos” teorizado por Vermeer, la teoría de Berman no tiene nada que ver con intereses comerciales, buenas prácticas empresariales ni la satisfacción del cliente. Su interés radica en establecer, en el texto traducido, una relación ética con el texto y la cultura extranjeros.

Berman observa que su “analítica de la traducción” es “provisional”, que “ser sistemático requiere el input de traductores de otros ámbitos (otras lenguas y obras), así como de lingüistas, poetas y… psicoanalistas, puesto que las fuerzas deformadoras establecen muchas censuras y resistencias” a lo extranjero. Sin embargo, también formula sus conceptos teóricos sobre la base de su experiencia como traductor (sobre todo, de literatura latinoamericana al francés). De resultas, esos conceptos tienen una utilidad innegable en la formación del traductor.

Berman sugiere las distintas clases de conocimientos que un traductor principiante debería tener: lingüísticos y teóricos al mismo tiempo, culturales e históricos. Aporta claramente un concepto de textualidad a la traducción, lo que permite un análisis de los rasgos lingüísticos: se dirige a la traducción de novelas, se apoya en la teoría del discurso de Mijáil Bajtin. Sin embargo, Berman también ejemplifica la importancia de la historia para la traducción, la conciencia de las tradiciones culturales propias y extranjeras, incluyendo en este caso la historia de la novela y la tradición traductora francesa. “Un traductor sin conciencia histórica”, escribe Berman, “se convierte en prisionero de su representación de la traducción y de las representaciones que transmiten los ‘discursos sociales’ del momento”28. Un enfoque de la traducción que sea al mismo tiempo teórico e histórico permite al traductor evaluar las propias prácticas traductoras y ampliar la gama de estrategias discursivas disponibles. Este enfoque conducirá a una crítica de las ideologías presentes en las teorías de la traducción y pondrá de manifiesto el modo en que un enfoque de apariencia inocente, como la lingüística del texto, podría privilegiar un valor político o social particular (por ejemplo, el comercialismo o el propio campo académico de la lingüística) por medio de la limitación al lenguaje del análisis de las traducciones.

En 1972 James Holmes estableció una influyente distinción entre estudios de traducción “puros” y “aplicados”29, con lo que dio pie a la posibilidad de que la teoría “pura” dejara de estar vinculada a la práctica y a la docencia. Vio entre esas áreas un movimiento de vaivén mayor que el que han visto algunos de los teóricos sobre los que ha tenido influencia (por ejemplo, Gideon Toury30). Sin embargo, parece que no cabe duda de que la teoría se obtiene a menudo de la práctica, del mismo modo que motiva, por lo general de un modo implícito e inconsciente, decisiones prácticas específicas.

Los traductores, pues, necesitan estudiar teoría de la traducción, así como historia de la traducción. Necesitan un terreno teórico e histórico que los ayude a ser flexiblemente inventivos en el desarrollo de las diferentes estrategias de traducción y conceptualmente sofisticados a la hora de evaluar su valor cultural y su función social. Con la emergencia, a lo largo de los últimas dos décadas, de estudios de traducción de orientación cultural, la teoría de la traducción y  la formación de traductores pueden utilizar de forma más productiva los conceptos analíticos de la lingüística. Vinay y Darbelnet concebían en términos generales el significado del lenguaje como una construcción cultural, pero distinguían entre los procedimientos lingüísticos del traductor y la “información metalingüística”, definida como “el estado actual de la literatura, la ciencia, la política, etc. de ambas comunidades lingüísticas”31. Berman muestra que cualquier intento de establecer de forma nítida esta distinción esconde el hecho de que el lenguaje en las traducciones ya está siempre cargado de valores culturales y funciones sociales que merecen una reflexión ética y una crítica ideológica. Los traductores principiantes que realizan cursos prácticos de traducción pueden sacar provecho de la lectura y la consideración no sólo de Vinay y Darbelnet, sino también de Berman.

Por supuesto, algunos traductores experimentados contemporáneos, que han aprendido a traducir trabajando, estarán en desacuerdo con mis recomendaciones. En un artículo aforístico titulado “Translating” (1988), Eliot Weinberger, traductor estadounidense de escritores como Octavio Paz y Jorge Luis Borges, afirma:

La teoría de la traducción, aunque hermosa, resulta inútil para traducir. Una cosa son las leyes de la termodinámica y otra cocinar32.

Por supuesto, comparto el escepticismo de Weinberger ante las leyes científicas aplicadas a la traducción. Aun cuando el acto de traducir pueda reducirse a una serie de funciones cerebrales, constituye de modo ineludible una práctica cultural cuya importancia excede procesos naturales tales como la fisiología. Sin embargo, Weinberger sugiere que la traducción se parece al cocinar en que carece de teoría, y en esto da la impresión de que se equivoca. Cocinar exige recetas y técnicas que se basan en suposiciones de lo que constituye una buena comida. Si los traductores son como cocineros, entonces se guían por una teoría que rige la elección de los ingredientes, las estrategias y los efectos. Necesitan aprender qué es lo que tienen a su disposición y qué usos le pueden dar; y, en especial, qué usos culturales y políticos.

