El pasado mes de octubre tuvo lugar la 71ª edición de la Feria de Frankfurt, la cita anual que durante cuatro días convierte a la capital de las finanzas europeas en el centro neurálgico del mundo del libro. Este año, además, se convocó por vez primera un programa específicamente diseñado para traductores editoriales de alemán. Lo que viene a continuación es una breve crónica poco objetiva de lo que allí aconteció.
Vaya por delante un dato seguramente conocido: la Feria de Frankfurt es, ante todo, un encuentro para profesionales, bastante alejado del carácter festivo que podemos asociar a las ferias del libro pensadas para un público general, aunque la propia Feria haga sus esfuerzos para mejorar en este aspecto abriendo al público durante el fin de semana y vendiendo libros por primera vez en su historia. Las cifras son ciertamente de vértigo: 7.500 expositores, 4.000 actividades, 285.000 visitantes y 10.000 periodistas y blogueros. Así, aterrizamos en Frankfurt con una mezcla de interés y curiosidad, con ganas de conocer las entrañas del hormiguero y —haciendo caso a las recomendaciones de los colegas más experimentados— con zapato cómodo.
En la Feria de Frankfurt los traductores siempre han estado presentes, no solo a través de los distintos estands asociativos, sino también en el marco de una sección llamada Weltempfang, un proyecto conjunto de la propia Feria y el Ministerio alemán de Asuntos Exteriores, concebido literal y figuradamente como un espacio para tratar temas relacionados con la política, la cultura y la traducción. Así, dicho espacio acogió tanto charlas generales sobre uno de los hilos conductores de esta feria, el antropoceno, como mesas redondas sobre aspectos profesionales de la traducción o sobre la importancia de los traductores para la literatura universal dirigidos a un público profesional, no necesariamente experto en traducción.
Sin embargo, la Feria no había dedicado un espacio a los traductores de alemán hasta esta edición, en la que un grupo de 36 afortunados llegados de todo el mundo tuvimos la oportunidad de participar en un programa específico, el Frankfurt International Translators Programme. El objetivo de este programa, al que pueden optar traductores con un mínimo de tres libros publicados, no solo es visitar la feria, sino también facilitar el contacto con otros traductores, editores y demás profesionales del sector.
Además, el programa incluía una serie de actividades específicas para traductores, como encuentros con críticos y editores de mesa, así como el acceso a actos especiales, por ejemplo la recepción que se ofrece a los finalistas y al galardonado con el Premio del libro alemán, que se falla la víspera de la Feria y que este año recayó en el escritor de origen bosnio Saša Stanišic (un fallo que estuvo acompañado por la polémica de la concesión del Nobel a Peter Handke); la ceremonia inaugural de la Feria, que en esta edición contó con Noruega como país invitado, o la ceremonia de entrega de los premios de literatura infantil y juvenil, que merecerían una crónica aparte. La cosa, por tanto, prometía… y no defraudó.
El recinto resultó ser un enorme hormiguero de acero y cristal, compuesto de varios pabellones comunicados por escaleras y pasillos mecánicos, rebosante de ejecutivos trajeados que se movían rápidamente de un lado a otro, cual conejo de Alicia, como si llegaran tarde a una cita. Cada uno de los pabellones acogía cientos de estands debidamente enmoquetados y germánicamente estructurados, salpicados de restaurantes y cafeterías para hacer una pausa y tomar algo, cuyos precio y calidad nada tienen que envidiar a los de cualquier aeropuerto. El sanctasanctórum es el recinto llamado LitAg, donde se concentran agentes literarios de todo el mundo para comprar y vender los derechos de lo que leeremos próximamente y al que pudimos asomar la nariz gracias a una visita guiada: el comercio del libro en carne viva, desprovisto de todo romanticismo.
En ese contexto, las charlas y actividades diseñadas para traductores, tanto dentro como fuera del programa, eran una especie de oasis en el que detenerse a reponer fuerzas y encontrar rostros conocidos. Pese a lo apretado del programa, dispusimos de tiempo libre para organizar nuestra visita, concertar citas con editores (mejor llevarlas cerradas de antemano), curiosear en el pabellón dedicado a los audiolibros o disfrutar de la magnífica puesta en escena de los noruegos… y de su salmón (hay todo un espacio dedicado a los libros de cocina). Además del trato con los compañeros, que siempre es de lo más enriquecedor, este programa es la oportunidad perfecta para conocer y hasta disfrutar de la Feria de Frankfurt sin sentirse solo en el hormiguero. Aviso a navegantes: España será país invitado en 2021. Insistimos en lo del zapato cómodo.
Belén Santana estudió Traducción e Interpretación en Madrid y se doctoró en la Universidad Humboldt de Berlín con una tesis sobre la traducción del humor. Es traductora profesional de alemán y Profesora Titular en el Departamento de Traducción e Interpretación de la Universidad de Salamanca, donde trabaja desde 2003. Sus líneas de investigación comprenden la traducción del humor, la traducción literaria y su didáctica, así como los vínculos entre la traducción y la documentación. En su faceta profesional ha traducido a diversos autores en lengua alemana, tanto de ficción como de no ficción (Sebastian Haffner, Ingo Schulze, Julia Franck, Alfred Döblin, Siegfried Lenz y Yoko Tawada entre otros). Fue miembro de la junta de ACE Traductores. Cree firmemente en los puentes entre teoría y práctica, entre academia y profesión. En 2019 ha ganado el Premio Nacional a la Mejor Traducción por Memorias de una osa polar, de Yoko Tawada