«Doña Celofán»: una efeméride personal y profesional, Paula Zumalacárregui

Yo no soy muy de efemérides, pero me he dado cuenta de que este año se cumplen diez desde que decidí que quería enfocar mi carrera hacia la traducción editorial. Tenía veintiún años y, por motivos que no vienen al caso, me encontraba cursando 4.º de Filología Inglesa en la Universidad Complutense tras solicitar el traslado de mi expediente desde la Universidad de Deusto mientras, por las tardes, estudiaba 1.º de Interpretación en la Escuela de Teatro La Lavandería.

© Francesco Ungaro

No tengo conciencia de haberme parado nunca a pensar hasta ese momento en cómo llegaban a mis manos, en castellano, los libros escritos originalmente en otros idiomas, pese a que muchos de los libros que leí en mi infancia eran traducciones. Ese año, en la Complutense, me matriculé en el Curso avanzado de traducción inglés/español que impartía la profesora Carmen Maíz-Arévalo. Durante esos meses, la profesora nos hizo traducir textos de todo tipo: recetas de cocina, textos de historia, poemas de lord Byron… y canciones.


Y fue como si mi vocación, hasta entonces imprecisa —solo sabía que estaba relacionada con los libros—, se concretara de repente.


Paralelamente, una de las profesoras de la escuela de teatro nos propuso que, aquellos que quisiéramos, preparásemos un número musical para la muestra de fin de curso. La mayoría de mis compañeros no sentía inclinación por los musicales, pero yo me decanté por «Mr Cellophane», de Chicago. Como la canción habla sobre una persona que se siente tan invisible que se compara con el papel de celofán, decidí rendir un homenaje a todas esas personas —mujeres, en su mayoría— que realizan labores fundamentales para nuestra vida diaria y que, sin embargo, muchas veces pasan desapercibidas. Ahora me parece bastante tópico, pero la idea era salir a escena con una escoba y vestida con una bata de trabajo que me iría desabrochando y que me habría quitado para cuando concluyera el número. Repito: tenía veintiún años y —añado— muy poca vergüenza.

Como quería que el público entendiera la letra de la canción, que comprendiera el mensaje que deseaba transmitir, decidí traducirla. Así pues, en este número musical convergieron tres de mis grandes debilidades: el teatro, la traducción y el leísmo. La versión que reproduzco a continuación es prácticamente la misma que la que compuse hace diez años. Aunque me tomé algunas —pocas— licencias, creo que conseguí crear en castellano una versión autónoma y cantable (probad, probad a cantarla si conocéis la melodía).

If Someone Stood Up In A Crowd

And Raised His Voice Up Way Out Loud

And Waved His Arm And Shook His Leg

You’d Notice Him

 

If Someone In The Movie Show

Yelled «Fire In The Second Row

This Whole Place Is A Powder Keg!»

You’d Notice Him

 

And Even Without Clucking Like A Hen

Everyone Gets Noticed, Now And Then,

Unless, Of Course, That Personage Should Be

Invisible, Inconsequential

Me!

 

Cellophane

Mister Cellophane

Shoulda Been My Name

Mister Cellophane

‘Cause You Can Look Right Through Me

Walk Right By Me

And Never Know I’m There…

 

I Tell Ya

Cellophane

Mister Cellophane

Shoulda Been My Name

Mister Cellophane

‘Cause You Can Look Right Through Me

Walk Right By Me

And Never Know I’m There…

 

Suppose You Was A Little Cat

Residin’ In A Person’s Flat

Who Fed You Fish And Scratched Your Ears?

You’d Notice Him

 

Suppose You Was A Woman, Wed

And Sleepin’ In A Double Bed

Beside One Man, For Seven Years

You’d Notice Him

 

A Human Being’s Made Of More Than Air

With All That Bulk, You’re Bound To See Him

[There

Unless That Human Bein’ Next To You

Is Unimpressive, Undistinguished

You Know Who…

 

Cellophane

Mister Cellophane

Shoulda Been My Name

Mister Cellophane

‘Cause You Can Look Right Through Me

Walk Right By Me

And Never Know I’m There…

 

I Tell Ya

Cellophane

Mister Cellophane

Shoulda Been My Name

Mister Cellophane

‘Cause You Can Look Right Through Me

Walk Right By Me

And Never Know I’m There

 

Never Even Know I’m There.

 

Hope I Didn’t Take Up Too Much Of Your

[Time.

Si de repente entre la gente alguien

comienza a gritar como un loco

y agita las manos y mueve los pies,

… ¡le miraréis!

 

Si alguien en el cine a vuestro lado

chilla: «¡Fuego! ¡Me estoy quemando!

¡Vamos a morir achicharrados!»,

… ¡le miraréis!