 

Notas

  1. Jirí Levý, “Will Translation Theory be of Use to Translators?”, en R. Italiaander (dir.), Übersetzen, Frankfurt, Athenäum, 1965, pp. 77-82.
  2. Ibíd., p. 77.
  3. Jean-Paul Vinay y Jean Darbelnet, Stylistique comparée du français et de l’anglais, París, Didier, 1958, pp. 46-55.
  4. Jirí Levý, ob. cit., p. 77.
  5. Roger Bell, Translation and Translating: Theory and Practice, Londres, Longman, 1991.
  6. Basil Hatim e Ian Mason, The Translator as Communicator, Londres y Nueva York, Routledge, 1997.
  7. P. Brown y S. C. Levinson, Politeness: Some Universals in Language Usage, Cambrigde, Cambridge University Press, 1987, p. 58.
  8. Jean-Paul Vinay y Jean Darbelnet, ob. cit, p. 52.
  9. Ibíd., p. 54
  10. Eugene Nida, Toward a Science of Translating, With Special Reference to Principles and Procedures Involved in Bible Translating, Leiden, Brill, 1964. Y, en colaboración con Charles Taber, The Theory and Practice of Translation, Leiden, Brill, 1969, 1982.
  11. Peter Newmark, “Communicative and Semantic Translation”, Babel, 23, 163-180, 1977. Así como, Approaches to Translation, Oxford, Pergamon, 1982.
  12. Juliane House, “A Model for Translation Quality Assessment”, Meta, 22, 1977, pp. 103-109. Así como, A Model for Translation Quality Assessment, Tubinga, Narr, 1977, 1981.
  13. Katharina Reiss, Möglichkeiten und Grenzen der Übersetzungskritik. Kategorien und Kriterien für eine sachgerechte Beurteilung von Übersetzung, Múnich, Hueber, 1971; «Type, Kind and Individuality of Text: Decision Making in Translation”, trad. S. Kitron, Poetics Today, 2 (4), 1981, pp. 121-131. En colaboración con Hans J. Vermeer, Grundlegung einer allgemeinen Translationtheorie, Tubinga, Niemeyer, 1991, 2ª ed. (Existe traducción castellana: Fundamentos para una teoría funcional de la traducción, trads. Sandra García Reina, Celia Martín de León y Hetdrun Wutte, Madrid, Akal, 1996.)
  14. Además de la obra en colaboración con Katharina Reiss citada en la nota anterior, Hans J. Vermeer, “Skopos and Commission in Translational Action”, trad. Andrew Chesterman, en Andrew Chesterman (dir.), Readings in Translation Theory, Helsinki, Oy Finn Lectura Ob, 1989, pp. 173-187.
  15. Justa Holz-Mänttäri, Translatorische Handeln. Theorie und Methode, Helsinki, Suomalainen Tiedeakatemia, 1984.
  16. Levý, ob. cit., p. 77.
  17. Ibíd., pp. 78-79.
  18. Ibid., p. 80.
  19. Ibid., p. 81.
  20. Shoshona Blum-Kulka, “Shifts of Cohesion and Coherence in Translation, en Julian House y Shoshona Blum-Kulka dirs.), Interlingual and Intercultural Communication: Discourse and Cognition in Translation and Second Language Acquisition Studies, Tubinga, Narr, 1986, pp. 17-35.
  21. Itamar Even-Zohar, “Polysystem Studies”, Poetics Today, 11 (1), 1990.
  22. Gideon Toury, In Search of a Theory of Translation, Tel Aviv, Porter Institute for Poetics and Semiotics, 1980.
  23. Andrew Chesterman, Memes of Translation: The Spread of Ideas in Translation Theory, Amsterdam y Filadelfia, Benjamins, 1997.
  24. Véanse Tony Bennett, Formalism and Marxism, Londres y Nueva York, Methuen, 1979; y Robert D’Amico, Historicism and Knowledge, Londes y Nueva York, Routledge, 1989.
  25. Jirí Levý, ob. cit., p. 77.
  26. Lawrence Venuti, The Scandals of Translation: Towards an Ethics of Difference, Londres y Nueva York, Routledge, 1998.
  27. Antoine Berman, “La traduction comme épreuve de l’étranger”, Texte, 4, pp. 67-81, 1985.
  28. Íd., Pour une critique des traductions: John Donne, París, Gallimard, 1995, p. 61.
  29. James S. Holmes, Translated! Papers on Literary Translation and Translation Studies, Amsterdam, Rodopi, 1988.
  30. Gideon Toury, Description Translation Studies—and Beyond, Amsterdam y Filadelfia, Benjamins, 1995.
  31. Jean-Paul Vinay y Jean Darbelnet, ob. cit., p. 42.
  32. Eliot Weinberger, Outside Stories, 1987-1991, Nueva York, New Directions, 1992.