La traducción en una utopía, Isabel Romero

Las consideraciones sobre traducción del escritor Adam Thrilwell son el punto de partida de este artículo donde se abordan someramente, casi en forma de flashes, algunas cuestiones sobre la tarea de traducir; en el paso de lo general a lo particular,  se recuerda que en los albores de la humanidad la función de las palabras era nombrar y que a veces al pronunciarlas en voz alta puede oírse su eco verdadero, como supieron ver Goethe o Benjamin.

 

En una entrevista para el semanario Die Zeit, el escritor Adam Thirlwell señalaba a propósito de su libro La novela múltiple que «los traductores debían crear algo nuevo». La frase no era solo un golpe de efecto, desde luego. Y tras afirmar que una buena traducción «debía reproducir el tono, la musicalidad y la esencia del texto original», explicaba también que, a falta de una traducción directa del albanés al inglés, había leído a Ismael Kadaré a través del francés; que esto le había llevado a plantearse cómo pervive el estilo durante el proceso de sucesivas traducciones al margen de su calidad; y que así había llegado a la tercera lengua: la piedra angular de un proyecto utópico con el que aspiraba a «demostrar que las novelas se podían trasladar a cualquier idioma».

En realidad, antes que en los términos clásicos de fidelidad y literalidad, Thirlwell se plantea la traducción como vehículo a través del cual puede originarse una novela distinta del original, con el argumento de que «ninguna traducción puede ser exactamente igual que su fuente en todos los aspectos».


Según este razonamiento, lo primero que cualquier persona se podría preguntar entonces es si Madame Bovary y La señora Bovary son la misma obra de Flaubert; La transformación y La metamorfosis, el mismo libro de Kafka; Eugene Oneguin y Yevgueni Oneguin, el original Евгений Онегин de Pushkin; o El negro del Narcissus The Nigger of the Narcissus de Joseph Conrad. Pues bien, en parte sí y en parte no


Según este razonamiento, lo primero que cualquier persona se podría preguntar entonces es si Madame Bovary y La señora Bovary son la misma obra de Flaubert; La transformación y La metamorfosis, el mismo libro de Kafka; Eugene Oneguin y Yevgueni Oneguin, el original Евгений Онегин de Pushkin; o El negro del Narcissus The Nigger of the Narcissus de Joseph Conrad. Pues bien, en parte sí y en parte no. Javier Marías explica esto muy bien en su magnífico artículo «La traducción como fingimiento y representación». De momento hagamos como sí y consideremos el incuestionable peso específico de estas obras cumbre de la literatura, tengamos en cuenta además que el estilo de sus autores conforma una especie de pátina de más o menos espesor que es perceptiblemente lo que se traduce, y como contrapunto, introduzcamos que el signo, como escribió Jakobson «es y no es la cosa que representa», para dejar entrever que el asunto tiene misterio. Porque, en efecto, las palabras pueden llamar a engaño, unas veces solas y otras acompañadas en la trama del discurso. Lejos queda lo que en el origen debió de ser la conexión entre signo y referente, cuando la palabra «fuego», por ejemplo, aludía a algo que se quema desde aquel focus latino, dos milenios atrás, con una explícita «efe» aérea y ventosa como si quisiera apagarlo; aunque esto casi no es nada comparado con otras más antiguas aún, como «padre», «madre», «hermano» y «hermana», reminiscencias del indoeuropeo, hace más de 4.000 años, vocablos quizás toscamente chillones en aquellos albores de la humanidad pero también verdaderos como supieron ver J. W. Goethe y Walter Benjamin, pues ambos se fijaron en cómo suenan las palabras para poder preservar de la mejor manera su eco al ser transformadas de un idioma a otro.

La traducción siempre ha discurrido por sus propios cauces: es bien sabido que Nabokov y Borges se permitieron licencias asombrosas o que Baudelaire le confesó a un amigo haber visto en textos de Poe frases que había escrito él mismo veinte años antes. Esto sucedió hace mucho tiempo y se trata de casos genuinos con su misterio.

Dejando a un lado a estos genios de las letras y sus creaciones exquisitas, hoy, en el siglo XXI, el traductor se debe además a una ética. Lydia Davis, la traductora al inglés de una aclamadísima Madame Bovary dice que «le gusta acercarse mucho al original» y que se leyó trece traducciones de esta obra. Trece reproducciones que constituyen los estratos a partir de los que ella compone la capa más reciente al inglés del libro de Flaubert de siempre.

 

Referencias bibliográficas

Asman, Carrie, «Der Satz ist die Mauer. Zur Figur des Übersetzer bei Benjamin und Goethe: Werther, Faust und Wilhelm Meister» [La frase es el muro. Sobre la figura del traductor en Benjamin y Goethe: Werther, Fausto y Wilhelm Meister], en Goethe Jahrbuch, 111 (1994/1995), pp. 61-79.

Heinrich,  Kaspar, «Adam Thirlwell: «Übersetzer sollen Neues schaffen»», Zeit on line, 29 noviembre 2013.

Marías, Javier, Literatura y Fantasma, Alfaguara, Madrid, 2011.

Treccani. Enciclopedia italiana, «Indoeuropei».

 

Isabel Romero traduce del francés y del alemán. Entre los autores que ha vertido al castellano se encuentran Henri Raczymow, Jean-Christophe Rufin, Stephanie Kremser, Michael Hampe, Hugo von Hofmannsthal, Peter Freund y L. G. Tippenhauer. En el año 2006 recibió el Premio de traducción de la Fundación Goethe en la categoría de literatura juvenil. Actualmente imparte asimismo talleres de traducción en el Instituto Cervantes de Berlín.