 

E incluso sin tener que cacarear

cualquiera es escuchado alguna vez.

A menos que ese alguien resulte ser

invisible, intrascendente…

¡Yo!

 

Celofán,

doña Celofán.

Tengo el nombre mal,

doña Celofán.

Porque podéis mirarme

e incluso tocarme

y no sabéis quién soy.

 

Llamadme

Celofán,

doña Celofán.

Tengo el nombre mal,

doña Celofán.

Porque podéis mirarme

e incluso tocarme

y no sabéis quién soy.

 

Imaginad que sois un gato

y vivís con un humano

que os frota el lomo y os da pescado:

… ¡le miraréis!

 

Imaginad que estáis casadas

y desde hace más de siete años

compartís almohada con el mismo hombre:

… ¡le miraréis!

 

Un ser humano es más que pelo y piel,

es algo más que un nombre en un

[carné.

Parece que todos hemos de ser

inteligentes, impresionantes:

… ¡lo mejor!

 

Celofán,

doña Celofán.

Tengo el nombre mal,

doña Celofán.

Porque podéis mirarme

e incluso tocarme

y no sabéis quién soy.

 

Llamadme

Celofán,

doña Celofán.

Tengo el nombre mal,

doña Celofán.

Porque podéis mirarme

e incluso tocarme

y no sabéis quién soy.

 

Nadie ve jamás quién soy.

 

Espero no haberles robado demasiado

[tiempo.

No podría incluir el vídeo de mi actuación ni aunque quisiera («¡Ohhhhh!»), porque no llegó a producirse. Al final, resulta que tenía más vergüenza de la que pensaba. Aduje que no me había dado tiempo a ensayar lo suficiente porque tenía que estudiar para los exámenes de la universidad, pero en mi fuero interno sabía que me había podido el miedo a exponerme de aquella manera. Es una de las pocas cosas de mi vida de las que me arrepiento.

Diez años después de aquello, de esta traducción —que es una de las primeras que he hecho nunca—, puedo decir que me dedico profesionalmente a traducir libros (entre otras cosas). No es casualidad que haya elegido esta canción, este texto, para conmemorar la decisión que tomé a mis veintiún años (porque a la traducción llegué un poco por casualidad, sí, pero me he quedado por empeño). En este tiempo he experimentado muchas veces la impotencia de doña Celofán, al sentirme «invisible» e «intrascendente» para los responsables editoriales que no respondían a mis correos de presentación ni a mis ofrecimientos de hacer pruebas de traducción para demostrar (o no) mi valía, incluso aunque hubiera hablado con ellos en persona previamente y me hubieran dicho que por supuesto, que les escribiera, que estarían encantados de que les mandara mi currículum.


Sin embargo, si hoy puedo hacer la afirmación con la que empezaba el párrafo anterior es porque también ha habido mucha gente para quien no solo no he sido invisible, sino que ha visto mi potencial incluso cuando yo dudaba de él.


Quiero aprovechar este espacio y esta pequeña efeméride personal y profesional para dar las gracias a las editoriales que sí me respondieron y que, aunque no me dieron trabajo, me animaron a seguir escribiéndoles, y a aquellas que confiaron en mí pese a mi inexperiencia (sobre todo, a Susana Romanos, de greylock: aunque para entonces ya no era novata, tampoco era ninguna veterana). Doy las gracias también a la asociación en su conjunto, por hacerme sentir parte de una comunidad, de un colectivo, al que a menudo no me sentía con derecho a pertenecer. Pero, sobre todo, quiero dar las gracias a todos los compañeros acetéteros —mentores de alguna manera todos ellos— que me han ofrecido consejos y palabras de aliento y a todos aquellos que, porque creían y creen en mí, me han referido a editores de su confianza. Lo mejor de estos diez años ha sido conoceros.

 

Paula Zumalacárregui (Bilbao, 1988) es traductora de inglés y correctora de textos. Está licenciada en Filología Inglesa por la Universidad Complutense de Madrid y posteriormente cursó el Máster en Traducción y Mediación Intercultural de la Universidad de Salamanca. También tuvo la oportunidad de estudiar durante un curso académico en la Facultad de Estudios Ingleses de la Universidad de Cambridge. Ha colaborado con instituciones como la Fundación Giner de los Ríos [Institución Libre de Enseñanza] y con diversas editoriales. Su última traducción publicada es El triunfo del huevo, de Sherwood Anderson (greylock, 2019). Las próximas se publicarán en las editoriales Volcano, Capitán Swing y, de nuevo, greylock. Durante el curso 2016-2017 vivió en la Residencia de Estudiantes con una beca del Ayuntamiento de Madrid para desarrollar un proyecto de escritura creativa.